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El retorno del sonido granulado

En un mercado que consume sobre todo canciones vía ‘streaming’, el LP resulta ‘más caro y más bonito’

/ 2 de mayo de 2019 / 13:00

En 1948 nació el formato long play o larga duración (LP), que se destacaba por innovaciones técnicas (los discos eran reproducidos por la fricción de la aguja del cabezal fonocaptor) y estéticas (la portada). Estos aspectos permitieron el desarrollo de un nuevo formato, caracterizado por la agrupación de varias canciones en un solo álbum. Su apogeo comercial, hasta mediados de los 80, se truncó masivamente con la llegada del disco compacto (CD), que finalizó un aspecto propio del LP: el tener que escuchar los discos en dos etapas (anverso y reverso).

En 1996 el disco regrabable (CD-RW) y “dos malas palabras” para la industria —el MP3 (1995) y Napster (2000)— hicieron su aparición; y con ellos, la portabilidad y el acceso a miles de archivos que permitieron la democratización de la música, pero a costa de una pésima calidad de audio. Asimismo, la conjunción de estos elementos permitió la sofisticación de la piratería fonográfica. En tanto, la industria se vio sacudida por la disminución paulatina de ventas de CD, que pasó de 1.150.000 en 1999 a 630.000 en 2006; y enfrentó el cambio de preferencias de la demanda, inclinada al “tema éxito”. Consolidada la inmaterialidad, se avizoró el fin del formato álbum como producto masivo, con el surgimiento de un nuevo modelo de negocio reducido a fragmentos (canciones), el streaming: “pagar para oír, pero no para contener”.

En la segunda mitad de los años 90, en plena vigencia del CD, en distintos contextos geográficos yacían mercados residuales de viejos vinilos en favor de nostálgicos y DJ que auscultaban un bien superado a precios irrisorios. Las denominadas tiendas independientes de EEUU percibieron esta “reconciliación” como oportunidad para contrarrestar la alicaída venta de CD. De esta manera en abril de 2007 surgió el Record Store Day, un evento anual que impulsó la reproducción de los LP como un artículo coleccionable, incrementando artificialmente su precio. Esto, junto a la reducida disponibilidad de ediciones antiguas (firts pressing), potenció la industria de los LP, cuyo número se incrementó de 1,8 millones en 2008 a 4,6 millones en 2012.

Tras cancelar su producción en 1989, en 2017 Sony Japón anunció la apertura de dos fábricas de LP, impulsado por las 800.000 unidades vendidas en 2016, ocho veces más que en 2010, siendo la nostalgia el principal motor de esta demanda, como muestran la venta de 76.000 unidades del álbum Abbey Road, de The Beatles, 67.000 de The Dark Side Of The Moon, de Pink Floyd; y 84.000, en 2018, del álbum Thriller de Michael Jackson.

En la misma senda, América Latina reactivó su industria mediante Laser Disc, Morello S.A. (Argentina) y Vynil Brazil, Polysom (Brasil), siendo 2015 un año clave, ya que en esa gestión Sony reeditó el catálogo de rock argentino a su cargo, cuya presentación fue realizada en la República Checa. En 2016, el Gobierno argentino recuperó el catálogo del sello Music Hall en favor de sus creadores, cuyos títulos están en planes de prensado en el longevo plástico. En Bolivia no se producen LP desde mediados de los 90, y tampoco hay planes de hacerlo en el corto plazo. Asimismo yace en el olvido la memoria fonográfica de los sellos Méndez, Campo, Heriba, Lauro & Cía.; mientras en el exterior epitomes títulos como El Inca (Wara) y Gusano Mecánico (Climax) se reprodujeron en ediciones limitadas.

