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‘Avengers: Endgame’ Al servicio de los fans

Previniendo quejas, el autor del texto aclara que en esta reseña no hay ‘spoilers’

/ 2 de mayo de 2019 / 13:00

Endgame es lo que promete: un fanservice (producto pensado para satisfacer a los fanáticos) para todos los que llevan 10 años siguiendo las películas de Marvel. La estructura de esta última parte está tan planificada en ese sentido, que un 50% de toda la película es revisitar momentos clave de películas anteriores con el único fin de provocar sentimientos de nostalgia. El recurso del viaje en el tiempo es flojo y peor es la justificación que lo sustenta; en un punto clave los personajes empiezan a citar nombres de películas clásicas que involucran viajes en el tiempo, solo para terminar diciendo que todas ellas no son reales porque dos personajes sí pueden coexistir en la misma línea temporal y que el pasado no tiene que afectar necesariamente el futuro si se sabe cómo intervenirlo. Que los nerds deshagan esa absurdez en las redes, porque todo lo que sigue se sostiene por esa única premisa.

Que dejes la lógica fuera de la sala es una necesidad. Sea por la necesidad de complacer a todos los fans o porque el tiempo en que debía estrenarse lo exigía, este guion tiene fallas e incoherencias por todas partes. Muchas decisiones de los personajes parecen basadas meramente en el capricho de los escritores que necesitaban que fuera así, escenas son reinterpretaciones de anteriores películas que, no importa cuán emocionantes sean, no pueden justificarse así como así.

De hecho hay un momento con un personaje que creíamos muerto, que hace algo que al hacerlo contradice todo lo demás en su historia posterior, no importa si la excusa es que luego todo volverá a la normalidad. Ese momento ocurre y algo debió suceder porque si no, ocurre para nada. De hecho, pareciera que solo sucede para extender la historia 20 minutos más en una nueva minimisión.

Pero… esto no hace que Endgame sea mala. Endgame es todo lo que promete: un final épico que busca divertir, emocionar y responder cada pregunta que sea necesaria para dejar a los fans felices al final de las tres horas. Ese tiempo, tres horas, es uno de sus puntos débiles porque lo mejor de la película son los 30 minutos de batalla final. Treinta minutos que no necesitaban ese prólogo de dos horas y media antes. El humor lo hace pasable pero a diferencia de Infinity War, aquí no hay un antagonista que nos ponga al filo del asiento. No hay todas esas interacciones entre personajes por primera vez que jamás creímos ver juntos.

Son los seis vengadores clásicos desarrollando sus relaciones interpersonales y cumpliendo minimisiones. Este formato le resta suspenso. Hasta el niño más pequeño sabe que todos esos momentos se resolverán satisfactoriamente. Infinity War fue la montaña rusa emocional que fue, gracias a todo lo que estaba en juego, todo lo que podía perderse y al final se perdió. Endgame parte con explicaciones emocionales de lo que debe significar vivir con esa pérdida, de cómo incluso algunos pueden ser felices en ese mundo y los demás no puedan tolerarlo o incluso deben sentir envidia. Estos dramas son interesantes en páginas de cómics porque hay el tiempo para explorarlos, ver mil facetas a partir de esto, pero en una película que necesita poner algún montaje de acción cada 15 minutos, todo queda medio cocinado. Decisiones tomadas sobre los personajes también son cuestionables. Viuda Negra y Haweye evolucionan casi sin explicación mientras que Nébula y Thor reciben tanta exposición que casi se vuelven caricaturas en una película que se esfuerza por verse seria. Los personajes que poseen magia no aportan nada y otros simplemente no están porque sino todo terminaría en cuestión de cinco minutos.

Incluso al villano máximo Thanos se le resta, no una sino dos veces, su peligrosidad. Todas son decisiones necesarias en un guion que requiere toda la ayuda posible para justificar que los héroes logren vencer al final. Un final que pese a estos tropiezos previos es tan impresionante y tan magnífico que solo eso justifica ir a verla de nuevo. Lo que seguramente pasará.

