Una élite cultural que se desvanece en el aire
La validación social a través de la alta cultura está en decadencia, carece de una mirada crítica.
Contexto. El sentido de pertenencia de un sujeto a un grupo social determinado es fundamental para sentirse parte de una comunidad, aquella a la que decide pertenecer o en la que lo incluye la mirada de los otros. En ciertos grupos sociales compuestos por figuras del ámbito cultural se vuelve prácticamente obligatorio marcar presencia en espacios donde buscan visibilidad y validación ante los otros. Necesitan sentarse cerca, medirse con la mirada, evaluar su ropa, sus acompañantes y regalar la más falsa sonrisa. La sociedad de hoy muestra varios campos de poder, ciertas clases sociales pueden tener mucho capital cultural y poco capital económico, mientras que otras se distinguen por la acumulación del capital económico y por su relativa escasez de capital cultural: la élite cultural de hoy ha perdido ambos y con ello su legitimidad. El no permitir el paso del que aspira a formar parte de su círculo con sus formas distintas de vivir su cultura, como resultado de una fuerte movilidad social, se condena a desaparecer.
Reconocimiento. Charles Taylor asocia el reconocimiento con la identidad, afirmando que la segunda tiene que ver con el reconocimiento del otro, por los otros. Por ello, se podría pensar que la necesidad del reconocimiento es una necesidad humana básica. El pensador canadiense propone un modelo dialógico donde las prácticas sociales de reconocimiento son cruciales para la formación o malformación del sujeto. Esta necesidad de reconocimiento que nace desde el más íntimo espacio individual acompaña al sujeto que se mueve social y económicamente en su intento de ascenso, pues buscará también la validación de quienes lo rechazan. Al no existir dicha validación entendida como “no te reconozco” se crearán otros espacios de reconocimientos paralelos y continuará entonces la separación tajante entre una élite que patalea y se cierra, y otra pujante que se legitima a sí misma desde la negación de la otra.
Élite. Mientras la noción de clase social hace referencia a estructuras jerárquicas que se forman sobre la base de las condiciones económicas y/o el status social, el concepto de élite asume a la minoría de actores que posee cuotas de autoridad y poder en un ámbito determinado, que les permite ejercer cierta validación servil a sus intereses. Pero acaso ¿ese grupo llamado élite cultural tiene en realidad ese poder del que se jacta?, ¿su “poder” no radica en realidad en el hecho de que otros crean en su ilusión de poder? Cuanto más aislada de su contexto histórico, más vacía de sabiduría y menos valor tendrá el codearse en su interior.
Cuando alguien en su red social se gravita en un círculo vicioso (o en el andamiaje de las “roscas”): se accede a un falso reconocimiento de una élite que segrega, valida y garantiza el título de reconocimiento a quien le convenga (a “su cuate”). Mas, en el intento por eternizar el título “ese cuate” podrá decidir si juega o dimite, si amplía el círculo o lo quiebra. En ese juego la élite pierde la capacidad de mirarse a sí misma, de criticarse desde adentro en pos del construir miradas agudas de “las luces y sombras de su tiempo” (de ser contemporánea): simplemente quedó en la foto, la pose y la falsa sonrisa.
Desvanecerse. Las relaciones entre los sujetos se constituyen a partir de las posiciones que ellos negocian en los campos de poder, entonces ¿no debería transformarse ese sujeto de poder con falsa pose y sonrisa, en otro que diga lo que piense sin importar las consecuencias? Y de igual forma la sociedad deberá dinamizar el concepto de reconocimiento al compás de su movilidad social, restándole importancia a lo validado por una élite cultural en decadencia. Dicen que la alta cultura es la cultura propia de una élite cultural, pero ¿acaso hoy no han aparecido otras élites que comparten los códigos de la alta cultura y que hacen suyos objetos y manifestaciones tanto de la “baja cultura” como de la “cultura popular” validándose a sí mismas?
Quizás hoy la crítica impulsada por individuos alejados de la élite cultural sea la verdadera vanguardia del cambio; la única capaz de remover los criterios de distinción sin oponerse a otros nuevos. Esa élite cultural que hoy establece los parámetros de validación, apoyada plenamente en una fuerte mirada mercantil o publicitaria, se alimenta de personajes dóciles y maleables que responden a su deseo propio de legitimización. Y por ello poco a poco se desvanece, hoy ya no se cree en la sonrisa de su gente porque al perder su sentido autocrítico se dirige a su declive. No existen sociedades de consumo, altamente globalizadas, sin élites de poder que establezcan parámetros de diferenciación entre la alta o la baja cultura, pero ¿y si fuese menos publicitaria, menos falsa y más crítica consigo misma y su realidad? En fin, son solo preguntas.