Soy un lector aficionado a relatos policiales, negros, de terror, de ciencia ficción. Un lector desordenado y sin método de cómics y un muy torpe veedor de cine gringo comercial. Por lo tanto, lo que desarrollaré, en las siguientes líneas, lo haré como lector ingenuo. Como aquel que solo busca pasarla bien y meterse en una historia que promete llevarlo a buen puerto.

1. La primera impresión: no es Bolivia

Mi experiencia escolar con la novela boliviana fue como una mala vacuna. Me hicieron alérgico a cualquier relato hecho en Bolivia. Muy pocas novelas bolivianas me han atrapado. Desarrollé una especie de aversión por nuestros relatos claustrofóbicos y asfixiantes, de esos que se repiten como la frase futbolística reza: “Jugamos como nunca, perdimos como siempre”. Esos relatos que siempre comienzan como algo prometedor y terminan defraudando o con el sabor a mar perdido, a guerra frustrada, a victoria fallida.

Pues con esa desconfianza empecé a leer Todos los caminos, pero de entrada, me atrapó. No era Bolivia ni ningún espacio familiar. Generalmente, nuestros relatos se encierran en sus regiones. Entonces, por deducción esperaba que un alteño me hable de El Alto, pero no era así. La novela iniciaba con un viaje por una carretera en medio de un desierto desconocido. “Oye”, pensé, “esto no es más de lo mismo”. No contenía eso que me había alejado de nuestra literatura, de aquellas localidades autóctonas, de los bares y las calles periurbanas, no había aparapitas ni kusillos. El primer capítulo me quitó los prejuicios y pude hacer un viaje más allá de mis propias fronteras.

2. Activando la memoria: influencias detrás de las palabras

Al principio la novela parecía tediosa, pero las mejores películas y novelas siempre tienen un principio lento. Muchas páginas después, ya me había atrapado. Recordé que “toda gran obra es producto de sus influencias”. Y creo que es así, al menos en este caso. Todo los caminos es una novela plagada de influencias. Hay un eco de la novela de Milan Kundera, La insoportable Levedad del ser, una evocación de Detectives Salvajes de Roberto Bolaño, una sutil resonancia de No es país para viejos de Cormac McCarthy, un susurro del irreverente cómic The Preacher de Garth Ennis. Parecía que la fuerza de la influencia estaban presentes, las imágenes son muy nítidas como para no notarlo. Nolan, el antagonista de la novela, es cinematográfico. Es el Wesker de la franquicia Resident Evil, es el malvado Frank Nitti de Los intocables (película estrenada en 1987). El detective Ted Wilson, el protagonista, es el Phillip Marlowe de Raymond Chandler o el Belascoarán Shayne de Paco Ignacio Taibo II. Teo y Tim, otros personajes memorables, son Abott y Costello escapando de la momia. Cada uno de los personajes son una caricatura de lo que ya existe o existió, son producto de una influencia que se esconde detrás de cada palabra.

3. Una línea negra en el horizonte I: caricaturas

Entendí, también, que Todos los caminos parecía querer decirme algo más: “somos monitos intentando ser humanos”.  En la novela de Óscar hay un cuadro de los personajes de Walt Disney que es descrito de manera muy gráfica. Es un recurso que resume toda la historia. Todos y cada uno de los personajes, incluido el narrador, son caricaturas. Un cruel retrato de nuestras monótonas vidas. Lee y Renata, los personajes principales,  son bosquejos del amor, de la soledad, esbozos de ser en los que bien podríamos reflejarnos. El deseo de ser héroe de Wilson es un deseo que habita en cada individuo, el deseo bufo de hacer lo correcto. Pero también hay un Nolan, un Teo y un Tim; un ambicioso, un tonto y un ingenuo. Estas son representaciones que expresan la condición de las sociedades modernas, de los individuos que están aletargados por la ambición y los medios de comunicación, por el deseo de poseer algo a costa de toda su humanidad. Estos personajes son caricaturescos y al mismo tiempo son humanos. Por eso no necesitan localidades específicas. Son ciudadanos universales que pueden vivir en Santiago, Lima o La Paz.

4. Una línea negra en el horizonte II: cambio de perspectiva

Y el cuadro encerraba también otro secreto: Todo depende desde dónde se mire. Como bolivianos estamos acostumbrados a ver el mar como nuestro horizonte lejano, pero, ¿qué pasa cuando el mar se apropia de nosotros? Todos los caminos parece querer llevarnos a nuestro origen, a nuestro terruño, pero, menos mal, no lo logra. Esta novela no idealiza la tierra y el origen; al contrario, el origen se transforma en lo desconocido, en una serie de mitos alejados, en distancia. Sí, existe nostalgia, pero por la humanidad perdida, no por la tierra. La tierra no nos hace, lo que nos hace es el viaje, es esa búsqueda por dejar de ser caricaturas. Lo que nos hace es el camino que nos lleva al mundo.

5. Todos los caminos nos llevan al mundo: influencias, caricaturas y perspectivas

No hay final feliz en esta historia, como en toda buena novela negra. Pero hay algo que produce esperanza. Hay un retrogusto amargo que deja la derrota, pero también una fascinación por encontrar algo completamente distinto. Todos los elementos ya mencionados, las influencias, las caricaturas y la perspectiva, hacen pensar que la novela actual en nuestro país está cambiando. Que tal vez, no lo sé, estamos dejando de mirar nuestro horizonte, que ha llegado al límite, y nuestra visión necesita expandirse más allá de nuestro terruño. Quizás pronto podremos disfrutar de una buena novela hecha en Bolivia como disfrutamos al leer a Stephen King o un cómic de Marvel. Quizás pronto podremos nadar en el mar y dejar de lamentarnos, en un mar de buenas historias. Es cierto lo que alguna vez dijo alguien: “detrás de toda historia, aunque sea una muy deprimente, hay un canto de esperanza”, y la novela de Óscar Coaquira Alí me colma de esperanza, porque me hace pensar que algo está cambiando en este espacio geográfico. Me hace creer que todos los caminos nos llevan al mundo.