Friday 29 Mar 2024 | Actualizado a 05:33 AM

SøREN

Una percepción de la más reciente película del director boliviano Juan Carlos Valdivia.

/ 27 de marzo de 2019 / 04:00

Desde muchos puntos de vista, Søren es una película por demás particular y escabrosa. Causa asombro, y no necesariamente por las buenas sensaciones que despierta en quien la ve. Es como un libro novelesco o poético de los más nuevos y más desaforados o una obra literaria de homosexuales que causaría pavor a los lectores románticos y fanáticos de la secuencia clásica del arte. Desde el punto de vista del fondo, es una película que aborda asuntos que para algunos sectores de la sociedad siguen siendo tabúes o vetas prohibidas. Desde el punto de vista de la forma, lo repito, sigue la estructura de las narrativas más nuevas y, casi por sinergia, más extravagantes. Un largometraje innovador en la cinematografía boliviana, sobre todo por estos elementos que acabamos de aludir, ya sean buenos o malos.

La historia es exagerada y sexualmente exuberante. Quizá no se necesite llegar a tales extremos. No es tanto la libertad cuanto el libertinaje. No es la secuencia lógica de lo que el ser humano hace en el contexto de su libertad ni lo que una persona liberal podría hacer realmente en un escenario de posibilidades restringidas como es el escenario de este nuestro mundo. Es más bien la ruptura de la vida serena en un contexto en que las contingencias son tan amplias y tan raras que el hombre no se domina porque sencillamente no puede hacerlo. Los protagonistas de esta cinta se desenvuelven no en el área de la libertad humana, sino en la de la anarquía. A pesar de que son temas —como la poligamia y la homosexualidad— por demás ya abordados en distintas expresiones del arte contemporáneo y en expresiones artísticas que pretenden ser bandera de reivindicaciones de orden social y político, hay que reconocer que Valdivia hace una representación de esos temas de una manera algo innovadora, sobre todo desde el punto de la representación narrativa.

Se necesita prestar una atención especial para saber cómo se quiere contar la historia y qué es la historia en sí misma. Y es que primero la pantalla se agranda para narrar un presente y luego se achica para contar el pasado, o al revés. Así, la narrativa sigue como un paralelismo ubicuo y el espectador tiene que estar constantemente hilando pretéritos y presentes para entender el porqué de los sucesos. La película trata de una pareja que llega al matrimonio, uno tan confuso como la película en su integridad. Se casan no solamente dos personas diferentes, sino dos estratos diferentes, pues tanto él cuanto ella provienen de clases sociales muy distintas en que las cosas de la vida se hacen de distinta forma. Los atrae el amor, pero un amor muy inestable y tan delicado como hilo de seda. En realidad, no es amor. No puede ser amor. Sino más bien una cosa como atracción efímera y circunstancial que está más relacionada con la carne que con el alma. No existen sentimientos de cariño verdadero, sino atracciones fugaces que, con la evolución de la sociedad contemporánea, parecen haberse expandido en el mundo de hoy. Es como si el amor platónico, la afinidad intelectual, los sentimientos románticos y las conexiones del alma estuvieran exiladas. Los besos no son expresiones del alma sino gestos de una afinidad carnal del momento. Pues lo que se ve en realidad, o lo que se intuye (porque nada está dicho claramente), es una mera atracción de la carne o la afinidad de intereses materiales que están allende las cosas verdaderamente altas del corazón y el alma.

Esta película es un símbolo y sus mensajes están ocultos, algunos tan ocultos que ni al cineasta más conspicuo se le van a revelar. El mensaje no es claro en ningún lugar, tiene que ser descifrado o intuido. Es una película-símbolo. Y esto porque la narrativa no es clara ni sigue una secuencia clásica-lógica. Las cosas no dicen, sino que sugieren. Hay escenas que, si se toman como con pinzas, es decir, sueltas, tendrían igualmente validez porque son como imágenes alegóricas o emblemáticas de una realidad que pretende ser expresada prescindiendo de una historia o un relato secuencial.

El desplazamiento de las cámaras de un lado a otro hace la trama todavía mucho más confusa. Se muestran lugares urbanos, como cholets y casitas de ladrillo sin fachada, y paisajes rurales, como ríos caudalosos y boscajes verdes. Los diálogos no son coherentes y hay cosas que están por demás. Hablando de la actuación de los artistas, podría esperarse mucho más. Algunos gestos son forzados y muchas expresiones, obligadas.

Con todo, Søren es una innovación formal, no quepa duda alguna, y busca ser una expresión íntima, muy íntima quizá, no del narrador de la historia (hablando en términos de la narratología cinematográfica), sino del autor de la misma, que pretende verter sus ideas sinceras en una obra revolucionaria.

