Solo preguntas III: ¿Puedo tocar tu cabello?
El cuerpo es un espacio semántico y político que muestra una carga de identidad y pertenencia.
Antecedentes. Siempre aparece alguien que quiere tocar el cabello afro, ese mal llamado “pelo malo” por su rebeldía ante el peine, por no caer laciamente y ser signo del no desarrollo. Empero, la necesidad de tocar el cabello afro esconde líneas sociológicas que atañen a todos los “colores”.
Resemantizar. Dicen que los colonizadores denominaron “negros” a personas de diversas naciones, lenguas y religiones, como ejercicio de poder al resaltar sus diferencias étnicas y raciales. La cultura pigmentocrática latinoamericana se construyó a partir de la experiencia del mestizaje indígena y blanco, en función de la oscuridad de su piel, de ahí que la identidad afrodescendiente se construyera sobre los ancestros afros. Posicionar afrodescendiente/afroboliviano ante el término negro es una decisión política. En La política de la saya, de George Komadina, se justifica la necesidad de incluir a poblaciones diversas territorialmente y desarrollar lazos diaspóricos a través del uso del término, pero el reto no radica en crear una alternativa, sino en resemantizar el “insulto”: llamarse negra o negro es un acto de rebeldía. Pero, cambiemos de “color”. Ximena Soruco (Tesis doctoral, 2006) afirma que el cholo desdibuja las fronteras de la sociedad estamental e interrumpe la lógica colonial porque cabalga entre dos mundos. ¿El cholo hoy es una clase, un modo de vida, un color de piel?… El cholo representa la transformación de una etnia afincada en elementos indígenas y criollos en evolución. Tanto cholos como indígenas tienen el mismo color de piel. Algunos caminan orgullosos de ser cholas o cholos; otros de ser negras o negros; otros… de ser solo individuos. No se trata entonces de evitar decir chola o negra por su carácter despectivo impuesto, sino de combatirlo, empoderarse y darle la vuelta: cuando deje de ser un insulto se habrá ganado una batalla.
Cabello. Aceptarse negra o chola, blanca o indígena implica también ser conscientes de cada parte de nuestro cuerpo que compone ese denominativo. Ejemplos: menos negra más lacia, menos blanca más “churca”, menos chola cabello rojo y pelo corto, menos indígena cabello amarillo. Los cuerpos siempre serán ese espacio donde se intercepte la etnia, la clase y el género. Necesitan encajar en el estándar, “instrumentalizando la apariencia, transmutando el capital racial en capital social, simbólico y económico”. Por tanto las modificaciones del cabello como signo racial se relacionan conceptualmente con el pelo “malo”, “natural”, “de plata” o “pobre”. El autorreconocimiento étnico y la autenticidad también aparecen en las formas de tratar el cabello reafirmando pertenencia real a un grupo, el pelo por tanto tiene el poder de crear y delimitar la movilidad social y económica. El cabello siempre habló desde los ancestros: para los africanos la forma de peinarse puede significar rango social, comunidad a la que se pertenece o un lienzo para dibujar el mapa de regreso; mientras que para los pueblos indígenas el cortar el cabello no solo representaba el corte de la corriente de pensamiento sino en algunos casos una deshonra. Un indígena con el cabello cortado en la batalla no tendría lugar en el seno de sus ancestros, pues no tenía alma ni recuerdos.
Cuerpo político. El cuerpo es un medio donde se ejercen todos los poderes, un lugar privilegiado donde se precipita una transmutación de los valores de nuestra sociedad (Construcciones de cuerpos (2002) Pabón Consuelo). Por un lado, el cabello se convierte en un elemento de lucha, igualdad, libertad y revolución, y al mismo tiempo en un espacio de asentamiento de modelos hegemonizantes al blanquear los estilos de moda o de exotismo publicitario. El cuerpo es un espacio político con el que puede pelearse y cambiar realidades, como el movimiento de las piernas cruzadas en Liberia (2003), en el que las mujeres decidieron no tener sexo y al mismo tiempo negarse a la reproducción para dar fin a la guerra civil. Hoy los tiempos modernos exigen nuevas formas de autentificarse, pues urge aún que las culturas minimizadas se sacudan el polvo de las hegemónicas y encuentren su esencia sin purismos baratos. Hoy las formas de ejercer poder sobre el otro son esencialmente simbólicas e ideológicas, se dominan los cuerpos políticos imponiendo paradigmas que “sí venden” porque representan el querer ser y por ende lo que se debe ser. Aquel que crea que en el gusto o en la moda no existen relaciones coercitivas de poder, es porque ya fue absorbido por dichas relaciones. Ello significa que también perdió el dominio de su cuerpo político como espejo de su propia identidad.
El cabello natural grita identidad, orgullo y autenticidad; muestra a los otros el dominio sobre un cuerpo político propio. Tenemos ley y ayuda; que hayan mermado las expresiones explícitas de discriminación hacia “lo negro” o “lo indígena” no significa que no se discrimine, algunos guardan “las formas” y gestan otras. Se resisten a pensar diferente e invaden el espacio del cuerpo político bajo otros eslóganes, desde la rareza o la imposibilidad de admitir el orgullo de “ser” del extraño. No aceptar convivir con el “otro” implica invadirlo, tocarlo y resaltar su “no lugar”. El cuerpo político con el que se lucha es intocable, se impone a la vista, se alza ante quien juzga. “Entonces, ¿puedo tocar tu cabello?, Sí, el día en que no necesites hacerlo”.