Aladdín
Disney recurrió a Guy Ritchie para dirigir la versión ‘live action’ del filme animado de 1992.

En 1992 Disney comenzó una exitosa racha de lanzamientos animados con Aladdín, película que la crítica y el público aplaudieron por su encanto, por su capacidad de divertir, así como por el colorido y la musicalidad de su puesta en escena.
El Aladdín de 2019 es una versión no animada o “de carne y hueso” de este éxito de los 90, que falla en reproducir completamente la gracia y suntuosidad de la versión original. Y que por tanto solo se justifica desde un punto de vista comercial, para vender otra vez lo mismo metiéndolo en un nuevo embalaje. Tal es la estrategia actual de Disney: reempaquetar sus viejos éxitos. Su próximo reestreno será El rey león en versión no animada.
Los dos Aladdín tienen como referencia uno de los cuentos de Las mil y una noches, una recopilación medieval de antiguas historias orientales. El núcleo narrativo de esta obra es el entretejido por Scheherazade, la hermosa mujer que, noche tras noche, cuenta cuentos para evitar que el sultán la ejecute. La historia de Aladino y la lámpara maravillosa fue agregada a este ciclo posteriormente, por lo que es probable que tenga un origen egipcio antes que persa.
El parecido entre el antiguo cuento oriental y las películas es superficial. En estas y en aquel hay un hombre pobre y de buen corazón, Aladino. Hay alguien más que manda a Aladino en busca de una lámpara, pero que no logra engañarlo. Hay un genio que concede deseos, que Aladino encuentra la forma de usar para seducir a la hija de un sultán. Hay una lámpara, cuyo control está en disputa. Y… casi nada más.
En la versión de Disney, el genio es muy peculiar, simpatiquísimo, lenguaraz y lleno de humor. Una suerte de prima donna con poderes sobrenaturales. En el último filme es interpretado por el histriónico Will Smith, quien juega de pivote en un elenco de actores de muy diversas proveniencias nacionales.
Además de rediseñar al genio, logrando crear así al mejor personaje de estas películas, Disney creó otros muy reconocibles: un insufrible loro, un mono ladrón, un tigre guardián, etc. También caracterizó a Aladino y a Jasmín como jóvenes, bellos y virtuosos árabes no musulmanes.
Se sabe que un recurso permanente de Disney es adecuar la fantasía popular y tradicional en la que a veces se inspira a los alcances de la imaginación moderna y democrática occidental. Por esta razón, cualquier comparación entre esta versión y la de 1992 da cuenta de los cambios sociales que se registraron en las más de dos décadas que separan a ambas películas. Hoy la princesa Jasmín no solo aspira a casarse con un pretendiente que no sea ni tonto ni codicioso, sino que además desea hacerse cargo del sultanato, rompiendo una antigua ley que prohibía que las hijas ascendieran al trono. Y hoy el genio no solo quiere ser libre, sino también tener una familia común y corriente.
El resultado de este ejercicio de “actualización” de las obras resulta siempre, como se supondrá, didáctico y moralista. Desde siempre, por razones “programáticas”, Disney ha edulcorado y expurgado de elementos sexuales las viejas historias y tradiciones. Antes condescendía, sin embargo, de vez en cuando, en replicar algunas características amargas y depresivas del acervo popular. Pensemos por ejemplo en la muerte de la madre de Bambi o en la triste historia de Dumbo. O retomaba algunos motivos desgraciados de la cultura letrada, como la muerte de Mufasa en El rey león, película que se inspira en Hamlet. Hoy estas concesiones al cruce entre vida real y azar, desaconsejadas por los psicólogos infantiles, se han hecho menos y menos importantes. Así es en este Aladdín (y uno se pregunta qué pasará con Mufasa en la nueva versión de El rey león…)
La elección de Guy Ritchie como director de Aladdín parece haber sido hecha para garantizar una producción dinámica y vibrante, pues tales son las características del cine de Ritchie. El problema de este director —desde el punto de vista de Disney— es que puede resultar pretencioso y excéntrico. No lo ha sido en este caso, quizá porque le hubiera resultado muy difícil inmediatamente después de haber perdido dinero ajeno y prestigio propio con la fracasada Arturo: la leyenda de la espada. Ritchie solo se aparta de la historia animada original cuando quiere asegurarse de que se note el mensaje “feminista” de la película, y es entonces cuando resulta más digresivo y cursi.
El aspecto musical del filme, muy importante en la versión de 1992, pierde mucho peso en esta última, en mi opinión. Quizá por el doblaje al que ha sido sometida y que resulta de obligatorio consumo para los espectadores bolivianos. Sabiendo que Smith es un cantante famoso, dotado de una voz muy peculiar, verlo doblado por un tal Arturo Mercado Jr. resulta descorazonador.