Ficha técnica

Año: 2018

Duración: 104 minutos

Países: Bolivia/México

Guion y dirección: Juan Carlos Valdivia

Productores: Juan Carlos Valdivia, Joaquín Sánchez, Ximena Valdivia

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‘Romeo y Julieta’

El cine 6 de Agosto presentó el clásico de Franco Zeffirelli en un ciclo dedicado a Shakeaspeare.

/ 15 de mayo de 2019 / 00:00

Sonido de metales chocando entre sí. Son las espadas y los broqueles de los Montesco y los Capuleto. Griterío y algazara. Disturbios y el movimiento violento de varios jinetes y espadachines. El gentío se ha concentrado en la plaza pública, donde se libran las disputas que hacen a los dignos caballeros, bañándoles el pecho de honor cuando su espada atraviesa otros pechos o un escudo impide la estocada.

En el Cine Municipal 6 de Agosto se pasó un ciclo de películas basadas en obras del dramaturgo universal William Shakespeare. El 30 de abril, se proyectó Romeo y Julieta (Romeo and Juliet), lanzada al mundo en 1968. La probablemente más popular tragedia shakesperiana, cuyo título in extenso es La más excelente y lamentable tragedia de Romeo y Julieta (The most excellent and lamentable tragedy of Romeo and Juliet), ha inspirado a muchos operistas, músicos, literatos y guionistas y directores de cine, pero esta cinta es, tal vez, la más fiel y precisa en cuanto a representación escenográfica y humana que hasta ahora, tomando en cuenta óperas, musicales y películas, se haya realizado. Lo es no solo por los lugares donde se rodó, que hacen justicia a las imágenes de una Italia renacentista del siglo XIV, sino además por los actores que encarnan a Romeo (Leonard Whiting) y Julieta (Olivia Hussey): en 1968, dos adolescentes de 17 y 16 años, respectivamente. Desde la segunda década del siglo XX, con la irrupción del cine, comenzaron a hacerse obras basadas en esta tragedia de Shakespeare; sin embargo, la película del director italiano Franco Zeffirelli destaca como la mejor representación. El crítico de cine Roger Ebert (1942-2013) escribió: “Creo que el Romeo y Julieta de Franco Zeffirelli es la película más emocionante de Shakespeare jamás realizada”.

Pero hay otros elementos, esta vez de carácter literario, que le dan un valor a esta cinta que las demás sobre Romeo y Julieta no poseen. Zeffirelli quiso ser riguroso con el texto shakesperiano e hizo que sus actores se adecuaran a la versificación del poeta de Inglaterra. Así, en los diálogos, el espectador puede escuchar la recitación de los pentámetros yámbicos de Shakespeare, en su mayor esplendor acústico y musical. Shakespeare escribió la obra con una gran variedad de formas poéticas (como el soneto de Petrarca, el epitalamio y la elegía, en los cuales se emplean varias formas métricas), pero la primordial es la del pentámetro. Los actores recitan algunos versos, los más intensos y bellos, para comunicarse y dialogar. La adaptación del verso a una prosa hablada para hacer de una pieza poética un filme no es fácil, pero aquí se logra.

Otro de los elementos destacables son los artistas que encarnan los personajes. La belleza de los actores, la belleza de esa niña de 16 años que hace de Julieta y la donosura y gallardía de ese doncel de 17 años que representa a Romeo, son conmovedores, tanto que el espectador queda embelesado por la similitud que encuentra entre lo que imagina después de leer Romeo y Julieta y lo que ve en la película. A lo largo de la historia de las representaciones de Romeo y Julieta, los protagonistas siempre fueron más o menos viejos con relación a la edad que propone la obra original, es el caso de las interpretaciones de Richard Burbage, en el teatro de la época isabelina, y de John Gielgud y Leonardo DiCaprio, en el cine del siglo XX.

Pero la genialidad de Zeffirelli no se queda en el romanticismo, sino que trasciende a la comedia, como el mismo Shakespeare concibió en su pieza: en la escena del balcón, cuando los dos amantes se prometen quererse hasta el fin de los días, Romeo, pletórico de amor y romanticismo, resbala un par de veces de la cornisa y se trepa a la rama de un árbol de una forma más o menos ridícula, arrancando alguna risa de su amada Julieta. Luego se los ve despertando desnudos en la misma cama, con sus cabezas descansando en la misma almohada, sugiriendo un precedente acto de sensualidad y erotismo.

A medida que se va acercando el colofón de la película, el dramatismo va subiendo de tono, hasta hacer que los personajes hablen con fatalismo e incertidumbre. Cuando Julieta acude al fraile para que éste le dé una solución a su malhadado matrimonio con París, dialoga desesperada y con lágrimas en los ojos, como se ha conseguido hasta ahora solo en las óperas hechas sobre el asunto. Romeo entonces toma su caballo, al saber que su esposa ha fallecido, y en la tumba de los Capuleto ingiere un veneno mortífero que lo despeña hacia un sueño eterno. La muchacha despierta del efecto de la pócima, y, al ver a su amado muerto por la locura de verla durmiendo, decide clavarse en el pecho una daga. Llegan las dos familias y deciden, en honor a la muerte de sus hijos, sellar una alianza perpetua que termine con el rencor inmerecido y absurdo que las separó.

