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El día que Irupana se atrevió a soñar con lo imposible

En los dos últimos años cerraron al menos dos bibliotecas en provincias de Cochabamba… Era 2017 cuando empezó esta sangría literaria y por aquella época a Aldo Cabrera se le ocurrió hacer una feria del libro en el pueblo que lo vio nacer, Irupana. Compartió la idea con su amigo Guimer Zambrana y éste colocó los hechos en una balanza: jóvenes prendidos a la pantalla del celular, cierre de librerías y bibliotecas, escasez de lectores en el papel. “Teníamos todo en contra y decidimos hacerlo”.

Zambrana suelta una sonrisa de orgullo por el logro alcanzado en Irupana, la comarca sudyungueña ubicada a cuatro horas y media de La Paz (casi cinco, dependiendo del humor del chofer, del estado de la carretera y de cualquier capricho del destino).

“Me alarma cómo somos tan pasivos ante la devaluación de la lectura en el país. Hay pocos incentivos en la lectura y lo sientes más en las provincias. No sabía si valdría la pena, pero sí sabía que valía la pena morir en el intento y no nos quedamos de brazos cruzados”, continúa el periodista e historiador yungueño.

También con aire soñador, Cabrera acota que él es de los hombres que va a donde sus sueños lo permiten. “Decidimos hacer algo porque los pueblos se construyen a través de identidades”.

La idea que nació en 2017 recién se hizo realidad la semana pasada, coincidiendo con el nacimiento de Agustín Aspiazu.

Con el paso de los días, ambos se dieron cuenta de que el proyecto dejó de pertenecerles y, despacito, todo el pueblo se apoderó de la Feria Nacional del Libro en Yungas LeíAspiazu.

Así, el diseñador gráfico Arturo Rosales hizo el afiche. La empresa Alimentos Irupana puso su patrocinio. La vecina Martha Hurtado dijo: “Vengan a casa, hay un espacio para dormir y pago el almuerzo de autores”.

Un poeta y médico irupaneño apuró la culminación de su libro y lo presentó en el mismo evento.

Nelson Cabrera —un cocinero que heredó la buena mano culinaria de su padre— ofreció chancho al hoyo, a un precio de gallina muerta.

La Junta de Vecinos decidió entregar un amplificador para los actos oficiales; mientras que las hermanas Castro Muriel llevaron el evento por los aires y mandaron a hacer pasacalles

Así, todos como hormigas que trabajan por un bien común, decidieron poner el hombro a la feria. Roberto Cáceres, que estudió Literatura y que es dueño de un alojamiento irupaneño, decidió brindar 10 espacios para las personas invitadas.

La familia Ramírez Rojas ofreció refrigerio; Blanca Uzquiano se encargó de las jawitas (manjar típico del poblado). Hasta el Centro de Educación de Adultos prometió dar una mesa y acabó entregando mesas, sillas y refrigerios.

Sara Moncada, quien aquellos días se hizo cargo del club Aspiazu, decidió poner a punto aquel salón, Maggi Archondo la ayudó a limpiar y pintar el local.

Como un chasqui moderno, Miguel Zambrana fue a dejar invitaciones a algunas autoridades y a unidades educativas.

Incluso la radio yungueña FM Bolivia difundía constantemente una cuña de la feria.

“Es injusto decir que ha sido de nosotros, porque la gente se ha apropiado de la feria”, sentencia Zambrana.

Al menos 15 escritores llegaron hasta Irupana, el sábado 4 y se quedaron hasta el día siguiente dando charlas y ofreciendo sus obras. Todos y cada uno de ellos (la mayoría proveniente de La Paz) acudió con dinero de su bolsillo.

Hubo otros que llegaron y por su cuenta consiguieron alojamiento; es el caso de Fernando Arteaga, que presentó cuatro obras. Él sumó entusiasmo y sus conocimientos de bibliotecología a las dos jornadas.

Ricardo Campos, el creador de Rijchary, llevó su libro de música y no dudó un instante en interpretar unas piezas para amenizar las veladas.

Durante la charla literaria, la sobriedad y la palabra firme estaba a cargo de Felipe Quispe y Juan Angola Maconde. El primero habló de sus experiencias en el movimiento armado y el segundo conversó sobre los orígenes afros.

María Elena Chambi tuvo “venta loca” con su libro inspirado en la región Chichas e Yvette Mejía se lució con su obra sobre la experiencia educativa en Warisata.

Hubo escritores que acabaron con su stock de libros. Eso sí… casi todos los escritores (menos aquellos que no acabaron sus ejemplares) dejaron un libro para una futura biblioteca en Irupana. “¿Te imaginas eso?, en unos lugares cierran las bibliotecas y nosotros queremos abrir una…”, afirma Cabrera.

Las charlas estuvieron repletas de jóvenes y adultos que en medio de la sala se pusieron a hojear los libros. La jornada del sábado finalizó con café caliente y walusas (las papas yungueñas).

Zambrana y Cabrera afirman que el balance del festival es exitoso. Es más, ya hay planes para repetir la experiencia en el mismo poblado o en otro cercano; ambos se inclinan por hacer de la feria un encuentro anual y, por unos años más, en Irupana.

El objetivo se ha cumplido, allí en la tierra de Aspiazu ya ha picado el mosquito de la literatura.