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Los aforismos de Julio Barriga, un lanzamiento radical para la Feria del Libro

La editorial El Cuervo presentará el nuevo libro del autor tarijeño

/ 31 de julio de 2019 / 10:14

En 1982 el escritor rumano Emil Cioran daba una entrevista en francés en la que le preguntaban sobre cómo y por qué escribir aforismos. Su respuesta, bastante simple, decía más o menos así: vas a una cena, escuchas las bobadas de una señora, vuelves a tu casa y escribes aforismos. Al mismo tiempo señalaba que un libro de aforismos nunca debe leerse entero de una sentada pues de lo contrario nos dejaría una impresión caótica, ya que los aforismos son pensamientos discontinuos. En efecto, el encanto y atracción hacia los aforismos proviene del hecho de que es un enunciado breve que puede leerse solo y tener sentido en sí mismo. Esto no significa que lo diga todo, al contrario, el aforismo suele empujarnos a pensar más allá de lo que se nos dice.

Para esta Feria Internacional del Libro la editorial El Cuervo lanza el tercer libro de aforismos del tarijeño Julio Barriga Aforismos+ Diario de hospital, texto que se compone de dos partes: la primera y más extensa es un compilado de aforismos sobre variadas temáticas y a esto se nos añade un bonus, Diario de Hospital, breve narración que relata la estancia de un paciente internado. Barriga ya tiene práctica y experiencia en la escritura de aforismos, habiendo publicado Aforismos desaforados (1994) y Aforismos desafora2 (2002). ¿Qué hace de estos cortos y no necesariamente simples pensamientos una fuente de curiosidad y diversión? Es un hecho ampliamente aceptado que a la gente no le gusta leer. En general la lectura no es una práctica vista como particularmente disfrutable; sin embargo, como curioso fenómeno social, la mayoría de la gente usa citas famosas en sus redes sociales. Y si bien una cita podría ser un aforismo sacado de contexto, es la idea de leer algo corto y que parezca significativo lo que parece iluminarle el día al ciudadano común. Pero un aforismo no es solo una minidosis diaria de sabiduría, es también, desde la escritura, el ejercicio de poder ser conciso y decir algo contundente. El proverbio, la máxima, la sentencia, todos se parecen en ese sentido, con la particularidad de que el aforismo no tiene una forma ni un estilo estrictamente definidos. En el caso de Barriga, algunos de sus aforismos toman varias líneas e incluso se escriben en verso.

Consideremos algunos temas y ejemplos que nos provee el autor. Él nos habla de cosas cotidianas que todos encontramos o encontraremos en nuestras vidas como seres humanos, la muerte, la traición, el aburrimiento, los hijos, los amigos y, entre todo, la lectura. Varios de sus aforismos mencionan y hacen alusiones a sus lecturas, a sus influencias. Algo similar ocurre en el texto que precede a los aforismos en el que la lectura y los libros terminan teniendo un valor incalculable. El texto organiza sus aforismos en temáticas, siendo algunas de ellas el amor y las relaciones, el alcohol, el trabajo y la escritura, la felicidad. Al contrario de lo que uno podría pensar al mencionar estas temáticas, no se trata de un curso de autosuperación; al contrario, los aforismos están llenos de humor, crítica, desengaño.

Algunos como: “Para cuando me llegaron los choclos, ya no tenía dientes.” o “Qué es ese olor tan lovecraftiano? Soy solo yo que estoy muerto hace tres días.” Nos sacan una sonrisa por su inherente pesimismo. Otros como: “Es como si de pronto ya no tuviera tiempo para nadie más que para mí mismo”. “Hay que ayudar al que se pueda, si vale la pena. Igualmente cagar al que se lo merezca, si también lo vale.” O “así como todo existe para ir a parar a un libro (Mallarmé) el destino de toda obra humana es la basura.” Nos hacen pensar en las muchas veces absurdas facetas de la existencia humana. El autor también se permite enunciar situaciones propias de su vida privada como en “La siempre trágica irrupción del humor en la cultura tarijeña.” Al mismo tiempo nada se toma muy en serio, pues el aforismo no es solemne. Así, el mismo Barriga nos dice: “Falsa sabiduría administrada en forma de píldoras: aforismos.”

