En 2008 un pequeño filme de terror apareció discretamente en el circuito alternativo brasileño. Circulando por festivales y con exhibiciones especiales, Mangue Negro provocó una pequeña revolución en un género que, por años, tuvo como única gran referencia al cine de José Mojica Marins, más conocido como Zé do Caixão. Diferente de lo que se pensó a lo largo de los años, Mojica fue el primero (con A Meia-Noite Levarei sua Alma, de 1964), pero no el único cineasta de terror brasileño. Entre él y Rodrigo Aragão, muchos nombres sobresalieron en el género, pero fue el director de Mangue Negro que impulsó toda una nueva generación de realizadores que vieron las oportunidades para dedicarse a obras estrictamente de terror.

Con Mangue Negro, Aragão se presentó como un reinventor y un aglutinador de formas. En un pueblo de pescadores, próximo al litoral de Guarapari, muertos vivientes de cuerpos putrefactos atacan violentamente a los moradores locales de los manglares. Para salvar a la chica que ama, uno de los trabajadores del lugar recurre a una bruja. Ella lo orienta a buscar veneno de pez globo para tratar de curar a la mujer que fue mordida por las criaturas. Con un presupuesto pequeño (60.000 reales, unos 120.000 bolivianos), un equipo de siete personas y toda la experiencia de Aragão en el trabajo de maquillaje que desarrolla hace muchos años, el filme reveló una impresionante mezcla de horror e irreverencia, exaltando nombres como Sam Raimi (The Evil Dead), Jonh Landis (Un Hombre Lobo en Londres) y Peter Jackson (Dead Alive) al mismo tiempo de basarse en creencias locales y populares típicamente brasileñas en un paisaje de los manglares de Capixaba (municipio brasileño) que sufren constantemente los efectos de la polución ocasionada por las grandes industrias.

El filme abrió camino para una serie de otros filmes, en los cuales Rodrigo Aragão mezcla, con originalidad y vigor, cuestiones de medio ambiente con elementos típicos del horror, haciendo justicia a la mejor tradición del género como posibilitador de alegorías políticas y contemporáneas. A Noite do Chupacabras (2011) y Mar Negro (2013) formaron con Mangue Negro una alegoría de historias que no solo aterrorizan y divierten a millares de espectadores en Brasil y en otros países (como es costumbre, el terror de Aragão hace mucho más suceso en el exterior) como propusieron nuevas formas de aproximación al paisaje de un estado poco filmado en el cine brasileño (Espíritu Santo) en paralelo a una bienvenida libertad y revitalización en el manejo de los códigos de género, construyendo imágenes de gran impacto, algunas de ellas sin duda inolvidables.

En el embate de los filmes de Aragão, toda una nueva fase de terror brasileño se rebeló, con trabajos notables de cineastas como Pedro Biscaia Filho (Morgue Story y Nervo Craniano Zero), Marcos DeBrito (Condado Macabro), Marcel Izidoro (productor de O Diabo Mora Aquí), entre otros. En 2015, de cierta forma celebrando ese momento único que generó Mangue Negro, Rodrigo produjo y coordinó el proyecto As Fábulas Negras, filme dividido en episodios con participación de Joel Caetano y Petter Baiestorf (nombres conocidos en el medio alternativo del terror) y del maestro mayor de todos los tiempos José Mojica Marins, que dirigió el episodio llamado Saci (criatura que es parte del imaginario popular local). El ciclo de alguna manera se completa aquí, más en términos de catalogación. Pues la jornada de Rodrigo Aragáo y sus monstruos terribles todavía está en pleno camino.

*Traducción del portugués: Marcelo Cordero.

Este texto se escribió para el catálogo del VIII Festival Internacional Pachamama Cinema de Fronteira en 2017.

El filme ‘Mata Negra’ se podrá ver desde el 25 de abril en la Cinemateca Boliviana.