De manera inesperada ha caído en mis manos el libro Ya no morirán. Historias stonguistas de la Guerra del Chaco, de Ricardo Bajo, y su lectura me ha transportado a un austero y rústico campamento de minería artesanal, en medio de las montañas de la cordillera de Muñecas. Ahí, un cuarto-comedor-dormitorio iluminado por un lamparín de carburo y calentado por una vieja estufa de hierro en la que crepitaba la taquia de los animales, era mi casa.

Cierro los ojos y puedo ver a mis tíos paternos, Hugo y Nelly, conversando por la noche con mis padres, mientras nosotros jugábamos hasta que el eco de sus voces nos rendía de sueño. Hugo era el mayor, excombatiente de la Guerra del Chaco y héroe de Cañada Strongest. Nelly, su hermana, una mujer inteligente que, en la desmovilización de Hugo, acabado por la avitaminosis, pudo reconocerlo en el tren por sus ojos azules. La tertulia con frecuencia giraba alrededor de la guerra, que se fue enraizando en mi alma como un elemento clave para comprender Bolivia.

El único medio de transporte para llegar al humedal, donde se alojaba un pequeño caserío llamado Choqña Pata, era un caballo sunicho con el que mi padre intentaba enseñarnos a montar los domingos;  incluso a mí que debía tener alrededor de siete años. Por las tardes bajábamos del campamento a una cercana cancha de fútbol, donde jugábamos mi padre y yo contra mi madre, mi hermano mayor, mi hermana y el hermanito más pequeño. Nosotros éramos The Strongest y ellos, el otro equipo, normalmente Bolívar. El “Tigre” era el equipo de mi padre y, obviamente, el mío por siempre.

Este preámbulo de la memoria, de algún modo, muestra la pertinencia de este libro de Ricardo Bajo, que junta el trágico evento de la guerra con la historia del primer club deportivo del fútbol boliviano. No es frecuente encontrar literatura que conjugue dos aspectos que tan inesperada tangencia tienen. Supongo que para muchos puede resultar una combinación extraña, pero no para mi generación, la de los hijos de la Guerra del Chaco. No es casual, la guerra —esta guerra— es una cantera inmensa de introspección social que no se agota con el paso de los años, y que no comienza ni termina con los combatientes.

Ya no morirán describe una de las muchas articulaciones que se abrieron entre la guerra y el mundo urbano, más precisamente con la ciudad de La Paz. Sus páginas dan cuenta de la presencia inquebrantable de las madres y de la devoción de las madrinas de guerra que bordaban los escapularios y detentes con su propio cabello, esperando que los mismos tuvieran el poder de desviar las balas dirigidas a sus soldados.

Tal vez nadie —a excepción de Augusto Céspedes— ha podido interpretar con tanto acierto a esas miles de mujeres, que en Ya no morirán toman la voz de Olga Bruzzone Calderón, Ofelia Quintela, Bertha Durán Rivero, Rosa S. de Pacheco, Etelvina Valuarte Rosa Tapia, Guillermina Dalenz G. y Rosa Galleguillos, entre otras.Evocar la ciudad y el país en los años 1930 me hace pensar en las reflexiones de Hannah Arendt sobre la condición humana y en el lugar que ocuparon el indígena (esclavo, “obligado por la necesidad de permanecer vivo y sujeto a la ley de su amo”), el artesano y mercader libre, y el hombre dedicado a los asuntos políticos, tres pilares que sostenían la sociedad y que se mezclaron en el campo de batalla, dando origen a una nueva configuración social que no pudo eludir la necesidad del cambio en la Revolución del 52.

El reclutamiento militar tuvo etapas: en principio, enroló al mundo urbano, asimilando en sus filas a estudiantes y artesanos que acudían voluntariamente; más tarde se hizo el reclutamiento obligatorio de los indígenas, a los que literalmente se cazaba para incorporarlos a la guerra, y quienes, como dice el verso, probablemente pensaban: “me han hablado de la patria y de eso no comprendo nada”.

En este contexto, una de las principales cualidades de este libro es mostrar la épica con la que los no combatientes asumieron la guerra. Tal vez el rasgo más visible, más impresionante del relato, sea la ausencia de odio, incluso la piedad y la solidaridad para con los prisioneros paraguayos. Me atrevería a hablar aquí de una epopeya de la solidaridad, patente en la memoria de un club deportivo —The Strongest—, que en el primer momento puso a los pies de la patria a su juventud de jugadores y aficionados (1.600 hombres acudieron al llamado stronguista, de un contingente de 4.000), cuyo desempeño militar llenó de heroísmo las páginas de la crónica de guerra.