Porque, como dice el Florentino Ariza de Gabriel García Márquez, no hay mayor gloria que morir por amor.

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La trama y urdimbre femeninas

El trabajo de estas artistas se exhibió en ‘4 Textiles Contemporáneos’, en la galería Puro.

/ 24 de abril de 2019 / 04:00

No solo los colores y las líneas hacen y cuentan historias. El punto y la tela también lo han hecho desde siempre. Son entramados de hilos, cuerdas, pitas, lajas, fibras, como esqueletos de telares y tipoyes; la urdimbre y la trama, como los colores de los lienzos y la piedra de los tallados, son expresiones de las preocupaciones del alma. Porque el espíritu de los seres humanos es como el entablado de una pieza de tela.

En la exposición Arte Textil. 4 Textiles Contemporáneos —que está en galería Puro (calle Enrique Peñaranda 1034, San Miguel) hasta el 27 de abril y que propició el conversatorio Reflexiones sobre la obra expuesta y sobre la situación del arte textil contemporáneo en Bolivia con la participación de dos de las artistas y la moderación del artista Santiago Contreras y la curadora Marisabel Villagómez— cuatro creadoras de larga trayectoria y madurez artística muestran piezas en que a través de la fibra y el hilo desarrollan su discurso. Cada una lleva más de 20 años en el arte, “con lo que la obra presentada puede ser considerada como un punto de inflexión de media carrera”, describe la artista Erika Ewel. “Todas son piezas recientes, pero se necesitó de toda una vida de trabajo constante para la realización de las mismas”.

Ellas son de distintos puntos del mundo; hay una húngara (Eszter Bornemisza), otra uruguaya (Beatriz Oggero), otra brasileña (Ligia D’Andrea) y una boliviana (Erika Ewel). Las cuatro, con trabajos individuales, logran juntas como un corpus único. Son cuatro creaciones diferentes, cada una con un sello particular, pero al mismo tiempo son piezas que unidas son parte de una historia larga y común que se comparte.

‘Enredos liberadores’

La obra Enredos liberadores pertenece a Beatriz Oggero (Uruguay, 1944). Es una cadeneta de crochet anudada con hilos de cobre y poliéster: sus dimensiones: 230 x 103 centímetros. Se trata de una especie de espirales delicadas, sutiles, que bajan de esa forma, como los cabellos ensortijados de una niña rubia. Cuelgan las pitas doradas y enredadas, desordenadas, pero ese mismo desorden ofrece la idea de una liberación del sentimiento y las pasiones. Los puntitos son pequeños nudos, como quipus, que dan la sensación de hacer conexiones, de hacer que la trama, aunque liberadora, siga conservando coherencia y lógica.

Los nudos —los enredos de una cotidianidad— a través del tiempo crean una textura: más que retener, producen el efecto contrario, la libertad. “Inventé una técnica, tejiendo con hilo de cobre e hilo de coser, e hice obras así desde 2009, (…) pero siempre se trataban de estructuras”. Con esta obra Oggero ha decidido liberarse y hacer como una telaraña desprovista de toda estructura clásica. Le fascinan las telarañas, y con Enredos liberadores, la artista uruguaya —que actualmente radica en Cochabamba— ha tratado de imitar el aspecto de una de ellas, haciendo que el tejido, gracias al hilo de cobre, obtenga brillo y vida. “Estuve dos meses, desde enero, tejiendo esta obra, inventando estos enredos, liberándome… Entonces le puse el título”.

Oggero también combina la pintura con los hilos en su exploración. “Como tejedora, siempre me he sentido controlada por las estructuras. Hoy encuentro un modo de liberarlas”.

‘Células cromáticas’

Células cromáticas es una obra que asemeja ojos de varios colores que intentan penetrar hasta lo más sagrado de la comprensión. Ligia D’Andrea (Brasil, 1948) presenta una instalación con círculos de tejidos opacos con diámetros variados, con colores sobrepuestos que sugieren células en movimiento. Sobresalen las texturas táctiles de la sobreposición de los colores, en una pieza que emula la misma génesis del color. 

D’Andrea —que vive y trabaja desde 1993 en La Paz— estudió pintura y dibujo y ha expuesto en países Alemania, España, Francia, Brasil, México y Bolivia.  En su trabajo resaltan los materiales no convencionales —recurriendo también a las nuevas tecnologías— y es en esta búsqueda incursionó en el “pintado” con tejido con hilos, que la artista conceptúa como dibujos en tercera dimensión.