El bonus que mencionaba al principio de esta veloz impresión es Diario de hospital, que, como su nombre lo dice, son los escritos de un hombre que ha sido atropellado y está internado por tres semanas en un hospital público. Al igual que en algunos de los aforismos, la lectura aparece aquí como asidero y consuelo a todos los males. Una prosa breve y sencilla nos describe los tortuosos y algunas veces negligentes procedimientos que enfermos de todo tipo pasan en las instituciones públicas del Estado boliviano. A veces parece el diario de hospital de un soldado de la guerra del Chaco abandonado en un precario espacio y no el relato de un hombre atropellado en enero del 2000. El tedio, la carencia, el dolor y la degradación del hombre como simple cuerpo son algunos de los temas que nuestro narrador pone en escena en esta experiencia, en principio breve pero también contundente (como un aforismo). El narrador no escatima a la hora de mencionar sus lecturas y los autores que le llaman la atención, en solo un par de páginas ya tenemos despachados a varios representantes de la literatura universal del siglo XX. Esto hace que se despierte cierta curiosidad en el lector para buscar (leer) más allá de lo que se nos dice. Sin duda encontraremos buenas recomendaciones en las páginas que llegan a las manos de ese paciente. La narración concluirá con la puesta en escena de una cierta fragilidad e impotencia del ser humano frente a situaciones que lo sobrepasan (una traumática operación en este caso) y que serán vividas, sobrellevadas y, en cierto modo, dotadas de sentido gracias a la literatura.

Aforismos+ Diario de Hospital es una obra entretenida, sarcástica, fulminante, y siguiendo el consejo de Cioran, para cada vez que sintamos que queremos darnos el pequeño gusto de reflexionar sobre un par de aforismos antes de acostarnos.

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Los peligros del silencio en ‘Mapocho’ de Nona Fernández

La novela de la escritora chilena ganó el Premio Municipal de Santiago 2003.

/ 30 de octubre de 2019 / 00:00

Mapocho es la primera novela de la escritora chilena Nona Fernández. La obra se publicó por primera vez en 2002 y ganó el Premio Municipal de Santiago en 2003. Se reedita este 2019 en varios países incluyendo Bolivia con la editorial El Cuervo. Mapocho narra la historia de una familia que es también la historia de Chile, de Santiago particularmente. A través de flashbacks y episodios fragmentarios de distintas épocas desde la colonización hasta la contemporaneidad, Fernández nos pone en escena el relato de la creación de una nación basada en omisiones, silencios y mentiras.

La novela narra la historia de una familia sin apellido, como para hacernos saber que podría ser cualquier chileno el que nos cuenta este relato. Rucia, personaje principal, es una mujer que de niña vivió brevemente la dictadura de Augusto Pinochet, que se inició en 1973, antes de que su madre decidiera llevarlos a ella y a su hermano a vivir a Europa. Pero sus relaciones con la dictadura no terminan en su infancia, es una herida que llevará hasta la adultez, en la que se cuestiona si algo de lo que sabe de su familia y de su país es cierto. Rucia y el Indio, su hermano, del que nunca sabemos el nombre y que transita como un espectro en la novela, son testigos de un episodio en el que, entrada la noche, llega un grupo de militares a llevarse a su padre. El padre, que es profesor de liceo, mago y contador de historias, les promete que volverá pronto. Al día siguiente, madre y niños ya están camino a Europa. La vida de Rucia continúa en España, a orillas de una playa donde la familia incompleta intenta rehacer su vida. La madre envuelve a los niños con su silencio, con su falta de respuestas. Un día ella les cuenta a los niños que el padre al que nunca volvieron a ver está muerto, quemado en un incendio. Hacen un entierro simbólico, pero lejos de pasar la página los hijos se obsesionan con el padre y con que un día volverá a buscarlos. A partir de ahí, se construye la historia de los hermanos que además está marcada por el incesto y por la búsqueda de su identidad como chilenos.

Mapocho, como se menciona al principio, no es solo la historia de Rucia, esta está intercalada, complementada, cortada y ejemplificada con una serie de episodios de corte histórico, y otras un poco más fantasiosas, que nos van mostrando la imagen de un país construido sobre hechos terribles y ocultos. Se nos habla, por ejemplo, de la fundación de Santiago por el mismísimo Satanás, o del hecho de que los colonizadores españoles eran no solo extremadamente cobardes, sino también homosexuales de clóset. El (y a veces también ‘’la’’)  narrador, a su vez, pasa de la primera a la tercera persona y nunca podemos estar totalmente seguros de qué es lo que sabe y qué lo que no, qué es cierto en lo que nos cuenta y qué es solo un recuerdo o una fantasía. El Mapocho, río que cruza Santiago, es el testigo de todos estos acontecimientos, lleva y arrastra en sus aguas cadáveres de cuerpos inmemoriales, de cuerpos cercanos y conocidos, cuerpos olvidados que siguen reclamando para que alguien cuente lo que les ha ocurrido. La novela insiste en el hecho de que aunque la Historia no los recuerda a ellos, las víctimas, los muertos, los desaparecidos, los asesinados, siguen ahí, habitan las calles, habitan la nación.