Agreguemos a todo este menú los haters criticando a los que hacían fila en los cines, los spoilers que eran o inventados o ciertos pero inundaron el face y los foros, y 24 horas antes del estreno en Bolivia, la famosa versión filtrada desde China (pésima calidad) y la otra versión rusa (mejor imagen y auspiciada por la mafia rusa y una página de apuestas, 1xbet, que descaradamente insertó dos spots en la copia) que estaba en todos lados para descargarla.

Un fan promedio ya llevaba días desconectado de toda red social y su única meta en la vida era llegar a la sala de cine y disfrutar la película como él creía que debía disfrutarse: pantalla grande, todo sorpresa y junto a fans de verdad como él.

Al salir a las 04.00 le pregunté a uno su opinión y ésta fue su respuesta: “No funcionó todo pero tampoco fue una total decepción. Es como el final de una novela después de años. Solo quieres cerrar ciclos como sea. Y te aferras al fanservice que representa”. Gritó emocionado y fue a sacarse fotos con un cosplayer disfrazado de Thanos.

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Criticando a los que se llaman críticos

Quién es y cómo se hace un crítico y qué relevancia cobra la red como vía para expresar jucios de valor; Callejas expone sus argumentos.

/ 18 de septiembre de 2019 / 00:00

Qué fácil es creerse crítico en estos tiempos donde cualquiera puede conectarse al internet y dejar su opinión sobre lo que desee. Qué crítica la situación también, porque cualquier ser puede tener su opinión impresa y ser un referente para las masas consumidoras. Se dice que si sale en televisión o si está impreso, debe ser verdad. Se cree que hay un filtro mediador que se asegura que lo colocado no sea falso o Dios nos libre, una mera opinión personal.

Pues no. Eso no es cierto siempre. Cuenta la leyenda que allá por 1996, George Lucas anunció que iba a relanzar la amada trilogía Star Wars de vuelta en cines con retoques mejorados. En esos momentos, el internet estaba gateando todavía, antes de convertirse en el monstruo omnipotente que es actualmente, pero aun así un hombre, Harry Jay Knowles, se conectó en diciembre de 1996 y subió una efusiva carta que le advertía a Lucas que ni se atreviera a tocar, o peor, arruinar la trilogía original. Knowles había leído algunos rumores de que George Lucas habría “mejorado” digitalmente escenas y que planeaba sorprender a los fans. Knowles, fan acérrimo, dijo: “yo no me atrevería a enojarlos (sobre los fans), en una semana esto podría salirse de control”. Y sugería en su escrito que si de hecho estas escenas arruinaban el legado, los fans usaran la red para atacar y hacerse oír. Lucas no hizo caso de estas pequeñas advertencias.

Veintitrés años después, la gente sigue escribiendo en blogs, chatrooms y donde se les pinte la gana su desprecio por las modificaciones hechas a la trilogía original. Odian los cambios, odian los blu ray perfectos y odian que no se puedan conseguir los originales en la calidad que quisieran, inmaculados sin tocar.

El camino que ha tenido el internet para darle voz a cualquier ser humano (y a veces robots y gatos) es inconcebible. Knowles se convirtió en una especia de figura mesiánica en su momento a través de su página de rumores Ain´tItCoolNews, y llegó a tener tanto poder que los estudios de cine lo invitaban a ver filmaciones y hasta participar de ellas con tal de ganar su opinión en línea.

Allí comenzó a perder credibilidad. Cuando su opinión dejó de tener sinceridad y era una pieza más del marketing comprado de las productoras. Poco confiable, la gente empezó a crear sus propias plataformas de opinión. De un momento a otro cualquiera empezó a creerse un crítico cuya opinión debía tener valía.

Está bien si estas opiniones personales se quedan en los apartados de “comentarios”, pero ¿qué pasa cuando estos neófitos toman los medios de comunicación tradicionales? ¿Se supone que la libertad de expresión involucra bajar los parámetros de calidad, contenido y profesionalidad? Porque la verdad absoluta es que ser crítico es una profesión también, una que nace de investigación, consumo masivo de información relacionada a un área y por encima de todo, es una profesión que necesita de criterio. La capacidad de saber destilar una tesis coherente que la gente pueda asimilar y aprender de ella. Una crítica jamás va por el “me gusta” o “no me gusta”. Hasta la canción más mala del mundo puede tener un valor que exprimirle si uno lo desea así.