Su trabajo con telas comenzó en Barcelona hace 30 años y el resultado de esa labor de mucho tiempo son sus Células cromáticas. La obra está elaborada con telas industriales de colores encendidos. La artista hace hincapié en la expresividad cromática y en la espacialidad de la obra “Este  paisaje de estrellas en el firmamento, que se mueven, como puntos de luz en movimiento; es como mirar el espacio”, indica la artista brasileña. D’Andrea se prepara para presentar y exponer unos tejidos de alambre.

‘You are here’

Eszter Bornemisza (Hungría, 1955) tiene un doctorado en matemáticas, y es probablemente esto lo cual le ha llevado a elaborar un textil como éste, llamado You are here. De los cuatro, es el más simétrico, el más lógico, el más sistemático y más geométrico. Una cuadriculación signa las formas, aunque existen partes en que los cuadrados van perdiendo forma. Hay una superposición de capas y si se lo ve de lado, es como un apilamiento de filamentos estáticos. Entre los cuadrados se tienden finos hilos cafés, haciendo éstos a su vez más cuadrados, cada vez más pequeños.

Está hecha de papel reciclado y costuras (180 x 320 x 30cm). La obra sugiere figuras rectas, ordenadas, como cuadriláteros de un mosaico. Esto si se la ve desde cierta distancia. Pero si uno se acerca, la obra se va desmembrando, o desarticulando, y es que son varias las piezas que conforman You are here; están colgando del techo y cada una cuenta una historia diferente.

En los últimos años, el trabajo de la artista húngara radicada en Budapest se ha concentrado en plantear mapas transparentes en capas que utiliza como metáfora para la búsqueda de identidad. Al encontrar puntos de referencia tanto físicos como mentales, el descubrimiento de relaciones y patrones puede revelar diferentes caminos.

‘Territorios’

Erika Ewel (Bolivia, 1970) presenta Territorios, obra que se asemeja a un sudario: tiene la apariencia de una Sábana Santa, manchada con sangre, sudor y polvo. El primer sentimiento que causa el verla es la consternación o incluso el dolor. La obra de Ewel consta de cuatro piezas de 62 x 162 centímetros cada una y está hecha con técnica collage y bordado de telas sobre madera.

“Yo trabajo en óleo, dibujo, fotografía, collage, bordado, instalaciones y tejido”, expone. En el tejido trabaja con materiales reciclados. “Me inicié con el collage cuando vivía en Brasil”. En esta obra, Ewel ha oxidado y teñido los materiales para transmitir la idea del paso del tiempo en una exploración técnico-expresiva. “Lo que me atraen son la textura y la calidad del textil, y después voy trabajando muy intuitivamente(…) No soy muy formal, me doy licencias en todo”.

Ewel —que participó en las bienales internacionales de arte de Cuenca (Ecuador), Porto Alegre (Brasil) y Tijuana (México)— trata en su obra la memoria y las secuelas del tiempo. Su textil sugiere soledad, amargura, y al mismo tiempo plenitud y vida, mucha vida.

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La amistad verdadera: ‘The Green Book’

Aproximación de Ignacio Vera a la cinta del director Peter Farrelly que ganó tres Oscar, incluyendo el de Mejor Película.

/ 10 de abril de 2019 / 04:00

Un millonario pianista afroestadounidense y un ítaloamericano pobre viajando por una carretera en un auto verde, comiendo pollo frito y conversando sobre los asuntos más bonitos, intrascendentales y, por lo mismo, más profundos de la vida. Eso es, en líneas generales, la película The green book: una amistad sin fronteras.

Se trata de una obra de arte, no tanto por el trabajo técnico o la producción en sí misma, ni por el hecho de haber sido nominada a los Globos de Oro y cinco premios Oscar —ganó como mejor película, actor de reparto (Mahershala Ali) y guion—, como por el fondo mismo de la obra: la amistad a todo precio, la amistad sin límites, la que lo puede vencer todo, la amistad verdadera. El amor, en otras palabras, entre dos amigos.

Pero el colofón no puede venir sin una historia hermosa por detrás. Es una película dramática, que puede arrancar algunas lágrimas a los cinéfilos sensibles, pero no recurre a lugares comunes. También puede arrancar risas. Mezcla hermosa entre profundidad de melancolía y alborozo.

Es 1962. Estamos en el mundo discriminador y racista de los Estados Unidos. Se vive el apogeo de una exclusión marcada y evidente que instaura una brecha más que palpable entre blancos y negros. Cuando el ítaloamericano Tony Vallelonga (Viggo Mortensen) pierde su empleo en un bar nocturno por haberle propinado un puñetazo a un cliente, se va a su humilde casa a pensar y repensar su vida, a apostar sus únicos 50 dólares que lleva en el bolsillo en un concurso de comilones y a contarle despreocupadamente a su mujer que está perdido económicamente y sin empleo. Ve la vida con optimismo, a pesar de que su vivienda sea estrecha, muy sencilla y sin ningún lujo. Porque tiene amor en el seno de su hogar.

