El cuento de las comadrejas
El director argentino Juan José Campanella propone una comedia negra.
Resulta invariablemente motivo de especial expectativa, por cada vez más infrecuente, el estreno de una película argentina, o latinoamericana en general, conociendo como se conocen las dificultades que estas confrontan para competir con las arrolladoras campañas promocionales movidas por la industria hegemónica para encapsular la atención y la apetencia de los espectadores, así como la rutinaria política de distribución puesta en práctica por las empresas del rubro, coincidentes por lo demás con la pura estimación de ingresos potenciales que anima las acciones de las salas exhibidoras, supuestamente en respuesta a las demandas de la platea; aun cuando, acaba de anotarse, tales apetencias vienen cebadas por las antedichas campañas.
Entre otros de los escollos que en la competencia deben salvar esos desusados estrenos está otro, menos mencionado: el desconocimiento de la filmografía de los directores de la vecindad y, en general, de los títulos que en su momento marcaron época en sus países de origen.
Subrayo esto último dado que la repercusión en la Argentina del título que nos ocupa resulta indesligable del hecho de ser una suerte de puesta al día de Los muchachos de antes no usaban arsénico, rodada en 1976 por José Martínez Suárez y subida a las pantallas poco después del golpe de estado de ese mismo año, contexto que potenció en extremo las alusiones y connotaciones que podían inferirse de aquella comedia oscura emparentada con el género del thriller negro.
En otros términos, aquí El cuento de las comadrejas debe defenderse por sí sola, con sus propios valores narrativos y de puesta en imagen, empresa nada sencilla por cierto, ya que tampoco los múltiples pincelazos a propósito de la época de oro del cine argentino deslizados por la trama tienen significado alguno para el espectador local, salvo una que otra excepción.
Diez años después de conseguir el Oscar a la Mejor Película Extranjera por El secreto de sus ojos, Juan José Campanella vuelve al cine con protagonistas humanos. En el entretanto, 2009, tomó a su cargo Metegol, superproducción (20 millones de dólares, mayoritariamente aportados por España) en el género de animación en 3D, la cual distó mucho de alcanzar el suceso esperado, entre otras cosas porque la historia se situaba en cierta locación imprecisa, trasgrediendo así uno de los rasgos de estilo del director cuya filmografía mostró siempre un estrecho arraigo en el entorno.
Esta última inclinación a situar sus historias en sitios precisos e identificables, por consecuencia apuntado a facilitar la empatía del respetable con aquellas, es retomada en el regreso de Campanella a las vertientes que le granjearon un sitial destacado entre los cineastas de su generación.
En una antigua casona campestre —donde transcurre buen porcentaje del relato, convirtiéndola en una protagonista más—, retirados a sus cuarteles de invierno, cohabitan, forcejeando con los recuerdos de tiempos que fueron, cuatro destacadas notabilidades imaginarias de aquel momento estelar del cine del vecino país.
Mara Ordaz supo ser en su momento, en la década de los año 60, una bella y ególatra diva, ahora olvidada, alrededor de la cual orbita, especie de guiño de género, todo el cuento. En el caserón del cual es propietaria convive con su marido, postrado en una silla de ruedas, así como con los que fueran director y guionista de sus películas de mayor suceso. En realidad, ambos se encuentran allí pues estuvieron casados con la hermana y la mejor amiga de Mara, y fue a ellas a las cuáles invitó a cohabitar en su predio. La primera murió de forma trágica y la segunda se marchó con destino desconocido para nunca más regresar, dejando aposentados al viudo y al abandonado quiénes disfrutan, en apariencia plenamente, de esa existencia crepuscular sin mayores sobresaltos; mientras a Mara sólo le gustaría sacárselos de encima sin saber empero cómo.
La oportunidad aparece cuando cierta pareja de agentes inmobiliarios se apersona al lugar declarándose sus admiradores incondicionales, a modo de estrategia para ganarse la confianza y persuadirla de transferirles la mansión a cambio de un céntrico departamento que supuestamente le permitirá retomar contacto con el jet set.