A lo largo de la narración existe una permanente voluntad de desacralizar y desmentir versiones oficiales de la Historia, para desenmascarar y destapar los horrores sobre los cuales se fundan las sociedades coloniales y poscoloniales. La novela no está desprovista de toques de humor y sarcasmo en las situaciones en las cuales la solemnidad se traduce como puro absurdo. Es el caso, por ejemplo, del coronel Carlos Ibáñez Del Campo, quien fue presidente en los años 1920 y después nuevamente en 1952. En la novela, Ibáñez es un militar profundamente conservador que quiere deshacerse de todos los homosexuales y travestis de Chile. Sin embargo, cuando encuentra una habitación repleta de dichos personajes termina vistiéndose como ellos y haciéndose lavar y perfumar hasta que es visto por otros militares y decide enviar a sus maquillados testigos a donde nadie los vaya a escuchar más.

Al estilo de Rulfo en Pedro Páramo, la historia de Mapocho está plagada de apariciones, de fantasmas del pasado que se niegan a desaparecer y vagan sin rumbo en el país que les ha dado la muerte. Leemos, por ejemplo: “El pasado tiene la clave. Es un libro abierto con todas las respuestas. Basta mirarlo, revisar sus páginas y abrir los ojos con cuidado para caer en cuenta. El pasado es un lastre del que no hay cómo librarse. Es mejor adoptarlo, darle un nombre, aguacharlo bien aguachado bajo el brazo, porque de lo contrario pena como un ánima con los rostros más inesperados”.

La vida de Rucia es también la vida del exiliado que vuelve a su país para enfrentar a su pasado, es también la historia de su padre, la historia de un escritor, un historiador que para mantener a su familia crea una historia de Chile al servicio del régimen dictatorial. Ello destruirá la vida de sus hijos, pues no se puede construir nada sobre el ocultamiento, la corrupción y la muerte. Mapocho nos pinta un retrato de Chile como sociedad profundamente autoritaria, paternalista y nepotista. Podemos ver las similitudes con el resto de Latinoamérica, donde el punto de quiebre esencial que da paso a la historia es y ha sido la colonización. Fernández, a través de todos los retazos de su narración, nos muestra la idea de que desde su fundación (e incluso antes, durante el periodo de colonización) el territorio y la nación chilenos han sido sujetos a una permanente purga humana, primero los indios, a los que después se sumaron todas las oposiciones a los gobiernos autoritarios.

A la luz de los acontecimientos desatados recientemente tanto en Chile como en Bolivia, Mapocho nos recuerda la importancia de viabilizar una sociedad en la que todos sus miembros puedan participar sin temor a ser reprimidos por los gobiernos de turno, de lo contrario todos podríamos terminar hundidos en un río interminable dirigiéndonos a ninguna parte.

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Cuando los payasos ríen (y lloran)

El Cuervo publica las crónicas del  autor boliviano- español Álex Ayala.

/ 7 de agosto de 2019 / 17:00

Cuando conocí a mi esposo me llamó la atención (y enamoró) una canción que había compuesto con unos amigos cuando era adolescente. El personaje principal de sus líricas era nada más y nada menos que el payaso Cosquillas o Cosqui, miembro del elenco estelar del programa Sábados Populares que se emitía en RTP. La canción trataba (y en gran medida lo lograba) de poner en evidencia la vida repleta de tragedias de un payaso que tenía que salir a trabajar todas las mañanas en medio de la infinitamente deprimente vida que le había tocado solo por ser payaso. La crónica de Álex Ayala Ser payaso es cosa seria que nos trae la editorial El Cuervo plantea la misma temática: los payasos son en Bolivia un gremio olvidado por la sociedad y por el Estado. El texto parte de la premisa de que como grupo social los payasos no son tomados en serio, literalmente, su trabajo no es apreciado ni remunerado de manera justa y no cuentan con ningún tipo de beneficio o seguridad social por realizarlo. La vida de un payaso es, sin duda, una llena de sacrificios y obstáculos. Ayala nos pone la situación en escena a través de una larga lista de payasos urbanos, hombres y mujeres que han dedicado sus vidas, muchas veces desde niños, a este no siempre grato oficio. El libro es entretenido y rico en anécdotas y detalles sobre la vida de sus protagonistas. La crónica se divide en 38 capítulos que sin problema alguno pueden leerse individualmente. Cada uno de ellos ilumina uno o varios aspectos, ya sea de la vida de algún payaso en particular o de la historia de la risa y el entretenimiento.