Tony visita al pianista de música clásica afroestadounidense Don Shirley (Mahershala Ali) en una mansión hecha de marfil y oro, donde se respira el olor del dinero pero se siente la ausencia de la compañía y del cariño. La obra muestra la siguiente dicotomía: un hombre económicamente pobre pero con un corazón lleno del amor que le prodiga su familia, por un lado, y por el otro, un rico y virtuoso pianista de música clásica y jazz, ya consagrado en el mundo del arte, pero sumido en la soledad y el aislamiento a causa de su raza o el color de su piel. Al comienzo, Frank queda desencantado por la propuesta laboral que le hace el músico (que sea su chofer y guardaespaldas durante una gira por el sur de Estados Unidos), pero al final tiene que asumir su responsabilidad de cabeza de familia y tomar el empleo. Y aquí otra enseñanza maravillosa: la confrontación del destino, cuando el hombre tiene que ceder ante el imperativo de una necesidad inaplazable. Porque como decía el filósofo alemán Schopenhauer: “el hombre puede hacer lo que quiere, pero no necesitar lo que quiere.”

Así, dos personalidades antagónicas, la una efusiva, agresiva, alegre e irónica como la del ítaloestadounidense Tony, puede ser afín a una personalidad silenciosa, serena, cerebral y melancólica como la del músico Don. Se complementan porque uno aporta al otro lo que no tiene o lo que tiene pero en poca intensidad. El uno le da al otro la alegría que le hace falta para disfrutar las cosas hermosas que también puede ofrecer la vida, y éste otro da al primero la serenidad y la capacidad de reflexión que muchas veces requieren las personas para darse cuenta de los rigores con los que también la vida puede tratar a los seres humanos. Al fin y al cabo, las personas más disímiles se terminan atrayendo de una manera perfecta, y en ellas se constata que, a diferencia de la visión pesimista que tenían Kant y Aristóteles sobre el asunto, sí se puede llegar a consolidar una amistad o un amor, como lo teorizó Montaigne y como la practicaron Goethe y Schiller: una relación de complementos, una unión indisoluble y real. Afinidades electivas que tan bien sabe ejecutar la vida.

Mientras Tony llena la mente y el corazón de Don con historias sencillas, ingenuas y apasionantes, el pianista escribe para Vallelonga cartas de amor para que éste las envíe a su esposa como si fueran suyas, rubricadas con su nombre. Pues el ahora chofer ha decidido, contra viento y marea, sin importar océanos ni desiertos, sin importar la distancia, mantener su relación con su amada, con la perspectiva noble de volver a reunirse algún momento.

Una de las frases más estremecedoras de la película está en los labios de Don Shirley, quien se siente excluido del mundo; la pronuncia cuando ve, en medio del camino, a un grupo de afroamericanos ejecutando faenas de la gleba; Shirley se intenta aproximar a ellos, en cuerpo y alma, pero no puede hacerlo, hay una barrera que los separa; y exclama: “¡No soy lo suficientemente negro como para congeniar con los de mi raza, ni lo suficientemente blanco como para ser aceptado en los círculos de arriba”. Y en esa frase está la soledad del pianista, que encuentra en su amigo un escape de la dura y descarnada realidad. No importan las implicancias de personalidad ni de situaciones económicas, Frank y Don, en un auto celeste que corre a toda velocidad por las carreteras, mientras comen pollo frito, son capaces de escribir la historia de una amistad realmente verdadera.

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El legado cultural de los Mesa Gisbert

El archivo donado por la familia Mesa Gisbert contiene piezas de gran valor histórico y documental.

/ 13 de marzo de 2019 / 04:00

Los arquitectos e historiadores del arte José de Mesa Figueroa (1925 – 2010) y Teresa Gisbert (1926-2018) habían reunido a sus cuatro hijos, en 2001, para pedirles que cuando ellos murieran donaran los cuadros, las esculturas, los documentos, las fotografías que habían tomado y los más de 10.000 volúmenes que habían llegado a reunir en una larga vida de bibliófilos al Estado boliviano, en provecho de las generaciones estudiosas e interesadas en desentrañar nuestra historia y nuestra identidad en el arte. La noche del jueves 14 de febrero de este año, en una emotiva ceremonia llevada a cabo en el Museo Nacional de Arte (MNA), finalmente se hizo cumplimiento de aquella petición hecha en 2001.

El material bibliográfico causa fascinación no solo al amante de la historia y el arte, sino también al archivista y bibliófilo, y es que en esa ingente colección de libros hay joyas que valen tanto por la antigüedad del objeto en sí mismo, además de por la información que hay en ellas. Y para comprender mejor el valor de este legado, es importante conocer la vida de quienes construyeron y luego donaron este conjunto de bienes culturales a los bolivianos.

