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Solo preguntas vi: Tv, público y gestión cultural

Hoy los medios de comunicación tradicionales masivos deben ser repensados en la medida de los cambios que han sufrido internamente por la fuerte transformación que conlleva la inclusión de la tecnología. Si bien los medios tradicionales masivos no han sido anulados, muestran formas distintas en su “hacer” ante lo “posmasivo” y en el concepto de comunicación que manejan. El caso de la Tv es quizás el más significativo: por el contenido político o social que prioriza el equipo editorial del medio (con el interés de continuar participando en la conformación de “una opinión pública” y peleando incansablemente por la atención de los públicos, la credibilidad y las primicias), por su necesaria y casi obligatoria expansión hacia otras plataformas tecnológicas que multiplican su señal en otras pantallas y, por último, al ser consciente de la fragmentación de los públicos, por el cómo enfrentarse a la ruptura del grupo familiar que compartía el visionaje del mismo contenido en un espacio común ante la “Tv aparato” en el mueble familiar. La impronta de lo tecnológico y la multiplicación de las pantallas ponen en crisis el protagonismo del medio como principal emisor de información, y es ahí cuando los contenidos masivos/populares “basura” sirven para manipular emocionalmente a sus públicos con propuestas globales y glocales.

Ante ello, ¿cómo definir el concepto de público hoy? La transformación esencial en el medio televisivo no solo se debe a la proliferación de los aparatos tecnológicos o a las pantallas, sino también al cambio de los modos de consumo. Desaparece el espacio común familiar donde se compartían contenidos comunes y en su lugar aparecen diversos tipos de públicos adictos a contenidos fragmentados. A diferencia del público del siglo XX, el actual vive la experiencia televisiva desde otras pantallas en convergencia con otros contenidos y disímiles narrativas. Y es precisamente en este aspecto donde se encuentra la esencia de la crisis del medio comunicacional masivo, en la pérdida del papel protagónico cuasimonopólico como medio o sujeto único emisor de información, en el cuestionamiento de las narrativas utilizadas hasta hoy y en la ruptura de la linealidad entre emisor y receptor. Hoy ni existe una tv basada en el modelo tradicional de los años 60 ni un público que pasivamente reciba el contenido ofrecido. Hoy es otro el público: activo, informado y fugaz el que exige que sea el medio quien se acomode a sus esquemas.

Dichos esquemas van de la mano con la web 2.0 y las redes sociales, fenómenos que han logrado quebrar comunicativamente el monopolio informativo que ejercían tradicionalmente los medios masivos. Dichas plataformas se convierten en un modelo comunicativo alternativo que permite la participación de públicos antes silenciados. La aparición de las tecnologías digitales ha traído consigo la democratización de la información, pues las redes sociales han roto el monopolio que poseían las élites políticas y periodísticas en la construcción de la realidad social y política, permitiendo a los ciudadanos asumir un papel activo  en el proceso comunicativo. Dicho escenario plantea un panorama mucho más competitivo que  descentraliza la producción informativa.

Este proceso, también conocido como democratización de la información, toca también a la cultura. Las redes digitales han posibilitado que los diversos públicos culturales se conviertan en “prosumidores”, en la medida en que la comunidad cibernauta puede compartir, difundir, crear y recibir actividades. De ahí que en los últimos años, en Bolivia por ejemplo, se perciba una gran explosión cultural: desde la diversidad de contenido hasta el exceso de propuestas en agenda. Sin embargo, siempre gravita el riesgo de que tanta información superficialmente compartida se pierda en un mar de datos sin llegar a su receptor y que, finalmente, el movimiento cultural sea reducido a un simple collage de eventos.

En medio de este panorama, ¿cuál debería ser el rol del facilitador cultural? Pues deberá tomar en cuenta que ya no son ellos quienes fijan la agenda informativa, simplemente porque la competencia con otras plataformas y la fragmentación de las audiencias exigen una agenda compartida en la que coparticipa la sociedad y, por tanto, positivamente podrán colocarse en agenda las verdaderas preocupaciones de la gente. El periodista cultural no será entonces el que provee al medio de comunicación los insumos para el debate público, sino el que los recoja de las plataformas ciudadanas y las lleve al medio, en una relación casi horizontal y transparente.

El gestor cultural tendrá que poner en diálogo la historia rescatada, su pasado con el futuro y las nuevas ideas; deberá dominar los “modelos de cohesión social” integrando la multiculturalidad, escapando a los proyectos territorializados y partir de lo compartido, del acercamiento con la ciudadanía. El gestor cultural de hoy deberá pensar en proyectos de inclusión ciudadana que superen el mal de la “agenda” o “cultura a corto plazo” y, ante el conflicto entre la cantidad o la calidad, preferir transformaciones profundas en cada proyecto que geste; de esa manera podrá contribuir a crear sentido crítico en la sociedad y en la visibilización de públicos culturales. Será fundamental que trabaje en enlaces entre la periferia y el centro, y de igual forma entre diversos ejes temáticos con los que pueda vincular “lo cultural”, dígase lo educativo, lo medioambiental o lo político. 

Ante el efusivo avance de la tecnología, el gestor deberá manejar las pantallas analógicas y digitales tal como si fuese la historia y el futuro, y pensarlas en red, de forma tal que los procesos culturales también puedan ser entendidos desde el pasado y el presente de su propia gente. El que trabaje por la cultura no deberá reflejar lo que “vive la gente” culturalmente, sino “vivir” culturalmente con la gente, en una búsqueda incesante por representar los nuevos modos en que hoy se gestan los movimientos culturales, díganse aquellos que se manifiestan cara a cara o pantalla a pantalla.