La desgracia del payaso parece ser un tópico recurrente. Nudito Crocante, uno de los entrevistados, afirma que “a veces, los que nos contratan desprecian a los payasos antiguos”, poniendo en evidencia la fragilidad de una carrera o vocación que sigue esos pasos. La canción de la que hablaba al principio tenía un corillo pegajoso que decía “te hago reír, te hago reír, pero lloro por las noches…”. De manera similar, el texto pone en evidencia la precariedad, la miseria y la dureza de la vida de los payasos e incluso menciona una película india (Mera Naam Joker, 1970) cuya trama es la sucesión de infortunios que acaecen en la vida payasil. La crónica de Ayala es precisa en dos objetivos: presentar a cada uno de estos protagonistas, nombrarlos, hablar de cómo y por qué se convierte uno en un payaso y, a través de estos relatos individuales, construir un panorama general acerca de una situación histórica concreta. Es también lo que mueve al autor a presentarnos en un par de capítulos el contexto histórico en el cual surge la figura del payaso. Hace esto para resaltar este caso en particular. El texto se detiene en las descripciones de los espacios en los cuales estos payasos paceños y alteños (y Pestañitas en Cochabamba) se mueven para que el lector no pierda de vista la especificidad del escenario en el cual surge esta crónica. Se dan algunos detalles de las miradas de los payasos, se nombran algunos objetos significativos que Ayala ve en las muchas veces diminutas y recargadas habitaciones que visita. El contraste entre la actitud de los entrevistados y la situación económica y social en la que se desarrollan sus vidas es un punto que el autor no se cansa de señalar. En algún momento un payaso entrevistado le dice al autor que tiene campo de sobra en su cuarto para guardar todas sus cosas mientras éste informa a los lectores que el espacio era más que minúsculo.

Ayala no es un simple entrevistador y testigo que amasa informaciones para transcribirlas, es también un miembro del público al que entretienen estos payasos. Por un lado, asiste a varios eventos y es también, mientras entrevista, partícipe de los actos y chistes de su objeto de curiosidad. En sus encuentros es como si los payasos siempre representaran un papel, pues en todas las anécdotas los payasos se comunican en gran medida con chistes. También nos da referencias lectoras sobre el mundo de los payasos y cómo se los ha percibido históricamente y en el presente. El hilo que une todo viene a ser, otra vez, el hecho de que la salud no es un derecho para los payasos sino un castigo. La crónica se abre así con el relato del accidente que tiene un payaso llamado Perchita cuando, en plena fiesta de cumpleaños, se cae y se rompe el húmero. Ayala le llama en algún momento “historias dramáticas” a los relatos de los que es testigo. En efecto, uno puede encontrar en todas las vivencias de estos sujetos la recurrencia de la orfandad, la pobreza, el trabajo infantil. Podemos preguntarnos por qué la mayoría de los payasos entrevistados crecieron en la orfandad o por qué tantos tienen deudas médicas, lo que nos lleva a preguntarnos por la sociedad boliviana en general. Los payasos aparecen como un grupo particularmente anacrónico, se reúnen en sus propios bares, comparten y se copian sus bromas, intercambian narices, pero también se mueven por una lealtad, honor y pasión muy pocas veces vista en otros grupos sociales. Es el caso, por ejemplo, de los payasos que vendieron gelatinas para ayudar a Zalapín, el payaso con un tumor en el brazo. “El hábito no hace al monje pero sí al payaso”, asevera Miguel Chávez, más conocido como Pinturita. Y, en efecto, Ayala busca mostrarnos cómo se hace y vive un payaso. Además reflexiona sobre el futuro de los payasos en la actualidad, menciona brevemente otras vertientes actuales en la figura monstruosa, atemorizante y peligrosa de los pares de nuestros maquillados entrevistados.

Ser payaso es cosa seria nos enseña acerca de la infinita imaginación de los payasos bolivianos para sobrevivir en un medio no siempre amable ante sus bromas, cantos, disfraces y ocurrencias. La crónica hace visible a un grupo muy unido de individuos que dedican sus vidas y encarnan en su día a día a personajes alternos que muchas veces se sienten más reales y honestos cuando usan zapatos gigantes y ropas chillonas. Y nos muestra, como diría un personaje de la película de Charles Chaplin Limelight (1952), que es un negocio triste el ser gracioso.

Evento

El Cuervo

El cronista Álex Ayala Ugarte presentará su libro Ser payaso

es cosa seria el jueves 8 de agosto en la sala Rubén Vargas a las 20.00.

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Dados, amigos y crímenes en ‘De kenchas, perdularios y otros malvivientes’

Editorial El Cuervo presenta la segunda edición de la novela de los hermanos Diego y Álvaro Loayza.