“Eran dos personas de un carácter muy fuerte pero que escuchaban, con las que se podía dialogar y que, al hablar, te enseñaban. Doña Teresa era muy analítica. Don Pepe, en cambio, un memorión”, recuerda con nostalgia la gestora cultural Norma Campos Vera, quien compartió mucho tiempo y de manera muy estrecha con ambos intelectuales. “Han sido dos grandes maestros en esto de la cultura en Bolivia. Todo lo que ellos hablaban y escribían, ya era material de una publicación”.

Fue así que criaron a sus hijos respirando cultura y arte y yendo de una iglesia a otra para estudiar las pinturas que había en ellas y tomar fotografías desde varias perspectivas.

Hasta 2017, Teresa Gisbert siguió recolectando material valioso como parte de una colección que había comenzado a formarse en 1954. Después de 63 años de paciente labor, el material ha sido preservado de la corrosión y el deterioro gracias al cuidado de Mesa y Gisbert.

Ambas fueron vidas dedicadas a la investigación y al estudio. “Estos dos grandes profesionales de la cultura boliviana se complementaban”, resume Campos. Y es que los dos eran arquitectos, historiadores e investigadores del arte. Se inmiscuyeron con la misma pasión en la defensa del patrimonio cultural y defendieron la preservación del material histórico. Él y ella fueron, para Campos, “los más importantes historiadores del arte de los siglos XVII y XVIII; hicieron una investigación profunda de las técnicas y procesos artísticos y revalorizaron las iglesias antiguas del área rural, donde había concentrada una riqueza valiosísima de obras, además de las iglesias en sí mismas”. Juntos dieron la forma definitiva al concepto de barroco mestizo.

“Ha sido un rescate de toda una vida”, agrega Campos refiriéndose al proceso en que se fue engrosando el archivo. “Es un material de consulta que ha permitido, tanto a profesionales bolivianos como extranjeros, descubrir muchas cosas de nuestra identidad”.

La escritora de literatura infantil Isabel Mesa Gisbert, hija de los historiadores, recuerda la importancia de este legado: “Me acuerdo que en 2001, cuando mi hermano Andrés que vive en Barcelona llegó de visita, mis padres nos reunieron (a los hermanos) para pedirnos que, cuando ellos murieran, donáramos al Estado el archivo y la biblioteca que habían recolectado a lo largo de sus vidas”. Isabel dice que ésa era una forma de retribución al país por lo que Bolivia había dado a la vida de ambos investigadores. No es exageración el llamar reliquias a las piezas de esta donación, pues incluye desde tomos de historia nacional hasta ejemplares raros de historiadores universales; desde libros de teoría iconográfica del arte hasta ensayos y tratados modernos de arte pictórico. La cantidad es oceánica. Y casi todos los elementos tienen valor tanto por su contenido informativo cuanto por su misma cualidad de objetos antiguos.

Cergio Prudencio, presidente del directorio de la Fundación Cultural del Banco Central (FCBCB), asegura que esta donación es importante porque “permite a estudiantes e investigadores acceder a todas esas fuentes que la pareja Mesa Gisbert acumuló a lo largo de su trayectoria de investigación y de estudio sobre cultura boliviana”. La donación es, también, un incremento al patrimonio de la FCBCB, que como institución tiene como objetivo el resguardo de capitales culturales. Prudencio informa que la FCBCB se encargó de hacer el inventario de todos los libros, fotografías y bienes culturales.

¿A quién le puede interesar el contenido de este legado? Isabel Mesa Gisbert afirma que la biblioteca no es una colección que tiene de todo, sino más bien que se trata de material de consulta especializado. Es una colección técnica, digámoslo así, que abarca temas de arquitectura, arte, antropología y algo de arqueología. Son aproximadamente 10.000 volúmenes los que han pasado a ser parte del patrimonio estatal.

“En cuanto a obras de arte pictóricas —indica Mesa—, mis padres tenían obras tanto coloniales como contemporáneas. Hay Holguines —obras de Melchor Pérez de Holguín (1660–1732)— hay pinturas de los siglos XVII y XVIII…”. La colección es variadísima, pues también hay pinturas sobre metal y dibujos de Gil Imaná (1933) y María Luisa Pacheco (1919-1982), entre otros.

Otros elementos importantes son los textiles, las cerámicas precolombinas, las esculturas y los retablos populares con imágenes de santos. En total, entre pinturas, textiles, cerámicas y retablos, se cuentan más de 260 piezas donadas al MNA.