Entre los varios clichés que arrastran los pseudocríticos locales está creer que el lenguaje debe ser complejo, alegórico, hasta rimbombante, sin darse cuenta que más de una vez caen en absurdos risibles. A leer algunos comentarios de “críticos” bolivianos: “abandono negligente”, “placeres amnésicos”, “subordinarse al objetivo discursivo”, “superposición de mecanismos explicativos”.

Otro cliché odioso es creer que la palabra crítica es justificativo para atacar, para ensañarse y para decir solo cosas negativas de algo. Esa sensación esnobista de algunos que creen saber más, que creen que hubieran podido hacerlo mejor y empiezan a dar cátedras que nadie pidió sobre todo lo que pudo ser diferente sin entender de dónde vino el producto que están consumiendo.

Aquí es donde el aficionado se separa del profesional. Un crítico de verdad recibe acceso a información que es vital para comprender el look final de la canción, libro o película que se le ha invitado a criticar. Porque esto es cierto: en el mundo real los críticos tienen nombre y apellido y los creadores los buscan para que ellos de verdad den un input incluso antes de que salgan los productos esperando que la información adjunta les ayude a poder promover una opinión construida a partir de toda la información disponible que explica lo que están evaluando. Sí importa dónde se filmó, qué pensó el escritor o cuánto se involucró la actriz con su papel.

En un mundo ideal, la gente conoce a los críticos y cada uno tiene su favorito porque leyéndolo se da cuenta de que su opinión es una guía invaluable a la hora de separarse de contenidos que no merecen la pena. Peter Travers, de la revista Rolling Stones, es un estandarte para los rockeros, gente con gustos literarios o los políticamente activos que saben que no pueden perder tiempo con contenidos que no valgan la pena. Rogert Ebert (1942-2013) y Gene Siskel (1946-1999) fueron dos pilares de la profesión que con el concepto de thumbs up (el dedo en gesto de aprobación) le enseñaron a los estadounidenses a diferenciar el cine arte, el cine independiente y el cine comercial, de producciones superficiales o directamente nefastas. Entre los dos habían visto y reseñado más de 60 mil títulos. Y esto es un estándar entre alguien que desea reseñar, películas especialmente. Saber cruzar información y descubrir de qué películas está plagiando Tarantino o Iñarritu sus escenas icónicas. Porque no basta un “me gusta” para hacerte crítico. Es el conocimiento para saber de dónde viene, quién es el que la hizo, por qué la hizo, qué le costó hacerla, cuánto tiempo lleva gestándose y por encima de todo, de qué corrientes está bebiendo.

Se dice que para que un artesano sea un profesional de su oficio, como mínimo debe destinarle 60 mil horas a su arte. En películas, eso es ver como mínimo 50 mil para creerse un experto. 65 mil discos o leer aproximadamente 30 mil libros.

Así que antes de creer el “es lo mejor que he visto/oído/leído en mucho tiempo”, que viene en comillas escrito sobre una portada, recordar que estas personas recomendando, seguramente, fueron pagadas y ni siquiera deben haber visto, oído o leído lo que están recomendando, porque es así de simple: cualquiera se cree un crítico en nuestros medios.

(*) Alega haber visto 30.000 películas, escuchado 3.000 discos y leído 2.000 novelas.

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La Muerte del género musical

Las características del consumo actual de los oyentes  derivaron en un público más ecléctico y menos purista.

/ 24 de julio de 2019 / 00:00

Pasó poco a poco pero ya es inevitable decir que es una realidad. Los puristas de la revista Billboard pueden llorar todo lo que quieran con los brazos levantados al cielo, pero es cierto: eso de las listas bien formaditas y cuadradas ya no va. Rock, rap, country, latino, pop y etcéteras como tal, no existen más. Calle 13 lo cantó (gritó) con orgullo cuando unió voces con Café Tacuba, Rubén Blades o Silvio Rodríguez. Pero más que duetos que siempre hubo y habrá, es ese cruce de estilos y ritmos y beats que a veces emociona y que a veces confunde, lo que mató a los géneros.

Niñatos irreverentes como Billie Eilish, Lil Nas X, o veteranas como la reina Madonna; que están cruzando, haciendo lazos con nuevos artistas emergentes (cof, cof, Maluma) o creando mezclas inclasificables; son quienes están transformando la música y dándole nuevo sentido a los géneros musicales.