/ 24 de julio de 2019 / 00:00

De kenchas, perdularios y otros malvivientes es una novela de los hermanos Loayza (Diego y Álvaro) que se publicó por primera vez en 2013 con la editorial El Cuervo. Este año se nos entrega una segunda edición de esta divertida y deso-pilante obra. La premisa de la historia es simple: un torneo de cacho que aglutina a una serie de personajes de distintos backgrounds (aunque todos más o menos sórdidos), que harán lo posible e imposible para ganarse la afamada copa cacheril. Pero la historia tiene menos que ver con el torneo en sí mismo, relatado en la tercera y última parte, que es además la más corta, que con las aventuras y desventuras de todos los personajes involucrados.

La narración comienza con el personaje en torno al cual se centrará la historia, Hinosencio, un campesino miserable y casi analfabeto (digo casi porque sabemos que una de sus posesiones preciadas es un libro titulado Ciencia) que ha decidido irse a estudiar a la ciudad de La Paz. Hinosencio recuerda, hasta en el nombre, al Cándido de Voltaire, ambos personajes ingenuos enfrentados a las maldades y corrupciones de su sociedad, que nunca lograrán cabalmente sus cometidos. Hinosencio se desviará de su intención inicial de ingresar a la universidad y podemos imaginar que la vida que lleva en La Paz es aquella que vivirá hasta el día que muera: jugando cacho y tomando singani. Esta vida es la que llevan todos los personajes de la novela, desde policías, vagabundos, ladrones, contrabandistas y demás especies del mundo del hampa. En efecto, se nos retrata a toda una sociedad que vive únicamente por dos placeres que, al estilo de la prohibición en los Estados Unidos en los años 20, han sido declarados ilegales, tanto en su consumo como en su práctica. Se trata de una especie de futuro/pasado en el que la sociedad ha optado por entregarse de pleno a la ilegalidad e incluso hacer de esta una actividad profundamente solemne. No es cuestión únicamente de decir que en la novela todos se la pasan entre la borrachera y la resaca lanzando un vaso con dados. Los participantes tienen arraigadas una serie de creencias profundamente enraizadas, algunas veces contradictorias, que hacen del alcohol y del juego el propósito místico de sus vidas.

La novela es una mezcla de varios géneros a los que les imparte características propias del contexto y de la historia que nos cuenta: es una novela negra porque está plagada de crímenes, varios robos, algunos asesinatos además de una larga lista de infracciones de diversa índole, es una novela de aprendizaje porque trata del recorrido de un inocente joven que aprende varias lecciones de vida y es también una novela humorística porque la sátira, la exageración y la burla aparecen en todas sus páginas.

Ahora, en cuanto a las características propias a las que me refiero, la más llamativa vendría a ser el uso del lenguaje coloquial que busca reproducir no solo expresiones sino también pronunciaciones del submundo urbano no solo de los borrachos sino también de gente cuyo idioma nativo no es necesariamente el castellano. Tenemos, por ejemplo, a un australiano que habla entre español e inglés con palabras que terminan en “ou” como amigou o cachou, que es como uno se imaginaría que hablan todos los gringos en español. El habla tiene así una intención similar a la que aparece en la novela Periférica Boulevard (2004) de Adolfo Cárdenas, plasmar ese otro idioma, esa jerga típicamente paceña que se forma en la mezcla entre castellano-aymara-inglés, todos en mayor o menor grado, mal hablados. Es una novela divertida y fácil de leer, la trama agarra al lector rápidamente y al interior de una producción nacional que suele ser algo melodramática, le da un buen respiro al no tomarse las cosas muy en serio.

De hecho la premisa misma de la historia es bastante absurda, todos quieren prepararse para ganar el torneo por las buenas o las malas, pero el cacho es absolutamente azaroso, no hay forma de determinar quién va a sacar una buena jugada o qué es lo que los dados nos depararán. Aun así todo en la novela tiene que ver con la preparación económica, psicológica y física que deben realizar los jugadores. Nuestro héroe, Hinosencio, bautizado rápidamente el “Mano Virgen”, tanto por nunca haber jugado como por nunca haber tocado a una mujer, no se aguantará ningún tipo de tentación paceña que le pase por delante de los ojos, y de las manos. La novela y el cine negro son ya auguradores del posible desenlace: las mujeres te van a arruinar la vida.

Como se mencionó antes, la novela tiene menos que ver con el torneo en sí mismo que con las apariciones y relaciones de los extraños y muchas veces histriónicos hombres (con alguna ocasional mujer de pasada) que habitan la ciudad de La Paz, todos percibidos a través de un narrador omnisciente que, aunque diferente a ellos, parecería haberse criado a su lado. Rompiendo jerarquías, como en el hecho de que el candidato a Alcalde compite con el vagabundo, De kenchas perdularios y otros malvivientes nos muestra que es posible encontrar una gran veta humorística en las situaciones más decadentes y miserables. Y como en una novela de Stephen King, lo más importante son los amigos que uno hace en el camino, amigos con los que uno juega, llora y se toma unos singanitos.