El libro enfatiza con justicia en esa dimensión de la personalidad del pueblo paceño, siempre dispuesto a asistir a las personas en situación de indefensión. Así, vecinos de los barrios se organizaban espontáneamente ya sea para esconder a los perseguidos, para alimentar a la tropa sacada a las calles o para asistir la marcha de los movimientos sociales. Mi padre fue testigo de este tipo de escenas muchas veces. No hay exageración literaria en el relato: lo importante era aliviar las carencias y privaciones de la campaña, organizando eventos, partidos de fútbol y otros deportes, donde los miembros del club y los aficionados, mujeres y hombres, recababan dinero para asistir a soldados y a heridos.

Existió también una comunicación epistolar de ida y vuelta entre el club y sus miembros combatientes, según cuenta Bajo, quien muestra las publicaciones “stronguistas” de la época con las proezas, las vicisitudes y, muchas veces los trágicos saldos de la guerra (en la campaña se perdieron 60.000 vidas bolivianas). Asimismo, recopila los fragmentos de la obra poética de autores como F. Macario Camacho V., Olga Bruzzone Calderón, Raúl Otero Reiche (combatiente), Bertha Durán Ribero y Gregorio Reynolds. Tal vez el autor debió incorporar a esta lista ese himno a la nostalgia del combatiente paceño que es el tango Illimani, compuesto por Néstor Portocarrero en plena campaña, en diciembre de 1932.

Entre todas la curiosidades y datos que recoge Bajo, es especialmente memorable la que relata que el 29 de julio de 1933 en Radio Illimani se estrenó el pasacalle La Cacharpaya del soldado de Alberto Ruiz Lavadenz, que posteriormente se convirtió en la canción stronguista, y que originalmente decía:

Negra zamba, por qué tienes que llorar. Negra linda tu llanto debes calmar. Si el Chaco es boliviano, nadie nos puede quitar.

El libro, pues, está lleno de hallazgos como el archivo fotográfico que acompaña el relato y que, claramente, ha sido seleccionado con esmero por el autor, entre las publicaciones de la prensa de los años 1930.

He dejado para el final al autor, que merece una alusión especial. Ricardo Bajo Herreras es un boliviano nacido en Bilbao, País Vasco, aquerenciado en La Paz, periodista, divulgador de la literatura boliviana y cuyo corazón stronguista se plasma en una imperdible columna futbolera  (Goles son amores).

Es un paceño apasionado por el fútbol y por su equipo, lo que lo ha llevado a escribir tres libros del más genuino tinte “chukuta”: Warikasaya: cuentos stronguistas (Gente Común, 2008) en el que compila trabajos de 33 escritores, algunos de los cuales son de Ramón Rocha Monroy, Gonzalo Lema, Homero Carvalho, Alfonso Gumucio Dagron, Rodny Montoya, Francesco Díaz Mariscal, Mariana Ruiz Romero y Liliana Carrillo. El Tigre te mata: crónicas de un día de gloria (2014), sobre el que en palabras propias dice: “Este libro de crónicas está repleto de nudos de la garganta, de ojos vidriosos, de hombres y mujeres confesando que han llorado. Y todo pasó en un día de gloria: fue el pasado 22 de diciembre de 2013. No es habitual montar un libro alrededor de 90 minutos pero las visiones y vivencias de una veintena de stronguistas vienen a mostrarnos que en ese día, en aquella tarde, se resume todo: una manera de estar, y de sentir el mundo, nuestra cosmovisión stronguista de las cosas”. Domingos por la tarde: cuentos bolivianos de fútbol (El Cuervo, 2014), en que reúne las firmas de 30 narradores como Carlos D. Mesa, Alfonso Gumucio, Gabriel Chávez, Edgar Arandia, Gonzalo Lema, Homero Carvalho, Juan Pablo Piñeiro, Magela Baudoin, Edmundo Paz Soldán, Inés Gonzáles, Wilmer Urrelo, Gary Daher y Adolfo Cárdenas, entre otros.

Ya no morirán, su nuevo homenaje a The Strongest, es —como los otros— un retrato del país, no solo del equipo. Ha sido escrito con pulcritud, con un estilo austero y directo que evidencia las hazañas de las que es capaz el ser humano, ante la adversidad.

Regreso a la cordillera de Muñecas para agradecerle a Ricardo el haber traído a mi memoria el origen del fuego en la casa de mi niñez, un fuego en el que caben los combatientes y tantos otros bolivianos.

*‘Ya no morirán’ se vende en la librería El Baúl del Libro (Av. Villazón 1957, edificio Viveros, planta baja, local 14 y 15, frente a la UMSA).