Pero esta ofrenda cultural o legado investigativo de los Mesa Gisbert no estaría completa sin el archivo fotográfico. “Mi padre tomaba las fotos y las revelaba con un tío que teníamos, y eran ésas las que iban a los primeros libros de historia que escribieron”, recuerda Isabel. Las imágenes eran todas en blanco y negro. Son algo así como 30.000 fotografías. Pero además, la familia está preparando la donación de unas diapositivas a color, que más o menos contienen unas 15.000 imágenes.

Aunque los resultados que obtenga la sociedad gracias a esta donación los dirán el tiempo y los años, ya podemos entrever que será inmenso y provechoso. Un archivo, un repositorio, son siempre una piedra del cimiento que sostiene a la cultura de un lugar o de una sociedad, según el caso.

“En casos especiales —destaca Prudencio—, el investigador podrá acceder al material fotográfico en formato físico, pero la digitalización permitirá que el material esté disponible en el sitio web de la fundación”. Los investigadores podrán acceder fácilmente al material bibliográfico dado que, según Prudencio, “el Archivo y Biblioteca Nacionales Bolivia es seguramente el repositorio de mayor libre acceso en el mundo. Nosotros tenemos toda nuestra documentación digitalizada en nuestra página web. Eso sí, antes de subir el material, debemos completar los procesos técnicos (proceso de catalogación hecho por especialistas y expertos)”.

Así, el legado de los dos esposos ganadores del Premio Nacional de Cultura (1995) no se apoya solamente en sus indagaciones sobre el arte y la historia, sino en ese pequeño mar de objetos recolectados y salvados. José y Teresa son el punto de partida del concepto del barroco mestizo: la simbiosis y la mezcla. En este obsequio a Bolivia se incluye la imagen del apóstol montado en su caballo blanco, Illapa (dios del trueno), la Virgen Cerro, la sirena y el charango y una rica colección de libros en cuyas páginas se inscriben los anales de la patria y el sentido del pueblo que somos.

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El legado cultural de los Mesa Gisbert

El archivo donado por la familia Mesa Gisbert contiene piezas de gran valor histórico y documental.

/ 13 de marzo de 2019 / 04:00

Los arquitectos e historiadores del arte José de Mesa Figueroa (1925 – 2010) y Teresa Gisbert (1926-2018) habían reunido a sus cuatro hijos, en 2001, para pedirles que cuando ellos murieran donaran los cuadros, las esculturas, los documentos, las fotografías que habían tomado y los más de 10.000 volúmenes que habían llegado a reunir en una larga vida de bibliófilos al Estado boliviano, en provecho de las generaciones estudiosas e interesadas en desentrañar nuestra historia y nuestra identidad en el arte. La noche del jueves 14 de febrero de este año, en una emotiva ceremonia llevada a cabo en el Museo Nacional de Arte (MNA), finalmente se hizo cumplimiento de aquella petición hecha en 2001.

El material bibliográfico causa fascinación no solo al amante de la historia y el arte, sino también al archivista y bibliófilo, y es que en esa ingente colección de libros hay joyas que valen tanto por la antigüedad del objeto en sí mismo, además de por la información que hay en ellas. Y para comprender mejor el valor de este legado, es importante conocer la vida de quienes construyeron y luego donaron este conjunto de bienes culturales a los bolivianos.

“Eran dos personas de un carácter muy fuerte pero que escuchaban, con las que se podía dialogar y que, al hablar, te enseñaban. Doña Teresa era muy analítica. Don Pepe, en cambio, un memorión”, recuerda con nostalgia la gestora cultural Norma Campos Vera, quien compartió mucho tiempo y de manera muy estrecha con ambos intelectuales. “Han sido dos grandes maestros en esto de la cultura en Bolivia. Todo lo que ellos hablaban y escribían, ya era material de una publicación”.

Fue así que criaron a sus hijos respirando cultura y arte y yendo de una iglesia a otra para estudiar las pinturas que había en ellas y tomar fotografías desde varias perspectivas.

Hasta 2017, Teresa Gisbert siguió recolectando material valioso como parte de una colección que había comenzado a formarse en 1954. Después de 63 años de paciente labor, el material ha sido preservado de la corrosión y el deterioro gracias al cuidado de Mesa y Gisbert.

Ambas fueron vidas dedicadas a la investigación y al estudio. “Estos dos grandes profesionales de la cultura boliviana se complementaban”, resume Campos. Y es que los dos eran arquitectos, historiadores e investigadores del arte. Se inmiscuyeron con la misma pasión en la defensa del patrimonio cultural y defendieron la preservación del material histórico. Él y ella fueron, para Campos, “los más importantes historiadores del arte de los siglos XVII y XVIII; hicieron una investigación profunda de las técnicas y procesos artísticos y revalorizaron las iglesias antiguas del área rural, donde había concentrada una riqueza valiosísima de obras, además de las iglesias en sí mismas”. Juntos dieron la forma definitiva al concepto de barroco mestizo.