Los hermanos Loayza logran captar a una ciudad caótica encarando sus hipérboles, contradicciones y supuestos misticismos desde la risa. Valga decir que varias de estas ideas serán retomadas en la novela gráfica El monstruo del Chokeyapu en la que Diego Loayza participó. De kenchas, perdularios y otros malvivientes, en su segunda edición, incluye además las reglas del torneo Mamelos Classic’s así como el diagrama de los grupos cacheros y sus eliminatorias. Un libro para reír que vale la pena tener en la biblioteca, para leerse la historia entera o citar algunos pasajes para entretener a los amigos los fines de semana, mientras nos preguntamos, como el personaje de Sáenz que abre la novela ¿Para qué sirve la plata? ¿Para qué sirve la ciencia?

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Adivinando el futuro

La novela ‘En el cuerpo una voz’, del escritor cruceño Maximiliano Barrientos, se presentó en Argentina.

/ 26 de septiembre de 2018 / 05:04

A  poco más de un año de las elecciones que decidirán el futuro de Bolivia (aunque eso sea quizás dar demasiado peso a un único acontecimiento), resulta sumamente interesante plantearse los posibles escenarios que podrían tener lugar en el futuro del país. Y si uno quiere inspirarse en un ejemplo posible, ahí deberían estar los escritores nacionales para hacer ese trabajo. Nos parece que esto es lo que nos proporciona Maximiliano Barrientos en su más reciente novela En el cuerpo una voz, que se presentó el 30 de agosto en Buenos Aires a cargo de la editorial Eternacadencia. La obra fue publicada por primera vez el año pasado por dos editoriales, El Cuervo en Bolivia y Almadia en México.

La novela —corta, fácil de leer y con un ritmo rápido— construye a retazos el futuro de Bolivia. La visión no es en absoluto optimista y, en cierta medida, es consecuente con el tono y el estilo que Barrientos ha desarrollado desde su primer libro de cuentos Diario (2009). Leemos los testimonios postapocalípticos de varios personajes que aparecen como perfiles, como voces que no se concretan completamente. Aun así ellos dejan reconocer claramente el panorama que condujo al país a esa situación, lo que es un trabajo de construcción interesante de los personajes. Comprendemos también en qué medida la forma de ser de esos hombres es parte del destino del país donde viven. En otras palabras, Barrientos nos permite intuir cómo el comportamiento de sus personajes es la base de la situación que ha sufrido el país.

Si bien hay un villano claramente establecido (El General, un exmilitar que habría estado relacionado con el asesinato del “presidente indio”), esto no impide que la novela transmita la sensación de que todos los personajes involucrados en la violencia están atrapados en una forma de ser que escapa a su control. Ése es quizás uno de los principales fuertes del estilo de Barrientos: deja traslucir las pasiones menos halagadoras del ser humano. El odio, el resentimiento, el deseo de venganza y la envidia vuelven una y otra vez a atormentar a los personajes. Como es de esperarse, estas emociones generan comportamientos violentos y esa violencia no solo afecta a quienes la sufren sino también a quienes la practican. De hecho, uno de los personajes, el “muchacho” que ayuda a Rodolfo a filmar los testimonios de los sobrevivientes del periodo de guerra y caos, reconoce que la misma gente que fue víctima de la violencia de El General recuerda con nostalgia y hasta con cierta alegría esa época: “Hablaban de lo que habían vivido como si a pesar de la mierda hubiera algo que ahora faltara. […] Como si hubieran sido felices”.

En este sentido, tanto Rodolfo (que es el principal narrador pues es la voz que cuenta la primera, tercera y quinta parte) como Lucio “el muchacho” y Darío (otro joven que se les suma en la persecución y tortura de El General) se ven involucrados en una violencia que les escapa y que no perciben necesariamente como la suya. Podríamos sospechar de que esta violencia es una especie de trascendencia de la historia del país, una suerte de determinación que viene de atrás. En efecto, los antagonismos que parecerían haber generado el conflicto remiten a la historia nacional, tanto reciente como del siglo XIX. El conflicto involucraría a la Nación Camba (que termina constituyéndose de forma separada al resto de Bolivia), una corriente federalista, grupos militares acaudillados por líderes crueles y sanguinarios e indigenistas que promueven una revolución para reunificar al país. En este sentido, la guerra civil se presenta más como una guerra regional que como una guerra de clases.

