Icono del sitio La Razón

SøREN

Desde muchos puntos de vista, Søren es una película por demás particular y escabrosa. Causa asombro, y no necesariamente por las buenas sensaciones que despierta en quien la ve. Es como un libro novelesco o poético de los más nuevos y más desaforados o una obra literaria de homosexuales que causaría pavor a los lectores románticos y fanáticos de la secuencia clásica del arte. Desde el punto de vista del fondo, es una película que aborda asuntos que para algunos sectores de la sociedad siguen siendo tabúes o vetas prohibidas. Desde el punto de vista de la forma, lo repito, sigue la estructura de las narrativas más nuevas y, casi por sinergia, más extravagantes. Un largometraje innovador en la cinematografía boliviana, sobre todo por estos elementos que acabamos de aludir, ya sean buenos o malos.

La historia es exagerada y sexualmente exuberante. Quizá no se necesite llegar a tales extremos. No es tanto la libertad cuanto el libertinaje. No es la secuencia lógica de lo que el ser humano hace en el contexto de su libertad ni lo que una persona liberal podría hacer realmente en un escenario de posibilidades restringidas como es el escenario de este nuestro mundo. Es más bien la ruptura de la vida serena en un contexto en que las contingencias son tan amplias y tan raras que el hombre no se domina porque sencillamente no puede hacerlo. Los protagonistas de esta cinta se desenvuelven no en el área de la libertad humana, sino en la de la anarquía. A pesar de que son temas —como la poligamia y la homosexualidad— por demás ya abordados en distintas expresiones del arte contemporáneo y en expresiones artísticas que pretenden ser bandera de reivindicaciones de orden social y político, hay que reconocer que Valdivia hace una representación de esos temas de una manera algo innovadora, sobre todo desde el punto de la representación narrativa.

Se necesita prestar una atención especial para saber cómo se quiere contar la historia y qué es la historia en sí misma. Y es que primero la pantalla se agranda para narrar un presente y luego se achica para contar el pasado, o al revés. Así, la narrativa sigue como un paralelismo ubicuo y el espectador tiene que estar constantemente hilando pretéritos y presentes para entender el porqué de los sucesos. La película trata de una pareja que llega al matrimonio, uno tan confuso como la película en su integridad. Se casan no solamente dos personas diferentes, sino dos estratos diferentes, pues tanto él cuanto ella provienen de clases sociales muy distintas en que las cosas de la vida se hacen de distinta forma. Los atrae el amor, pero un amor muy inestable y tan delicado como hilo de seda. En realidad, no es amor. No puede ser amor. Sino más bien una cosa como atracción efímera y circunstancial que está más relacionada con la carne que con el alma. No existen sentimientos de cariño verdadero, sino atracciones fugaces que, con la evolución de la sociedad contemporánea, parecen haberse expandido en el mundo de hoy. Es como si el amor platónico, la afinidad intelectual, los sentimientos románticos y las conexiones del alma estuvieran exiladas. Los besos no son expresiones del alma sino gestos de una afinidad carnal del momento. Pues lo que se ve en realidad, o lo que se intuye (porque nada está dicho claramente), es una mera atracción de la carne o la afinidad de intereses materiales que están allende las cosas verdaderamente altas del corazón y el alma.

Esta película es un símbolo y sus mensajes están ocultos, algunos tan ocultos que ni al cineasta más conspicuo se le van a revelar. El mensaje no es claro en ningún lugar, tiene que ser descifrado o intuido. Es una película-símbolo. Y esto porque la narrativa no es clara ni sigue una secuencia clásica-lógica. Las cosas no dicen, sino que sugieren. Hay escenas que, si se toman como con pinzas, es decir, sueltas, tendrían igualmente validez porque son como imágenes alegóricas o emblemáticas de una realidad que pretende ser expresada prescindiendo de una historia o un relato secuencial.

El desplazamiento de las cámaras de un lado a otro hace la trama todavía mucho más confusa. Se muestran lugares urbanos, como cholets y casitas de ladrillo sin fachada, y paisajes rurales, como ríos caudalosos y boscajes verdes. Los diálogos no son coherentes y hay cosas que están por demás. Hablando de la actuación de los artistas, podría esperarse mucho más. Algunos gestos son forzados y muchas expresiones, obligadas.

Con todo, Søren es una innovación formal, no quepa duda alguna, y busca ser una expresión íntima, muy íntima quizá, no del narrador de la historia (hablando en términos de la narratología cinematográfica), sino del autor de la misma, que pretende verter sus ideas sinceras en una obra revolucionaria.

Ficha técnica

Año: 2018

Duración: 104 minutos

Países: Bolivia/México

Guion y dirección: Juan Carlos Valdivia

Productores: Juan Carlos Valdivia, Joaquín Sánchez, Ximena Valdivia