“Ha sido un rescate de toda una vida”, agrega Campos refiriéndose al proceso en que se fue engrosando el archivo. “Es un material de consulta que ha permitido, tanto a profesionales bolivianos como extranjeros, descubrir muchas cosas de nuestra identidad”.

La escritora de literatura infantil Isabel Mesa Gisbert, hija de los historiadores, recuerda la importancia de este legado: “Me acuerdo que en 2001, cuando mi hermano Andrés que vive en Barcelona llegó de visita, mis padres nos reunieron (a los hermanos) para pedirnos que, cuando ellos murieran, donáramos al Estado el archivo y la biblioteca que habían recolectado a lo largo de sus vidas”. Isabel dice que ésa era una forma de retribución al país por lo que Bolivia había dado a la vida de ambos investigadores. No es exageración el llamar reliquias a las piezas de esta donación, pues incluye desde tomos de historia nacional hasta ejemplares raros de historiadores universales; desde libros de teoría iconográfica del arte hasta ensayos y tratados modernos de arte pictórico. La cantidad es oceánica. Y casi todos los elementos tienen valor tanto por su contenido informativo cuanto por su misma cualidad de objetos antiguos.

Cergio Prudencio, presidente del directorio de la Fundación Cultural del Banco Central (FCBCB), asegura que esta donación es importante porque “permite a estudiantes e investigadores acceder a todas esas fuentes que la pareja Mesa Gisbert acumuló a lo largo de su trayectoria de investigación y de estudio sobre cultura boliviana”. La donación es, también, un incremento al patrimonio de la FCBCB, que como institución tiene como objetivo el resguardo de capitales culturales. Prudencio informa que la FCBCB se encargó de hacer el inventario de todos los libros, fotografías y bienes culturales.

¿A quién le puede interesar el contenido de este legado? Isabel Mesa Gisbert afirma que la biblioteca no es una colección que tiene de todo, sino más bien que se trata de material de consulta especializado. Es una colección técnica, digámoslo así, que abarca temas de arquitectura, arte, antropología y algo de arqueología. Son aproximadamente 10.000 volúmenes los que han pasado a ser parte del patrimonio estatal.

“En cuanto a obras de arte pictóricas —indica Mesa—, mis padres tenían obras tanto coloniales como contemporáneas. Hay Holguines —obras de Melchor Pérez de Holguín (1660–1732)— hay pinturas de los siglos XVII y XVIII…”. La colección es variadísima, pues también hay pinturas sobre metal y dibujos de Gil Imaná (1933) y María Luisa Pacheco (1919-1982), entre otros.

Otros elementos importantes son los textiles, las cerámicas precolombinas, las esculturas y los retablos populares con imágenes de santos. En total, entre pinturas, textiles, cerámicas y retablos, se cuentan más de 260 piezas donadas al MNA.

Pero esta ofrenda cultural o legado investigativo de los Mesa Gisbert no estaría completa sin el archivo fotográfico. “Mi padre tomaba las fotos y las revelaba con un tío que teníamos, y eran ésas las que iban a los primeros libros de historia que escribieron”, recuerda Isabel. Las imágenes eran todas en blanco y negro. Son algo así como 30.000 fotografías. Pero además, la familia está preparando la donación de unas diapositivas a color, que más o menos contienen unas 15.000 imágenes.

Aunque los resultados que obtenga la sociedad gracias a esta donación los dirán el tiempo y los años, ya podemos entrever que será inmenso y provechoso. Un archivo, un repositorio, son siempre una piedra del cimiento que sostiene a la cultura de un lugar o de una sociedad, según el caso.

“En casos especiales —destaca Prudencio—, el investigador podrá acceder al material fotográfico en formato físico, pero la digitalización permitirá que el material esté disponible en el sitio web de la fundación”. Los investigadores podrán acceder fácilmente al material bibliográfico dado que, según Prudencio, “el Archivo y Biblioteca Nacionales Bolivia es seguramente el repositorio de mayor libre acceso en el mundo. Nosotros tenemos toda nuestra documentación digitalizada en nuestra página web. Eso sí, antes de subir el material, debemos completar los procesos técnicos (proceso de catalogación hecho por especialistas y expertos)”.

Así, el legado de los dos esposos ganadores del Premio Nacional de Cultura (1995) no se apoya solamente en sus indagaciones sobre el arte y la historia, sino en ese pequeño mar de objetos recolectados y salvados. José y Teresa son el punto de partida del concepto del barroco mestizo: la simbiosis y la mezcla. En este obsequio a Bolivia se incluye la imagen del apóstol montado en su caballo blanco, Illapa (dios del trueno), la Virgen Cerro, la sirena y el charango y una rica colección de libros en cuyas páginas se inscriben los anales de la patria y el sentido del pueblo que somos.

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