Pero decir que estos cambios son movidas estratégicas de marketeros sería iluso, porque hay un espíritu diferente germinando detrás. Lil Nas y Billie son generación Z y su DNA se siente con fuerza más allá de la música que están interpretando. Está en la vida que están viviendo. Está en su sexualidad. En su ropa, en su actitud hacia la vida.

La generación Z no es la primera en tratar de jugar con los géneros. Ya los millennials antes trataron de saltar entre estilos, pero su música siempre resultó mainstream. Taylor Swift no dejaba de sonar o pop o country. No era difícil distinguir un estilo del otro. Lo que distingue la música que se está cocinando actualmente es lo híbrida que puede llegar a ser en una misma canción.

Y esta característica tiene mucho que ver con los hábitos que se dan en nuestro consumo de música. No existe una sola persona ya que escuche un solo disco cuando sale a la calle con los audífonos conectados al celular. Somos la generación de los playlists. Y ya no son listas de un solo género, son listas donde mezclamos hasta cinco géneros diferentes. Escogemos y armamos playlists con canciones favoritas que cubren desde bailables, temas para cantar o aquellos clásicos que no queremos soltar y le ponemos nombres tontos como: “Gimnasio Lunes”, “Canciones para ir al trabajo”, “Conduciendo al súper”, etc. Algunos son más originales: “Tesis triste, tesis feliz”, “Cómo odio esta oficina” o mi preferida: “Cristian… estoy embarazada”.

Pero en estos hábitos nuevos, para la generación Z el uso de las redes sociales es muy importante. Lil Nas X es popular en Twitter y usó TikTok (si tienes más de 25 años y realmente sabes qué es esto… felicidades) para lanzar su video Old Town Road, que tuvo un golpe de suerte con una tendencia viral que surgió a fines del año pasado y repuntó este año sobre los vaqueros de color: la “agenda yeehaw”, que le permitió a su video convertirse en uno de los más vistos en Estados Unidos y de lo más comentados entre los jóvenes de color. Billie Eilish también usa las redes sociales para mantener contacto con los fans, tener un ir y venir de opiniones con ellos, estrenar videos, comentarles fechas de sus conciertos, regalarles entradas, entre otras cosas. Estas redes de hecho permitieron que artistas de habla no inglesa que tenían antes limitaciones de difusión salten a la palestra de inmediato y circulen en circuitos tipo Coachella. Son artistas como Rosalía, Bad Bunny, Sofía Reyes, Blackpink o BTS.

Los “Gen Z” han crecido con apps y plataformas que les permiten crear o distribuir música mucho más fácilmente. Estas herramientas ya no son exclusivas de los magnates de la industria musical. Billie Eilish, por ejemplo, descargó una aplicación a su celular para componer canciones cuando tenía 13 años y junto a su hermano subió sus composiciones a SoundCloud para que la gente las descargara gratuitamente. Ocean eyes se hizo famosa de esa manera. Se subió a la nube. Unas horas le bastó para llamar la atención de la gente.  Una web, Hillydully la reposteó y en menos de unos meses el tema se comenzó a hacer más y más popular de lo que cualquiera hubiera esperado, al punto de que en menos de tres años, Bad Guy, de Eilish estaba cerrando la película Brightburn (2019) y ahora es una de las cantantes más populares del mundo.

Mientras seas interesante, la industria vendrá a ti. Dominic Fike, de 23 años, firmó su contrato por 4 millones de dólares estando arrestado en su casa. Subió un EP que mezcla hip hop, música indie y guitarra acústica en distintos géneros, que inició una guerra entre disqueras por contratarlo primero. La originalidad de su estilo es subjetiva, pero las mediciones ya no parten por ventas sino por descargas. De allí que tener un disco de 12 canciones no sea tan rentable como sacar dos o tres temas y si la gente dice “esto es lo que quiero”, eso es lo que la maquinaria marketera apoyará por detrás.

Esto es prueba de que la música ya no se basa en tener contactos en la industria, solo tener talento… o suerte… y una computadora y una cuenta en SoundCloud. De ahí los ejecutivos vendrán a ti con la chequera y posiblemente Madonna querrá hacer el dueto contigo en español, portugués o coreano.

