La pintura ha sido por siglos una expresión constante en el desarrollo de la humanidad, siendo fundamental para su lectura en el paso del tiempo. A través de ella se registraron y retrataron eventos, lugares y personajes, así como cambios y sentir de distintas épocas. Hoy en día el arte y su manera de expresar se amplía, dejando de lado las disciplinas, para crear de forma libre.

Si bien cada cambio surge tras una serie de sucesos, un momento determinante para el arte fue la revolución industrial, iniciándose también el capitalismo y la lucha por los derechos humanos. La percepción, y por lo tanto la pintura, cambiarían con hitos de la época como el ferrocarril = movimiento, electricidad = luz y fotografía = reproducción. Esta última surgió cuestionando la necesidad de pintar que, hasta ese momento, había cumplido la tarea de mímesis de lo real.

En el territorio nacional la pintura tuvo su propio y particular desarrollo, iniciándose con la llegada de la colonia e imposición de lo europeo español, originando una larga tradición barroca. Poco a poco esta sería remplazada al producirse un cambio en el contexto social y en el de sus ideales. Pintores como Cecilio Guzmán de Rojas y Arturo Borda fueron de los primeros en proponer nuevas temáticas y técnicas, a pesar de su rechazo a las vanguardias que llegaron de la mano de artistas extranjeros.

Es recién en la segunda mitad del siglo XX que la pintura se fragmentó entre los que trabajaron un arte social de ideales políticos, quienes indistintamente siguieron retratando lo cotidiano, y aquellos que diluyeron la representación para dar paso a la abstracción, teniendo como representantes, entre otros, nombres femeninos como María Luisa Pacheco y María Esther Ballivián.

Posteriormente, ya en la década del 70, algunos artistas intentarían escaparse del lienzo experimentando con materiales y agregando tridimensionalidad a su obra, de los que son ejemplo Óscar Pantoja, César Jordán, Inés Córdoba y Marcelo Callaú en el oriente.

Una nueva pintura tras la llegada del arte contemporáneo se iniciaría en el país junto a la obra de Gastón Ugalde y Roberto Valcárcel, en medio de la convulsión de las dictaduras militares e hiperinflación de los años 80.

De esta manera el arte tanto como la pintura, han ido cambiando a través de nuestra historia en respuesta a la sociedad boliviana y sus fenómenos.

Esta exhibición abre un paréntesis de debate sobre la forma de pintar de jóvenes artistas hoy en Bolivia, en un momento del arte en el que el objeto inmóvil es reemplazado por el movimiento de la vida en sí. En el que el lienzo parece ya no ser necesario.

Pictórica es el resultado de una observación curatorial sobre el transcurso de los 10 últimos años en Bolivia, tiempo en el que, tras haber concluido la primera década de este nuevo milenio, se promulgaron transformaciones políticas, sociales y económicas en el país. Este es el arte del Estado Boliviano dejando atrás a la República. En el plano artístico, el arte contemporáneo cada vez toma mayor protagonismo, a pesar de las deficiencias con las que aún se desarrolla el arte en general. La pintura, a pesar de ser un oxímoron dentro de éste, presenta una gran diversidad; no existe técnica, material ni ideales que la unifique. Una nueva generación de pintores empieza a manifestarse, estos parecen no mirar atrás ni conectarse con autores previos, buscando sus propias formas y significados.

Los seis artistas que forman parte de la exposición muestran distintas formas de pintar en la época del postmedio. Oscilando entre la figuración y la abstracción, se manifiestan en simultáneo a pesar de sus diferencias estéticas logrando un tono armónico, escenificando una nueva forma de hacer y pensar, reflejo de la globalización, pero también de las individualidades y de su percepción particular. Intentando reinventar la pintura en la era digital, están enmarcados en una sociedad que ha asimilado el espectáculo como esquema cultural democrático. 

José Ballivián nos presenta un par de lienzos monocromos en los que mezcló pintura “original”, de una marca que a un alto precio promete calidad, y la “trucha”, también apodada “chinita”, por la expansión de esta potencia comercial con productos de bajo precio. Como resultado tenemos una unión imperceptible a la vista, donde la diferencia radicada en la subjetividad del mercado. En estas obras nuevamente nos encontramos con la disyunción del mestizaje, en la que se es y no es al mismo tiempo. Una identidad quebrada que no termina de separarse ni de unirse, tema central en la obra de Ballivián.