Barrientos no es el primero en explorar esa dimensión del antagonismo político por medio de la ficción. Es más, resultaría interesante poner en paralelo esta novela con algunas otras que han tratado de adentrarse en el futuro de Bolivia a través de la ficción o incluso de la ciencia-ficción. Pensamos específicamente en las novelas Opandamoiral (1992) de H. C. F. Mansilla y De cuando en cuando Saturnina (2004) de Alison Spedding. Aunque estas novelas son muy diferentes, todas ellas juegan con el potencial conflictivo del antagonismo regional (que es también un antagonismo cultural y, parcialmente, de clase). En esta medida, la novela de Barrientos se inscribiría en el fantaseo de lo que podría ocurrir en caso de que los antagonismos regionales o los regionalismos del país encontraran repentinamente un detonante que diera rienda suelta a su violencia contenida. Y la intuición que transmite la novela parece ser, como ya lo enuncia su título, que la voz que predomina es solo una, la de un mal y un malestar ante un ciclo permanente de violencia.

Para terminar, mencionamos un aspecto más que hace que la lectura de esta novela resulte tan oportuna para la coyuntura nacional actual y de los últimos años. Barrientos ha hecho que el asesinato del “presidente indio” sea el detonante de la violencia regional, es decir, de la guerra civil. Encontramos este temor, esta fantasía de un conflicto que obedece a las diferencias culturales y regionales no solo en las ficciones futuristas de nuestra literatura sino en su sociología y en los diferentes diagnósticos históricos de intelectuales y funcionarios nacionales. Así, el ministro Carlos Romero y el vicepresidente Álvaro García han insinuado en más de una ocasión que una de las razones por las que Evo Morales no debe salir del poder es porque es el único capaz de mantener la unión y la paz del país. Esta concentración de la situación de todo el país en el presidente, este presidencialismo exacerbado, amerita más de una reflexión, sin duda. No resulta sorprendente, pues, que nuestra historia tenga ejemplos de presidentes suicidados, colgados, expulsados, exiliados, perseguidos y, lo que podría entenderse como parte del mismo movimiento, divinizados. Es como si siempre se concentraran y contuvieran en el presidente todas las violencias que la sociedad no quiere reconocer en ella misma. Como si un solo individuo, un presidente, pudiera ser causa y motivo de que las violencias se contengan o estallen.

Creemos que la novela de Barrientos nos invita a considerar estas temáticas y muchas otras de una forma entretenida y que contribuye a reforzar lo que este autor ya ha construido hasta ahora como un estilo propio.

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La ‘novela histórica’ en cuestión

La literata analiza el tejido entre ficción e historia en ‘Humo’,  reciente novela de la ecuatoriana Gabriela Alemán.

/ 15 de agosto de 2018 / 11:00

Humo (2017) es la última novela de la escritora ecuatoriana Gabriela Alemán (Río de Janeiro, 1968).  Ganó el premio Nacional de Narrativa Joaquín Gallegos Lara, en Ecuador, y  está en la lista del periódico New York Times de las 40 mejores obras de ficción en castellano de 2017.  La editorial boliviana El Cuervo presentó el 10 de agosto una edición que está disponible en la Feria Internacional del Libro de La Paz, hasta hoy.

Leer una novela para después hablar de ella sin arruinarles a los lectores momentos claves de la trama, es un reto. Alemán afirma que Humo es una obra que le tomó 12 años escribir. Los puntos básicos que se señalan en entrevistas y reseñas son que el libro gira alrededor de dos personajes centrales: Gabriela, una mujer presumiblemente paraguaya que vuelve a su país en 2004, después de 17 años de ausencia, y Andrei un europeo que se dedica a viajar por el mundo y que en determinado momento se instala en Paraguay un poco antes de la Guerra del Chaco (1932-1935).

Así, la novela supone transcurrir en tiempos distintos que se construyen a través de varias elipsis, personajes, voces y recursos diferentes, como cartas, descripciones y poemas que involucran principal, aunque no exclusivamente, a los dos personajes. La novela abre y cierra con la llegada de Gabriela como la encargada de encarar un pasado del que nadie quiere hablar, a través de la lectura de los papeles que Andrei le ha dejado antes de morir.

El punto de encuentro entre ambos aparece descrito en la novela en menos de una página. El hombre le salva la vida a Gabriela y cuando se menciona su relación, parece ser muy íntima. Ella recuerda con mucho dolor la muerte de Andrei y en algún momento el hijo de éste le dirá que ella siempre fue ‘como de la familia’. A pesar de esta aparente cercanía, Gabriela es en cierta medida un pretexto, una lectora ideal que llega no solo a leer, sino también a contar la historia de Andrei, que es  la historia de uno y varios tiempos, de uno y varios países. Él está vivo durante gran parte del siglo XX en Paraguay, siendo testigo de la Guerra del Chaco y de la dictadura (1954-1986) de Alfredo Stroessner que ya de por sí ocupa más de un tercio de la historia del Paraguay de ese siglo.
Así nos enteramos de la vida del europeo, que pasa de intentar hacer un pequeño negocio a ser el doctor oficial de Stroessner, hecho que a la larga tendrá un gran impacto negativo en su vida personal.