La vida cotidiana en el lugar discurre bajo una pátina de placentera amabilidad, desmentida casi a cada instante por las pullas hirientes que los cuatro protagonistas intercambian dejando aflorar el verdadero malestar que en ellos provoca la remembranza de los esplendores pretéritos. Entretanto los roedores del título asedian el sitio, que los viejitos defienden tramando procedimientos cada vez más crueles para eliminarlos. Tales estrategias exterminadoras cambian de blanco no bien entra en escena el joven dúo de potenciales compradores de la casona, simbólica encarnación de las acechanzas de la modernidad sobre el pasado en fuga, que, en acomodo al opinable lugar común, “fue mejor”. Se trata por lo demás de una figura metafórica repetida en la filmografía de Campanella, que aquí propicia, sin lograrlo del todo, el desvío de la comedia negra a la parodia desembozada cuando los personajes desenfundan rencores guardados y rencillas irresueltas, develando de paso los secretos ocultos de la casona en disputa.
Dispensados como estamos, tal lo anotado de partida, de incurrir en cualquier tentación comparativa entre esta suerte de remake de la obra de Martínez Suárez y el original, no podemos privarnos de dar cuenta de algo más que un atisbo de perplejidad por las salvas de artillería lanzadas en la prensa argentina saludando el regreso de Campanella a las lides. No se trata de una descalificación a priori en bulto de este trabajo que tiene inocultables puntos altos, a la par de cierta chatura expositiva originada en opinables decisiones acerca del modo de entrarle al asunto.
Pensado a la manera de la comedia negra, el trabajado guion de la película se apoya esencialmente en los filosos diálogos que los cuatro protagonistas centrales disparan sin cesar unos contra otros. El recurso, más propio de una obra teatral que de un relato cinematográfico, funciona en buena medida gracias a la experiencia y solvencia histriónica de los intérpretes a cargo. Todos ellos cuentan con una extensa trayectoria en el rubro, salvo Marcos Mundstock, conocida figura del grupo Les Luthiers, que aquí debuta en la pantalla, lo cual se nota en el relativo acartonamiento de su personaje en comparación con la también hasta cierto punto mayor soltura de Graciela Borges, Luis Brandoni y Oscar Martínez, aun cuando incluso ellos se muestran a momentos limitados a decir sus retruques con una premura que a su vez pareciera denotar que en la etapa del montaje, llevado a cabo por el propio Campanella, éste cayó en cuenta que al asunto le faltaba pulpa dramática; optando en consecuencia, a manera de disimulo, por acelerar el intercambio de bromas mordaces entre esos adultos mayores con mucho ácido disponible detrás de las apariencias.
Cuidada en extremo es de igual manera la dirección de arte, fuera de duda el mayor aporte figurativo de un manejo narrativo que en materia de sonido, fotografía y montaje se limita a la más estricta funcionalidad en el uso de dichos recursos, lo cual no deja de ser llamativo en una película que tiene al cine mismo como tema referencial, incluyendo media docena de alusiones a clásicos. Por esto último sorprende más aún la recurrencia mecánica al plano/contraplano, y sobre todo el abuso del primer plano, reduciendo de igual modo el trabajo de cámara al puro registro impersonal de esa en definitiva prolongada, chisporroteante, conversación cargada de réplicas precisas, algunas muy hilarantes, aun cuando se escuchen poco naturales.
En buenas cuentas, ponderada al margen de cualquier referencia fuera de sus propios ingredientes, El cuento de las comadrejas es una propuesta que se deja ver, sin despertar empero ningún entusiasmo ajeno al hecho mismo de la bocanada de aire fresco representada por cualquier estreno a trasmano de la agobiante multiplicación de superhéroes en inacabables secuelas y precuelas fabricadas de a montón.
Ficha técnica
Título original: El cuento de las comadrejas
– Dirección: Juan José Campanella
– Guion: Juan José Campanella, Darren Kloomok
– Fotografía: Félix Monti
– Montaje: Juan José Campanella
– Arte: Nelson Noel Luty
– Efectos: Gonzalo Arenas Norton, Guadalupe Barbara,
Juan Francisco Biancardi, Carolina Bolatti, Guido Ferraro,
Marcelo G. García, Pablo E. Herrera, Mauricio Mansilla,
Marco Merletti, Rodrigo Tomasso, Alejandro Villavicencio Vargas
– Música: Emilio Kauderer
– Producción: Daniela Alvarado, Camilo Antolini,
Muriel Cabeza, Juan José Campanella, Gerardo Herrero,
Axel Kuschevatzky, Mercedes Tarelli, Martino Zaidelis
– Intérpretes: Graciela Borges, Oscar Martínez, Luis Brandoni,
Marcos Mundstock, Clara Lago, Nicolás Francella,
Maru Zapata – ARGENTINA-ESPAÑA/2019