¿Una guitarra para moldear el futuro?
El guitarrista clásico Zoran Vranjikan expone las cualidades de la música en la formación integral.
Supongamos que vivimos en una época donde nuestros padres, profesores o líderes nos dicen que todo es fácil, instantáneo, que nada tiene consecuencias reales, que todo se puede borrar y volver a comenzar. Pretendamos por un momento que somos un niño aprendiendo a vivir, y que todo lo que nos rodea —es decir, todo lo que nos habla y nos hace aprender acerca del mundo real, aquel que probablemente una década después nos hayan convencido de que tengamos que conquistar con éxitos, gran felicidad y propósito— nos dice permanentemente que somos merecedores de este destino. Así, sin más, a un click de distancia.
¿Estaríamos envolviendo a nuestros hijos e hijas en una gran mentira o les estaríamos dando las herramientas para enfrentar, años después, la realidad?
Muchos padres encuentran un alivio al ver la felicidad de los niños y niñas al entregarles una tablet con apps diseñadas para promover la adicción a los juegos interactivos, rápidos y deslumbrantes; ofrecen a una mente virgen y ávida por información una fiesta de neuronas y conexiones.
Sin embargo, ¿qué tipo de información estamos alimentando en una mente con la capacidad infinita de ser lo que quiera ser?
El internet y la rapidez e interactividad de las apps han cambiado la manera en la que nuestro cerebro funciona: como pensamos es en gran medida sinónimo de quienes somos. El escritor estadounidense Nicholas George Carr nos cuenta en su libro Superficiales ¿Qué está haciendo internet con nuestras mentes? que las nuevas tecnologías de comunicación no solo influyen a través del mensaje, es decir, el contenido; sino que también a través del propio medio (celular, tablet, computadora, etc) y que esto terminaba influyendo importantemente, a largo plazo, nuestros actos y pensamientos.
Por otro lado, un instrumento musical es un reto integral de desarrollo motriz, porque nos hace experimentar nuestro cuerpo, despierta tempranamente un dominio y comodidad sobre nuestras capacidades motoras: nuestras manos aprenden a moverse, nuestro cuerpo se adapta a experimentar la vibración de un instrumento.
En lo sentimental, desarrolla profundos lazos internos y conexiones con Qué y Cómo sentimos, cómo reaccionamos ante los sonidos que nos provocan, como mínimo, sensaciones. En lo intelectual, la música es, entre muchas cosas, un lenguaje que posee forma, estructura, orden. Un orden abstracto que el intelecto puede empezar a moldear como se moldean los números para entender la física de lo que nos rodea, el lenguaje que describe nuestro entorno y nuestro interior, nuestras ideas; define nuestras relaciones y cómo vemos el mundo.
La música es una manera más de entender y ver el mundo, de moldear nuestro interior, de expresar sin palabras lo que en esencia somos. Nos enseña mucho más acerca de nosotros mismos que ningún artículo en Wikipedia o alguna app que nos entretenga, como si la vida fuera tan aburrida que tuviéramos que distraer inevitablemente nuestra mente para poder sobrellevarla.
Nos olvidamos de que lo realmente maravilloso de esta existencia se esconde detrás de actividades que requieren algo que parece ser despreciado cada vez más: esfuerzo y persistencia. Enseñémosle a los pequeños que la apariencia de lo fácil, de lo rápido y superficial de este maravilloso mundo digital no puede opacar la verdadera realidad, la vida que solo a través del esfuerzo y la perseverancia toma un sentido real, trasciende nuestras limitaciones, nos hace realizarnos y nos provoca ese sentimiento de asombro e infinita curiosidad (cualidad que nos ha hecho llevar nuestras posibilidades al límite) que debe haber sentido un antepasado al mirar las estrellas, al presenciar una tormenta y al ver la luz de un rayo que corta su pensamiento y propone: ¿Qué maravillas esconde estar vivos?