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‘La Equis’: Una mirada a la masculinidad

La Equis, primera novela de Raymundo Quispe Flores, es una puerta hacia una construcción identitaria masculina. La historia de los personajes principales, cinco hermanos y su padre, gira en torno a una ausencia acechante, la de la madre que los abandonó. Esta situación devela la condena que existe entre hombres hacia cualquiera de ellos que demuestre sus sentimientos o brinde ternura. También articula una imagen femenina incomprensible y vacía, fuera de su rol materno.

El narrador y protagonista de la novela —que se presentó en el Espacio Simón I. Patiño en abril, y se lanzará una vez más en Café Concert (Av. 6 de Marzo, Ex Alcaldía Quemada) el 15 de mayo a las 19.00— es el hermano del medio, cuyo nombre nunca se revela. Durante toda la obra reflexiona sobre la figura de su madre y lo que ésta significa para él. 

Todo comienza con Sonia, una gata preñada que se convierte en mascota de los hermanos. La estructura del texto se ordena a partir de las experiencias de este personaje con figuras maternas diferentes. Después narra la vida de su padre y la relación que tiene la abuela de los hermanos, su madre, y cómo conoce a la que será su esposa. El punto de quiebre es el abandono de ésta sin una explicación clara. Y después, los efectos que tiene en la vida del resto de los personajes.

La figura femenina se define por cumplir el rol de dar cariño y cuidado. Lo es la gata, la dentista que le permite al protagonista aceptar que el dolor por aquel abandono lo habita, incluso la posibilidad de tener una hermana está definida por esta función: “Cuando cumplí 10 años, Rolando me contó que yo no era en realidad el tercer hijo nacido… Hubo un tercer bebé que nació sin vida; nuestra hermana mayor, una hermana que, ante la ausencia de La Equis, para nosotros hubiera sido algo así como una segunda madre …”. Su relación con ellas está en contraposición, siempre, a la ausencia primigenia.

Incluso cuando el oficio se vislumbra como un factor importante en su identidad —bien el del padre, que es panadero o el del narrador, escritor— y pareciera que no está relacionado con La Equis, la fuerza que los obliga a seguir está determinada por ella.

“Ambos estamos ante objetos distintos, pero miramos lo mismo cada noche que nos detenemos a medio trabajo para mirar de frente al pasado: él en la boca del horno y yo en la página a medio escribir, ambos vemos ese pasado que tiene un mismo rostro que, lejos de disminuirnos, inyecta nuestros músculos y ojos de la enérgica bronca que a todo perdedor le da una razón para seguir”.

Una de las consecuencias de entender que el rol de las mujeres es ser emotivas hace que cuando los hombres toman ese lugar, la primera reacción sea la condena. Cuando Alfredo, uno de los hermanos, se encarga de los dos  menores, todos comienzan a llamarlo “mamá”. Él asume la tarea de darles consuelo y luego, de generar buenos recuerdos junto al resto de sus hermanos. Sin embargo, en un momento de furia el protagonista admite haberle echado en cara un comportamiento que, en un momento de rabia identifica como “débil”, y a su vez, como femenino: “tenías un corazón débil, tenías un corazón de mujer”.

La frase “corazón de mujer” se repetirá cuando la emotividad sea el camino elegido por alguno de los personajes.

Un matiz importante es que la reflexión del protagonista da un giro que cuestiona, aunque no de forma muy profunda, esta condena. Siente culpa y pide disculpas a su hermano Alfredo por no valorar lo bueno que éste ha creado para todos sus hermanos. Más tarde en la novela, identifica que la posibilidad de llorar, de mostrar con intensidad las emociones es una característica no solo de su hermano, sino suya también. Y poco a poco se da cuenta de que todos en su familia en realidad son así. Dándole a la emotividad un lugar que sale de la mera manifestación e irrumpe como herramienta para, por ejemplo, detener la violencia.  

En medio de los pensamientos que lo llevan a darse cuenta de lo importante que es el llanto en su familia, el narrador lanza una frase paradójica: “Yo vi rodar lágrimas maternas por el rostro de mi padre”.

Con ella, la imagen femenina como aquella fuente de emotividad se mantiene, pero se abre el camino para que la masculinidad se apropie de un espacio que como ser humano le pertenece, pero se le ha negado.

La reflexión que nace de todo el recorrido que hace el protagonista lo lleva primero a identificar que no sabe qué significa la palabra madre. A negar el dolor que esto le causa, tratando de renombrar a aquella que los abandonó. La Equis no tiene nombre propio, ni otras características que la distingan que haber quebrado el estereotipo de dicta que las mujeres, incluso las hembras, son buenas madres. La figura que primero se trata de negar, de definir por lo que no es, se convierte poco a poco en una incógnita. Y de forma similar a la anterior, se abre un camino para salir del esquema convencional y machista que guía la frustrante búsqueda de sentido del protagonista. 

“He averiguado dónde vive y estoy dispuesto a ir a visitarla. Iré mañana para que me cuente su versión, para que me ayude a resolver esta operación”.