Icono del sitio La Razón

Julia Vargas Weise, regreso a su universo

La importancia del archivo de imágenes que dejó la fotógrafa y cineasta boliviana Julia Vargas Weise (fallecida el 1 de abril de 2018 en Barcelona, España) no solo radica en la calidad y cantidad de imágenes que tomó —fotográficas y audiovisuales, tanto artísticas como históricas— sino en el mecanismo creativo que revelan.

Sus cuadernos de trabajo muestran el cuidado que tuvo en la edición de cada retrato y paisaje, así como las diferentes etapas que surcó su propuesta: desde composiciones abstractas cuando era más joven, hasta su conexión con Bolivia, años después.

Gracias a la decisión de su familia de crear una fundación con su nombre, el legado de la primera fotógrafa profesional en Bolivia podrá alimentar la mirada de nuevas generaciones. “La idea es que sus fotografías salgan de las cajas, que no se queden ocultas ahí. Queremos que su producción se conozca y que vuelva a encontrarse con los lugares y pueblos que retrató”, explica la también artista Natalia Fajardo Vargas, nieta mayor de la fotógrafa.

Julia Vargas Weise nació en Cochabamba, en 1942, y se formó en la Ecole des Arts et Métiers en Suiza hasta 1963. Luego volvió y dedicó su vida a registrar las aristas y pliegues de Bolivia. Tras haber trabajado en Los Hermanos Cartagena (1984), de Paolo Agazzi, el cine comenzó a seducirla, hasta que en los años 1990 se lanzó a dirigir cortos. En 2004 filmó Esito sería… su primer largometraje, al que le siguió Patricia, una vez basta (2006) y Carga sellada (2015).

“Durante 10 años privilegió el cine. Carga sellada fue una forma de ganarse el título de cineasta, en sus propias palabras. Así que tras la presentación, volvió a su primer amor, la foto”.

Murió en 2018, con un libro retrospectivo sobre su trayectoria a punto de entrar a imprenta y un documental ya editado, al que le faltaban detalles de posproducción. Un año después, sus tres hijos pusieron en las manos de Fajardo una gran tarea: erigir una fundación que se encargue de lanzar ambos proyectos y de ordenar y abrir al público el archivo que la creadora dejó.

Por ahora cajas —azules para las fotos, blancas para los negativos y las diapositivas y marrones para equipos, cintas y videos— son los custodios de una vida dedicada a las imágenes.

“Era muy organizada. Además de que todo está etiquetado desde hace varios años que comenzó a digitalizar su archivo, lo cual nos ha ayudado mucho”.

Entre aquel material resaltan sus cuadernos, que tienen versiones pequeñas y numeradas de cada retrato que tomó, con apuntes y observaciones registrados para editar y hacer mejoras. Otra muestra de su organización es que guardó negativos de trabajos suyos, incluso de la época en la que estudiaba en Suiza. “Fuera de ser un gran recurso para conocer su trayectoria, los formatos en sí mismos son un testimonio de la historia de la fotografía y sus equipos y registros fílmicos, del desarrollo del audiovisual y el cine”, detalla Fajardo mientras abre la caja marrón que custodia la cámara Hasselblad, la favorita de Vargas.

El libro que dejó en puertas de imprenta recoge lo que ella consideró más importante de su labor gráfica desde 1960 hasta 2016, lo que abarca más de cinco décadas. Está dividido en dos, titulados provisionalmente como Parajes evocados y Rostros y Rastros, y será presentado a fines de 2019 o principios de 2020.

“La milagrera es su último documental, inédito. Porque si bien estaba más enfocada en las fotos, no dejaba de trabajar en otras cosas. Narra la historia de una muchacha que fue violada y asesinada, para después ser beatificada. Todo en un pueblo de Cochabamba”, explica.

Debido a que la fundación aún debe tramitar su personería jurídica las fechas de presentación están por confirmarse. Sin embargo, Fajardo y la familia hacen esfuerzos para que al menos los cortos puedan exhibirse en eventos como la Larga Noche de Museos. “Aún nos estamos zambullendo en todo lo que dejó.  Pero de lo que sí estoy segura es de que nos encontraremos con aún más material inédito”.