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Los Beatles, ‘Yesterday’ y el cine que se pierde

La película está dirigida por el director inglés ganador del Oscar, Danny Boyle.

/ 17 de julio de 2019 / 15:48

En 1966 John Lennon dijo, en un contexto que aludía a que el cristianismo estaba perdiendo fuerza frente a contenidos populares superficiales, que los Beatles eran “más populares que Jesús”. Una vida le llevó disculparse por esa frase. 50 años después, la idea de los Beatles como la banda más querida de todo el planeta sigue estando en pie.

Yesterday (2019, Danny Boyle) es la nueva prueba de ello. Se trata de una simpática película que narra la historia de Jack Malik (Himesh Patel), un inmigrante hindú viviendo en Inglaterra, aspirante a músico, que está a punto de dejar su sueño cuando un extraño (mágico) apagón mundial lo involucra en un accidente que le hace perder dos dientes, pero a la humanidad entera le hace perder el recuerdo de que alguna vez existieron los Beatles (¡!).

Sí, la explicación no tiene sentido, pero es apenas una excusa para poner en marcha la historia. Parte de la diversión al inicio es el esfuerzo de Jack por recordar las letras (Eleanor Rigby es su némesis) y luego hacer que las personas le den la merecida importancia al evento del cual están siendo partícipes: una divertida escena ocurre cuando trata de interpretar Let it be frente a sus padres y es constantemente interrumpido, lo cual le hace estallar enojado. O el estreno de I wanna hold your hand en un cumpleaños con niños jugando sin prestarle atención. Pero poco a poco el mundo empieza a escuchar; después de todo, estas son las mejores canciones que ha conocido la humanidad, y un día Ed Sheeran toca la puerta de Jack. Sí, ese Ed Sheeran porque… pues porque es Inglaterra supuestamente y eso puede suceder (su aporte cambiando Hey Jude por Hey Dude es brillante).

La historia avanza predeciblemente hacia el ascenso a la fama. Ayuda mucho que esta película la dirija Danny Boyle (Trainspotting, Trance, The Beach, 28 Days) para imprimirle efectos visuales dinámicos, divertidos, a veces hasta ingenuos (el nombre de las canciones flotando en medio de túneles, estaciones, parques). La música está ahí pero nunca como piezas completas. Himesh Patel las canta, y su voz tiene la inocencia y la dulzura necesaria para respetar y aportar a los temas originales.

Es inevitable no mover el pie al reconocer los temas clásicos, pero al contrario que en Bohemian Rhapsody o Rocketman, aquí las canciones son tangenciales. No son la historia, sino pequeñas piezas (fragmentos mínimos a veces y en la segunda mitad casi ni aparecen) que mueven la curva de aprendizaje que pasa el personaje para descubrir que la fama no lo es todo y lo que buscaba estaba a su lado desde el inicio, desde que no era famoso y cantaba covers de Oasis (sí, inteligente detalle) en el colegio: ella, la amiga, el amor platónico de su vida; porque Yesterday es como muchas, una historia de amor con hermosa música de fondo.

Humor hay, sutil. Como la burla a los nombres de los discos que no funcionarían en el mercado actual (¿White álbum?, políticamente incorrecto. ¿Sgt. Pepper, etc.?, muchas palabras). El punto más bajo de la película: Pepsi y su descarado inserto publicitario (en este mundo no existen los Beatles ni la Coca-Cola).

Ahora, si esta es una linda película con mensaje y potencial para verla como fan de los Beatles, de la música, en pareja o en familia, ¿por qué no está en cines y por qué nadie podrá verla en Bolivia hasta mitad de septiembre?

El día que se estrenó mundialmente Yesterday, las salas de cine locales estrenaron dos películas latinas (está bien, pero sabemos que las sacarán en una semana porque nadie las ve), Annabelle 3 (pérdida de tiempo) y una película de dibujos animados checa de 2017. Y estos son algunos de los próximos “estrenos” viejos que se vienen luego: Ted Bundy, Durmiendo con el asesino (actualmente en Netflix), Alcanzando tu sueño (Teen Spirit, disponible en video, quién sabe, en dos semanas),

La noche de las nerds (Booksmart, disponible para descargar legalmente desde hace tres semanas, pero igual, el mejor estreno de ese mes), el remake de El muñeco diabólico (Child’s play, estrenada hace más de un mes atrás), Magia Negra (Santet, película estrenada un año atrás).