En la actualidad el LP es “más caro y más bonito”, en un mercado que consume principalmente canciones vía streaming. Haciendo una comparación, la elección por el formato es similar a un lector que opta entre libros físicos y/o en formato digital. Es posible que usted, amable lector, en su transitar por la ciudad visibilice a alguien que atesore un LP, dispuesto a recuperar, por medio del desliz de la aguja en el surco, el sonido granulado…

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El retorno del sonido granulado

En un mercado que consume sobre todo canciones vía ‘streaming’, el LP resulta ‘más caro y más bonito’

/ 2 de mayo de 2019 / 17:00

En 1948 nació el formato long play o larga duración (LP), que se destacaba por innovaciones técnicas (los discos eran reproducidos por la fricción de la aguja del cabezal fonocaptor) y estéticas (la portada). Estos aspectos permitieron el desarrollo de un nuevo formato, caracterizado por la agrupación de varias canciones en un solo álbum. Su apogeo comercial, hasta mediados de los 80, se truncó masivamente con la llegada del disco compacto (CD), que finalizó un aspecto propio del LP: el tener que escuchar los discos en dos etapas (anverso y reverso).

En 1996 el disco regrabable (CD-RW) y “dos malas palabras” para la industria —el MP3 (1995) y Napster (2000)— hicieron su aparición; y con ellos, la portabilidad y el acceso a miles de archivos que permitieron la democratización de la música, pero a costa de una pésima calidad de audio. Asimismo, la conjunción de estos elementos permitió la sofisticación de la piratería fonográfica. En tanto, la industria se vio sacudida por la disminución paulatina de ventas de CD, que pasó de 1.150.000 en 1999 a 630.000 en 2006; y enfrentó el cambio de preferencias de la demanda, inclinada al “tema éxito”. Consolidada la inmaterialidad, se avizoró el fin del formato álbum como producto masivo, con el surgimiento de un nuevo modelo de negocio reducido a fragmentos (canciones), el streaming: “pagar para oír, pero no para contener”.

En la segunda mitad de los años 90, en plena vigencia del CD, en distintos contextos geográficos yacían mercados residuales de viejos vinilos en favor de nostálgicos y DJ que auscultaban un bien superado a precios irrisorios. Las denominadas tiendas independientes de EEUU percibieron esta “reconciliación” como oportunidad para contrarrestar la alicaída venta de CD. De esta manera en abril de 2007 surgió el Record Store Day, un evento anual que impulsó la reproducción de los LP como un artículo coleccionable, incrementando artificialmente su precio. Esto, junto a la reducida disponibilidad de ediciones antiguas (firts pressing), potenció la industria de los LP, cuyo número se incrementó de 1,8 millones en 2008 a 4,6 millones en 2012.

Tras cancelar su producción en 1989, en 2017 Sony Japón anunció la apertura de dos fábricas de LP, impulsado por las 800.000 unidades vendidas en 2016, ocho veces más que en 2010, siendo la nostalgia el principal motor de esta demanda, como muestran la venta de 76.000 unidades del álbum Abbey Road, de The Beatles, 67.000 de The Dark Side Of The Moon, de Pink Floyd; y 84.000, en 2018, del álbum Thriller de Michael Jackson.

En la misma senda, América Latina reactivó su industria mediante Laser Disc, Morello S.A. (Argentina) y Vynil Brazil, Polysom (Brasil), siendo 2015 un año clave, ya que en esa gestión Sony reeditó el catálogo de rock argentino a su cargo, cuya presentación fue realizada en la República Checa. En 2016, el Gobierno argentino recuperó el catálogo del sello Music Hall en favor de sus creadores, cuyos títulos están en planes de prensado en el longevo plástico. En Bolivia no se producen LP desde mediados de los 90, y tampoco hay planes de hacerlo en el corto plazo. Asimismo yace en el olvido la memoria fonográfica de los sellos Méndez, Campo, Heriba, Lauro & Cía.; mientras en el exterior epitomes títulos como El Inca (Wara) y Gusano Mecánico (Climax) se reprodujeron en ediciones limitadas.

En la actualidad el LP es “más caro y más bonito”, en un mercado que consume principalmente canciones vía streaming. Haciendo una comparación, la elección por el formato es similar a un lector que opta entre libros físicos y/o en formato digital. Es posible que usted, amable lector, en su transitar por la ciudad visibilice a alguien que atesore un LP, dispuesto a recuperar, por medio del desliz de la aguja en el surco, el sonido granulado…

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