Estas piezas comparten sala con el tríptico de Santiago Contreras, quien propone fotografías sacadas de internet, intervenidas con pintura y sobre dibujadas con marcador. El artista analiza las imágenes redefiniendo el paisaje, en una proyección catastrófica de cómo se vería éste alterado por la explotación de sus recursos naturales, resultado del modelo económico en curso y por la falta de control  de los gobiernos en su afán de captar mayor capital.

Rosmery Mamani presenta un par de objetos que imitan nuestra tradición gastronómica. Estos forman parte del trabajo más experimental de la artista, creando esculturas sin renunciar a la pintura como técnica, ratificando su cualidad inmutable como forma de memoria. Éstas, junto a las que presenta Jess Baldi, reflejan la necesidad en la pintura de ampliar sus límites al habitar el espacio de forma tridimensional, aparente forma de reafirmación y convalidación en el contexto artístico actual. Sin embargo Baldi crea de forma distinta, su obra se asemeja al Op Art, al construir por medio de la línea y contraste de color, pero sin la rigidez del orden al ofrecernos un equilibrio ilusorio en el que la línea se ve irrumpida. Jess amplia nuestra percepción al usar artilugios como la luz y un espejo. De manera singular, encontramos una pieza conceptual creada con luz, esta reta al espectador a “Ingresar si es que se atreven” (significado del texto en español). El conjunto se asemeja a una instalación, escapándose del agotado discurso tradicional en la pintura.

En la obra de Johanna Pacheco Surriable, nos encontramos nuevamente con colores brillantes y texturas. La disposición con la que presenta sus piezas, refleja la insostenibilidad de volver a las formas del pasado. Sin despejarse de la bidimensionalidad, rechaza el cuadrilátero, enmarcándose en formas irregulares, piezas singulares que derivan en un todo; paralelo a la vida actual en las ciudades, donde habitamos de manera individual, anónima y solitaria a pesar de estar rodeados por multitudes como resultado de las migraciones y densificación urbana.

Finalmente, Vicente Mollestad experimenta con materiales y soportes, evidenciando que el arte no es una técnica en particular. De esta manera hace uso de charol sintético, telas, bolsas y pegamento, entre otros, teniendo cada uno su propia carga simbólica. Como resultado obtiene piezas sin un orden predeterminado. Caóticas y desprolijas, éstas nos rememoran la calle, sus muros desgastados y sucios que dan testimonio del paso del tiempo y del transeúnte; escenario cotidiano en constante modificación. Entendiendo el arte y la vida de manera no lineal, parte de un universo cambiante y lleno de realidades paralelas.

Una reflexión sobre el discurso desde la técnica

Miguel Vargas – La Paz

La curadora e investigadora de arte María Schneider ha reunido la obra de seis artistas para reflexionar sobre la forma que ha tomado la pintura en el contexto boliviano, tanto para revalorizar los alcances de esta técnica en la contemporaneidad local como para dar a conocer las propuestas y discursos de artistas jóvenes. La exposición se exhibe en el Centro Simón I. Patiño de Santa Cruz de la Sierra (Independencia esquina Suárez de Figueroa) y estará abierta hasta al 28 de agosto. 

Participan Jess Baldi (artista y arquitecta cruceña que trabaja en Dallas, EEUU), José Ballivián (artista paceño que representó a Bolivia en la 57 Bienal de Venecia en Viva Arte Viva, entre otros), Rosmery Mamani (pintora premiada tanto en Bolivia como en el exterior, nacida en Cajuata, cerca del lago Titicaca en La Paz), Vicente Mollestad (radicado en La Paz, con una Maestría en Artes Visuales del Sandberg Instituut de Amsterdam,Holanda), Johanna Pacheco Surriable (creadora paceña que se formó y trabaja en París, Francia) y Santiago Contreras (artista y arquitecto, con un Master en Bellas Artes de la Bauhaus Universität de Weimar en Alemania).

María Schneider es curadora, museógrafa y productora. Fue parte de proyectos como TRANS>art.culture.media Nueva York – USA e impulsó el Festival de Video Arte La Paz MARKA y DIDI Dialectos Digitales, entre otros.