Una cosa es que las distribuidoras (Manfer Films, Andes, entre otras) tengan fechas inamovibles para recibir los estrenos, pero rellenar la cartelera con lo que sea tampoco parece justo, si bien podrían ponerse mejores títulos pasados. Ver en pantalla grande películas como Bound by movement, Burn yopur maps, Styx, Kidergarten Teacher (si quieren poner refritos de Netflix), Nancy, Sorry to bother you, fácilmente podrían inspirar, estimular, desafiar la imaginación de un espectador promedio. Exponerlos a un cine diferente, hermoso, inolvidable en muchos casos, que con un buen boca a boca incluso podría ser redituable para las salas, que después de todo es por lo cual ponen una película ahí en primer lugar, ¿no?

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En época de crisis, la música

Los artistas venezolanos abordan la situación actual de su país en sus canciones

/ 13 de junio de 2019 / 14:53

Ahondar en los factores que llevaron a Venezuela a vivir la actual crisis humanitaria, política, económica y social seguramente será tema para varios libros que se escriban en muchos años por venir. En ellos se destacarán las imágenes y videos que a través de redes sociales trataron de romper las censuras y los bloqueos que se establecieron en el país para evitar la mirada (o intervención) de extraños. Pero algo que seguramente será obviado en cualquier libro o análisis será la influencia que estos años tuvo en la música venezolana.

Chile, Argentina y Brasil son ejemplos donde las conflictos sociales, dictaduras y colapsos llevaron a los artistas a producir himnos que se convirtieron en clásicos indiscutibles de la música latinoamericana. ¿Cómo no anticipar que lo mismo también pueda suceder en Venezuela?

Muchos (sino todos) los artistas de esta nota migraron de Venezuela hace tiempo. Escaparon de una situación insostenible para mirar luego atrás y extrañar algo que quizás ya no exista. Hacerse conscientes de que nunca más tendrán la vida que tenían antes. Amigos, vecinos, conocidos, amores, examores, todos convertidos en hojas de un árbol viejo que se cae por el peso de sus acciones.

En este contexto, estos artistas elaboran sus obras sobre dos corrientes: una, abordando los temas con nombre y apellido y usando sus voces para contar las historias que se están viviendo en casa. Cantando sobre frustración y opresión, además de invitar a los compatriotas a revelarse.

El otro camino, mucho más transitado y posiblemente el que se quede más en el consciente social, es el de la esperanza. Crear poemas a la vida, ensalzando al inquebrantable espíritu humano y el deseo de ver el mundo con los ojos del optimismo. Aquí algunos ejemplos de lo que ha estado sucediendo con la música venezolana en los últimos cuatro años:

Buen presente interpretado por Jack Russell, Big Soto, Akapellah y Trainer, es un ejemplo de cómo el nivel de rap que se hace en Venezuela es de lo mejor dentro de Latinoamérica. Un tema feliz, para escuchar en lugar de reguetón, a todo volumen en el auto. La letra pone atención a mensajes de optimismo, calma y paciencia.

Akapellah es un artista que exuda carisma y aunque sus letras en general suelen cargar el lastre de arrogancia pandillera, su ritmo es un flow suave y accesible que invita al amor y al baile. Réplica es su mejor canción y es un viaje autobiográfico que recuerda, en su calidad literaria, a Eminem y Dre, narrando a modo de queja su proceso de crecimiento, aprendizaje, fama y críticas (en el video mira directamente a cámara para hablar de aquellos que le han atacado por medios impresos y redes sociales en los últimos dos años). Sincero, brutal y por encima de todo, empático, el tema es un clásico para la historia del género.

Mcklopedia no será el artista más talentoso de su país, pero Dar lo mejor de ti es un himno creado con un mensaje poderoso (nada cambiará si no das tú primero lo mejor de ti) que usa trap y folklore en casi nueve minutos de genialidad. Nombrando detalles escabrosos de su actualidad, es la mejor forma de sentir algo de la frustración del país.