La historia de Gabriela se parece a la vida de Andrei porque ésta también tiene un tono sombrío y desesperanzador. Desde un punto de vista omnisciente y muy descriptivo, el narrador en tercera persona nos va contando de la llegada de Gabriela, del cansancio y lo duro de su retorno, de cómo las cosas siguen viéndose igual de difíciles que antes, aún si Paraguay ha retornado a la democracia hace 17 años. Ahí, en la casa de Andrei, recibe un fajo de papeles que él le ha dejado encomendados a su hijo Pablo, justo antes de matarse, pues sufría de una enfermedad incurable. Pablo le ha pedido a Gabriela volver para buscarlos, porque ahora son suyos. Mientras Gabriela lee, se descubren las vidas de ambos. 

Se nos habla también de las relaciones con los otros personajes que componen la novela, todos parte de la familia o amigos de Andrei, todos llevando una vida más o menos triste, sórdida, y que terminan por relacionarse de alguna manera.

La idea de que ‘todos se relacionan’ también se pone en escena literalmente cuando hacia el final del libro los papeles de Andrei salen volando por la ventana y terminan cubriendo toda la ciudad, llegando a destinos diversos e improbables. Alguno termina envolviendo una carne, otro en la boca de un perro y otros son recogidos del suelo y guardados en bolsillos de personas, jóvenes en su mayoría, que sin saberlo, aunque sabiéndolo a la vez, guardan parte de esta historia, que es también “la Historia”.

Esta escena que funge de cierre de la novela, parece tener la intención de mostrar que tanto escribir como leer son actos que pueden tener un alcance mucho mayor al que uno puede imaginar, porque los papeles tienen vida propia.

Dentro de todas las descripciones y detalles sobre el estado de ánimo de los personajes, se insiste también en la dificultad que tienen las palabras para encarar o contar lo absurdo y violento de la historia humana y también de las acciones particulares de los hombres.

Un punto que hallo interesante es el tratamiento que se hace de la Guerra del Chaco. Como bolivianos parece que siempre tendemos a tener una perspectiva nacionalista sobre la contienda. Sangre de mestizos de Augusto Céspedes hace un gran trabajo al describir en sus cuentos cómo la naturaleza del Chaco termina por enloquecer y ahogar a soldados que nunca habían estado preparados. 

En el caso de la novela de Alemán tenemos acceso a una perspectiva diferente, la del lado paraguayo. Se describe con gran detalle el ambiente y pensamiento de los paraguayos durante la guerra, con la desgracia de uno u otro boliviano que figura esporádicamente. Es enriquecedor encontrar obras que nos muestran nuestros propios prejuicios y nos obligan a ser curiosos con cosas que muchas veces damos por sentadas. Ahí están, pues, novelas, tratados, artículos y más que hablan de la guerra acordando, con mayor o menor énfasis, que los límites que separaban a Bolivia de Paraguay en los años 30 no estaban claramente definidos y que las agresiones de una y otra parte fueron muchas veces desastrosas e ilógicas.

Si bien, tanto Paraguay como Bolivia venían de salir de conflagraciones en las que habían perdido— el primero en la Guerra de la Triple Alianza y el otro en la Guerra del Pacífico— Paraguay tenía, aparentemente, una estabilidad militar que Bolivia nunca alcanzó. Ésta cambió varias veces de mando, a diferencia de la figura de José Félix Estigarribia que dirigió las fuerzas armadas paraguayas durante toda la guerra.

En la novela se nos dice, por ejemplo: “Los soldados rasos que hablan quechua y aymara no pueden comunicarse con sus comandantes que dan órdenes en castellano. Los paraguayos han corrido con mejor suerte (…) Todos hablan guaraní”.

La novela solo tiene 200 páginas y a pesar de tener constantes cambios y cortes de historia, es fácil de entender. Y en verdad, todo termina explicándose de una u otra manera.

Al terminar de leerla, la autora agrega varias referencias históricas y literarias que forman parte de la obra o que han sido usadas como fuente de información para escribirla.

¿Es una novela mejor o más interesante si tiene una serie de fuentes ‘verdaderas’ sobre las cuales se escribe? ¿Es la historia de un amor o una familia más relevante si se la proyecta en un contexto histórico?

Alemán parece indicar que sí, que lo que estamos leyendo no son solo descripciones de sentimientos o de espacios, sino también una suerte de documento testimonial ‘basado en hechos reales’.

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