Cuando leemos a Natalia Ginzburg nos sumergimos en los pequeños, pero no por ello menos complejos, universos humanos. La escritora explora microscópicamente la esencia más íntima de las personas en un contexto nada fácil: la Italia de la Segunda Guerra Mundial y de la posguerra. Lo hace de una forma sutil y sin caer en el sentimentalismo. Se la puede imaginar sentada en un rincón, discreta y observadora ausente, incluso un poco austera; pero a la vez empática y vigorosa.

A Natalia Ginzburg se la ha llegado a considerar como la “escritora de los silencios”. Ginzburg, capaz de convertir lo íntimo y cotidiano en una experiencia común compartida por quienes la leen.

Natalia Ginzburg (Palermo,1916 – Roma,1991), una de las voces más destacadas de la literatura italiana del siglo XX, vivió unos de los momentos más oscuros de la historia mundial: la guerra, la recesión, la depresión moral y el hambre en la posguerra, y la persecución del fascismo de Mussolini. Ella respondió a todo ello con la escritura, en muchas y diversas formas —novela, ensayo, poesía y teatro, y también edición y traducción de Proust, Flaubert y Maupassant, entre otros—; pero también con la resistencia clandestina y el activismo político, hasta llegar a ser diputada por el Partido Comunista Italiano en 1983.

La escritora, la más pequeña de cinco hermanos, nació y fue educada en casa de una familia judía laica intelectual antifascista azotada constantemente por las fuerzas de Mussolini. Su padre, el científico Giussepe Levi y su madre, Lidia Tanzi, mujer vinculada especialmente al socialismo italiano de la época. Es así como Natalia, ya desde niña, forjaba el ambiente revolucionario: cultural, político y científico. Se casó con Leone Ginzburg, editor y fundador de la editorial Einaudi y jefe de la organización clandestina Justicia y Libertad. Férreo opositor de la dictadura de Mussolini y de convicciones antifascistas, y con quien Natalia viviría persecuciones y censuras, murió a causa de las torturas propiciadas por la policía de la Gestapo en la cárcel Regina Coeli, en Roma, en 1944.

En cuanto a la obra y la novela que ha sido traducida al castellano destacan: La strada che va in città (1942); edición en castellano: El camino que va a la ciudad, traducción de Andrés Barba, para Editorial Acantilado, 2019. Lessico famigliare (1963); edición en castellano: Léxico familiar, traducción de Mercedes Corral, por Editorial Lumen, 2007. La città e la casa (1984); edición en castellano: La ciudad y la casa, traducción de Mercedes Corral, por Editorial Debate, 2003.

Reconocernos en la familia a través de las palabras

Nos detenemos en una de las obras capitales de Ginzburg: Léxico familiar. Con esta obra la escritora ganó el prestigioso premio literario italiano Lo Strega en 1963.

En este libro autobiográfico, Natalia Ginzburg rememora la vida de su familia en Turín desde 1930 hasta 1950. La escritora realiza un ejercicio estoico de memoria —lo escribe cuando ella tiene 50 años—, una memoria que es una válvula que falla y que es imperfecta. Por todo ello, ella avisa de que solo ha escrito lo que recordaba y pide encarecidamente al lector que la obra se lea como ficción, no como una historia real ya que no puede garantizar su veracidad total.

El tema principal de la novela es la familia —un nido de imperfecciones y malentendidos— y de la función que en ella cumple el vocabulario propio construido y mencionado infinitas veces. Ginzburg define “léxico familiar” como “una de aquellas frases o palabras que harían que nos reconociésemos los unos a los otros en la oscuridad de una cueva o entre millones de personas”.

La familia como lugar en el que se preserva un modo de mirar, comprender el mundo y también de citarlo. Una familia compuesta por voces que se cruzan, repeticiones que se reconocen, expresiones y consignas solo reconocibles en la intimidad que emerge en ella. Indaga en ese idioma construido generación tras generación, restringido al uso y comprensión de ese núcleo de personas.

De este modo, Ginzburg dibuja la figura de su padre y el uso recurrente que éste hace de algunas palabras, como “palurdez”. “No seáis palurdos” —les decía a sus hijos—, o “hablar con los vecinos es de palurdos”. Esa connotación de la palabra de desprecio, inapropiado, rudo. O el mensaje que les dice a sus hijos, que denota cierta ironía: “Os aburrís porque no tenéis vida interior”. Desde la palabra establece una relación autoritaria versus los miembros de su familia. En otro caso, y con una palabra en concreto, la abuela de la escritora, repetía incesantemente “mi problema”. Con ello se refería a todo el dinero que había perdido durante la Primera Guerra Mundial.

Natalia Ginzburg decía que los escritores son como los ríos, reflejan lo que pasa cerca de ellos: los árboles, las casas, los puentes. Refleja en todos nosotros su talento grandioso para colocar la palabra precisa, desnuda, en todas las historias que narra. Refleja dignidad, compromiso con la sociedad en la que vive y con las generaciones futuras, y la integridad de su persona y de todo aquello que nombra.