Zombies no es una banda de punk que usa su música para incitar a la gente a levantarse en armas. Gritando: “motín y rebelión, que no quede nada de opresión” escupen su ira en canciones rabiosas y necesarias. En igual estilo, Niños con Pistola y su EP Guerra relámpago atacan la situación actual del país con frases que fácilmente podrían estar garabateadas en las calles de la ciudad.

En un tono más pop pero igualmente con espíritu de denuncia, Ricardo del Búfalo edita Por eso estamos como estamos, un EP de siete canciones donde el tema que da título al disco resume exactamente la historia política y social del país.

Pero donde hay gritos de protesta, también hay odas a la vida. El Otro Polo es el proyecto de Carlos Poletto, un caraqueño que fusiona jazz, bolero, swing y pop en un estilo melódico y maduro. Su tema Bésame junto a la banda Rawayana (héroes locales) es una de esas canciones ideales para dedicarle a la chica de tus sueños.

Lil Supa es el nombre artístico de Lou Fresco, uno de los artistas más interesantes de los últimos tiempos. Su disco Serio fue uno de esos íconos donde fans y críticos estuvieron de acuerdo en que era una obra maestra, con canciones cuyos versos generaban conversación y ritmos que transmitían felicidad. “Sé muy bien cuál es mi misión, mi fe mi convicción, es mi deber trazar el rumbo de una nación”, canta con seguridad.

Por último, Gran Radio Riviera bebe de influencias contemporáneas como la Vida Bohema o Los Mesoneros, pero es innegable que su disco Tanto es una declaración de amor a la vida. Construido sobre sintetizadores y guitarras bailables el disco parece diseñado para hacer que los rockeros bailen o que los fans del pop escuchen rock. Desde que empieza con la llamativa Superficie pasando por la sobrecogedora Verde y terminando en la balada Zamuro el disco parece más interesado en el amor y la necesidad de conexión.

Como posdata, invitar a buscar los temas y videos de artistas interesantes como Vel France, Arca (demasiado extraño para ser latino), el legado de Canserbero (muerto en 2015), Boston Rex, Estereograma, Sisah (electropop sensual), La Fleur (una versión latina de Mumford & Sons), Linda Sjöquist (trip hop estilo portishead), la divertida música de Los Javelin o Nana Cadavieco.

Y como decía un amigo venezolano sonriendo pícaramente: “ya pasará el guayabo y todo volverá a ser chévere”.

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Neil Gaiman, la bibliografía

Un repaso por las obras publicadas por el autor de culto inglés de cómic y literatura fantástica.

/ 9 de mayo de 2019 / 14:43

Aún en un mundo globalizado, pocos artistas pueden proclamar el título “de culto”; autores capaces de ser reconocidos y/o admirados en cualquier parte del mundo, aún si no los han leído o visto directamente. Neil Gaiman es uno de esos pocos, que al igual que Stephen King, hace crossover entre cómics, literatura y cine, y es admirado por millones de fans.

Neil Gaiman (no hay pseudónimo aquí) nació el 10 de noviembre de 1960 en Portchester (sur de Inglaterra). Cuenta su biografía que ya desde niño sentía el impulso por las letras, llegando a dictarle a su madre poemas que ella escribía porque él todavía no sabía escribir.

En sus años formativos, dos factores moldearon el estilo de Gaiman. Primero, los cómics, que llegaron en compilados británicos que le compraba su padre, y luego en una añorada colección de 60 revistas estadounidenses en una caja que nunca se supo de dónde salió (porque las leyendas tienen muchas veces un toque de magia inexplicable).

La segunda gran fuente de inspiración fue el punk. La actitud, la música y la necesidad de cuestionar todo. El punk es todavía su excusa para vestir de negro y fue la llave de entrada a un mundo periodístico que le enseñó las reglas, una a una, de cómo escribir, vender y publicar.

La evolución de Gaiman entre el chico atrevido e impulsivo que escribía en Knave (revista de porno suave) al literato consagrado que es hoy se puede seguir paso a paso a través de sus obras. Esta bibliografía no es completa ( la cantidad de historias cortas y participación en compilados necesitaría un suplemento entero), pero sí se trata de una revisión de los puntos importantes en una carrera que contiene más imaginación de la que suelen exponer sus contemporáneos.

