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El enigma de Charlotte Gainsbourg

I  shut my eyes and all the world drops dead; I lift my lids and all is born again” (Cierro los ojos y todo el mundo muere; Levanto los párpados y todo vuelve a renacer), forma parte de Mad Girl’s Love Song, poema de Sylvia Plath que Charlotte Gainsbourg toma prestado para una de sus canciones. Es quizás el aura terrible pero luminosa de Plath que envuelve también la obra de la hija el último bohemio de París, quien construyó una fascinante carrera como un enigma de culto y belleza.

Actriz, musa del director danés Lars von Trier, siempre rodeada de visionarios talentos musicales, labró un singular camino donde su curiosidad y timidez permean sus producciones, dándole una profunda personalidad a su trabajo, debido a su don más preciado: la interpretación.

Hija del popular cantante de la chanson francesa Serge Gainsbourg y una de las primeras fashionistas, la modelo inglesa Jane Birkin, Charlotte nació siendo ícono, ganó un César a los 14 años y —en un ámbito más mundano— quedó registrada en nuestras retinas como Claire Dylan —pareja de Bob Dylan—, en la película I’m not there (2007).

“Esta es la primera vez que tengo la impresión de que puedo ser yo misma. No tengo que fingir nada”, dijo a los medios la cantante, actriz y directora, recién tras 47 años, cinco discos, más de 50 películas y tres hijos. Terminó hace poco una gira por Europa, cantando los primeros temas de su autoría.

Con un muy buen olfato artístico supo rodearse de los mejores colaboradores desde sus inicios, el 2004 inspirada por Betty Gibbons (Portishead) decidió contratar al dúo francés Air —saliditos de publicar el magnífico soundtrack de Lost in translation (Sofia Coppola)— y al talentosísimo Jarvis Cocker para armar el que sería su primer disco, 5.55 (2016), que además fue producido por la leyenda contemporánea, Nigel Godrich, famoso productor padre de Radiohead.

Pasaron apenas tres años y mientras se disponía a rodar la trilogía de la depresión de Von Trier (Anticristo, Melancolía y Nymphomaniac) lanzó su segundo álbum, esta vez Beck fue el encargado de escribirlo, hacer los arreglos y producirlo, buscando encontrar ese impulso para la transición hacia la madurez musical de Gainsbourg.

La placa salió en 2009, IRM (Imagen de Resonancia Magnetica, debido a un derrame en un accidente de esquí acuático que sufrió la cantante), levantó muchos pulgares de la crítica, tiene letras de poemas de Apollinaire y la base de un ruido de tomógrafo de referencias.

Charlotte logró el disco de la consagración con Rest (2017), obra modesta, íntima y muy personal. Una trabajo sobre el duelo por la muerte de su hermana mayor.

En francés rest significa permanecer y en inglés, descansar. Saquen sus conclusiones.

Esta tristeza encarnada en la memoria y el corazón necesitaba un hilo conductor, de esta manera llamó al iconoclasta del tecno francés, Sebastian Ackoté, multi-instrumentista conocido por sus remixes de Daft Punk y su trabajo con Frank Ocean.

Sin duda SebAstian hizo las conexiones y los puentes entre el dolor y la muerte, entre pasajes enérgicos, pop estilizado, bajo un tono de película retro, hecho de cuerdas con los arreglos de Owen Pallett y pianos antiguos. Otra cosa imprescindible es la colaboración de Guy-Manuel de Homem-Christo (Daft Punk), cuya mano es absolutamente visible, además del apoyo también de Paul McCartney, sí el ex Beatle, y Connan Mockasin.

El nuevo trabajo de Charlotte, denominado Take 2 representa una especie de Lado B de Rest. En el EP, también producido por SebAstian, hace que los dotes de interpretación se vuelvan la principal fuerza creadora de la artista, con una melancolía anclada en la música electrónica y los sintetizadores.

La belleza tenebrosa de su música se convierte en drama gracias a la pericia en el manejo de los sintetizadores con momentos orquestales que logran una paleta sónica que derrumba. Todo con elegancia y fragilidad, lo que caracterizan a Charlotte.

El trabajo tiene referencias al ítalo-disco, también pasajes vanguardistas con tintes pop que se conectan con guitarras acústicas, pianos melancólicos y murmullos orquestales.

El material se resume en cinco temas, tres de ellos inéditos y dos interpretaciones en vivo. No dura más de 20 minutos en los que Charlotte muestra que su discurso es tan diverso como sus pulsiones artísticas.

Delicadeza y elegancia en una impecable Such A Remarkable Day que carga con toda la fuerza classy de la electrónica francesa actual, la pureza de la canción francesa estilizada, como reviviendo el genio de la sensualidad de su padre (Serge Gainsbourg) en Lost Lenore y un movido dance-pop con Bombs Away. El disco contiene además un cover de Runaway de Kanye West y finaliza con una hermosa versión remixada en vivo —con seis músicos sobre el escenario— de su hit Deadly Valentine.

Nada más que pedir: belleza en el arte y la música con Charlotte Gainsbourg.