Ghastly Beyond Belief (1985, ⋆) fue lo primero y es una absurda compilación de reseñas entre serias y ridículas, que hicieron críticos a libros de ciencia ficción. La editorial dijo que había quemado los libros no vendidos, pero en realidad los envió a tiendas de baratillos en Australia sin avisar a los autores y ahora éstos se comercializan a precios ridículos de altos. “Duran Duran: los primeros 4 años” (1985, ⋆⋆) fue encargo, y el autor admite haberlo hecho solo por el dinero. En 1996 Gaiman, ya famoso, se encontró en un yate con Simon Le Bon (cantante de Duran Duran) y le contó que a los 22 años hizo una biografía de ellos, a lo que el cantante, haciendo memoria del libro, respondió simplemente “sí, ese nos gustó”.

Una breve pasada por la famosa revista 2000AD le valió el interés de los estadounidenses, que sorprendidos por el estilo de Alan Moore (Watchmen, La cosa del Pantano), fueron a Inglaterra para reclutar a escritores jóvenes para que escriban cómics. Los primeros pasos de Gaiman en este mundo fueron Violent Cases (1987, ⋆⋆) y Black Orchid (1988, ⋆⋆⋆⋆), que son los cómics que lo unieron con su alma gemela Dave McKean. Black Orchid continúa siendo hoy por hoy uno de los mejores cómics alternativos que existen.

DC, temiendo que novelas gráficas de autores desconocidos se hundieran en las ventas, decidieron darle a Gaiman un cómic mensual a su elección, para que los fans fueran conociéndolo de a poco. Entra así Sandman y su reinado de siete años y 75 números. McKean realizó todas las portadas, tan memorables que incluso existe un libro dedicado exclusivamente a compilarlas.

Gaiman usó este medio para pulir su escritura y su ambición literaria. Sandman desafiaba su formato y apuntaba, como Moore y sus obras, a un reconocimiento literario. En 1990 Gaiman decide regresar a la novela tradicional y publica Good Omens (⋆⋆⋆⋆) junto a Terry Prachet. Es una irónica historia sobre la llegada del AntiCristo, el apocalipsis y como Agnes la loca lo predijo. Neverwhere (1996 ⋆⋆) es probablemente lo más pobre de todo su haber (junto al guion de Beowulf) pero tiene sus fans, que siguen las historias que ocurren en un mundo fantástico que existe debajo de Londres.

Stardust (1998, ⋆⋆⋆⋆⋆) es impecable, una hermosa historia victoriana de un hombre enamorado en plan Homero, enfrentando un viaje de autodescubrimiento. American Gods (2001, ⋆⋆⋆⋆⋆) es la novela por la cual el resto de sus obras se mide. La perfecta suma de toda su experiencia en la desquiciada fábula de estos dioses antiguos embarcándose en una guerra por la humanidad actual.

Coraline (2002, ⋆⋆⋆) vive bajo la sombra de la excelente película que se hizo, Anansi Boys (2005, ⋆⋆) es una historia que usa referencias de American Gods pero no aporta nada interesante al canon. Graveyard Book (⋆⋆⋆) llevaba armándose por partes desde los años 90, finalmente se completa el 2008 y es quizás el verdadero logro de Gaiman por aportar una historia decente para el género joven adulto. Norse Mythology (2017, ⋆⋆⋆) como dice su nombre, es un recuento libre de las mitologías tradicionales nórdicas. Y de por medio muchos cuentos infantiles extraños, a lo Roald Dahl, uno que otro guion olvidable, ensayos, y cómics, muchos cómics que van desde interesantes hasta magistrales (Death, Spawn, Batman, Marvel 1602).

Para terminar, deseo recomendar El arte de Neil Gaiman (2015, ⋆⋆⋆⋆⋆), de Hayley Campbell, un completísimo y grueso recuento de cada detalle del autor, incluyendo dibujos, manuscritos y trivia, libro esencial para entender (o descubrir) a uno de los más interesantes autores vivos que tenemos.

⋆ Innecesario

⋆⋆ Interesante

⋆⋆⋆ Impresionante

⋆⋆⋆⋆ Impecable

⋆⋆⋆⋆⋆ Indispensable Innecesario

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