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Cuando los hombres quedan solos

1. En Cuando los hombres quedan solos, la película póstuma de Fernando Martínez, se entrelazan dos historias: una reconstruye violencias de la dictadura de García Meza; la otra se ocupa del drama de una familia, en tres tiempos (1980-1981, 2007, 2017) y en tres generaciones: el abuelo paramilitar, sus dos hijos —un policía y un expolicía—, los nietos. Las esposas se han ido.

2. De estas historias, la más interesante es la primera, tal vez porque la película no intenta contarla. De hecho, Martínez se limita a recrear solo las violencias famosas de la dictadura de García Meza: aunque no en orden cronológico, vemos escenas que tienen alguna relación con el asesinato de Luis Espinal (marzo de 1980), con la toma de la COB (17 de julio), con la conferencia de prensa de Luis Arce Gómez sobre la necesidad de “andar con el testamento bajo el brazo” (septiembre) y con la masacre de la calle Harrington (enero de 1981).

3. Ninguna de las reconstrucciones históricas de la película es particularmente elocuente, detallada o precisa, acaso porque su función principal, más dramática que testimonial, es la de indicar las limitaciones morales —la culpa— de dos de sus personajes: el abuelo paramilitar y su jefe/compinche argentino. Quizá por eso mismo, estas son escenas de violencia genérica, poco atentas a las particularidades de la historia, confusas en su planteamiento, sobreactuadas por compensación.

4. A veces, en esas escenas, la historia es un pretexto para diálogos extraviados (en medio de una sala de torturas, el torturador habla, ponderando, de la necesidad de guardar bien los secretos). En otras, la recreación es indiferente precisamente a aquello que podía haberla justificado. Considérese, por ejemplo, las especificidades eliminadas por la película, en su reinterpretación enfática y grandilocuente, de la conferencia de prensa de Arce Gómez. Basta ir a YouTube y ver la grabación televisiva original de 1980 para caer en cuenta de lo perdido: los tenebrosos orgullos burocráticos de Arce Gómez (“yo, al haber presentado este proyecto de decreto ley, después de haber sido estudiado y analizado”); la banalidad de su discurso monótono e improvisado, con sus silencios y tartamudeos. Los realizadores de la película han hablado de las dificultades que enfrentaron en su investigación histórica; la verdad es que —por lo que se ve en ella— sorprende enterarse de que hubo una.

5. Pero como anuncia el título, la historia que importa a Martínez es la familiar: Por algo será que esos hombres se han quedado solos, ¿no? Algo habrán hecho, ¿no ve? En este universo de telenovela, el castigo indica —como el humo al fuego— la presencia de una culpa. Así, con la certeza de que se lo merecen —¿porque el abuelo fue paramilitar y de derechas? ¿porque el tío es machista, corrupto y racista?—,  se nos cuenta cómo estos hombres se quedan sin esposas y, luego, sin hijos y nietos.

6. La lógica expresiva es, claro, la del modo narrativo que la película adopta: el melodrama. Aunque si este es un melodrama, es uno fallido: poco funciona en él, incluso según los modestos términos de su lenguaje. Por ejemplo: su guion no parece interesado en justificar las acciones de sus personajes. Y algunos de esos personajes son reducidos a tics caricaturescos: el tira argentino que escucha tangos mientras tortura; el empalagoso abogado boliviano, siniestro hasta en su ropa; la niña tierna e inocente que hace preguntas obvias para que la trama avance. Y varios de los buenos actores son lanzados a naufragar repitiendo diálogos irrepetibles o son convertidos en “un gesto fijo, estratificado, endurecido, o sea su propio mohín” (para citar a un gran cronista desaparecido en una dictadura). Y a momentos la cámara no sabe dónde ubicarse y los actores tampoco.

7. Nos distraen preguntas básicas sobre la trama, preguntas que el guion se ha olvidado de resolver: ¿Por qué la abuela —que es una migrante económica— nunca vuelve ni a la familia ni a la película? ¿Por qué se va la esposa del hijo? ¿No tenían las excónyuges acceso a un teléfono? ¿Por qué hay siempre prendido un televisor cuando la película no logra contar algo de otra manera? ¿Estos son errores y torpezas o son vacíos y gestos deliberados?

8. Pero como lo irresuelto en general en la película está también irresuelto en detalle, es casi imposible no llegar a la conclusión de que, en ella, hay escasa deliberación. O de que es una obra inconclusa. ¿Cómo explicar sino que un personaje que habla como camba en 1980 ya lo haga como colla cerrado en 2007? ¿O que un niño paceño de 1980 adquiera para 2007 un acento colombiano? ¿O que un paramilitar argentino se vea igualito luego de 30 años, salvo las nieves del tiempo que le platean la sien? ¿Y que en esos mismos 30 años un joven paramilitar paceño se convierta en un anciano de bastón que masculla las palabras como don Enredoncio?

9. Hacia su final, la película propone una idea sorprendente, esta vez deliberada: vemos al mismo actor que hacía de Arce Gómez al principio (Luigi Antezana) interpretando ahora, en 2017, al ministro de Defensa del MAS. Me imagino —aunque como con tantas cosas de la película, no estoy seguro— que se quiere decir que el “proceso de cambio” es conducido por el mismo tipo de gente que condujo las dictaduras.

10. Aunque es también posible que los realizadores de la película no pensaran realmente lo que dice su final y que se hayan dejado arrastrar por las limitaciones del género: se sabe que el melodrama suele reducir la política y la historia a la histeria moral y a la imprecisión ideológica. Es algo que acerca algunas telenovelas al discurso reaccionario: comparten la creencia en que “los políticos son siempre los mismos y la política no cambia” y que lo que cabe, entonces, es “apartarse con asco para consagrarse a la familia, Dios y el trabajo”.

11. No tenemos por qué quejarnos: ya el título de la película anunciaba esa visión de las cosas que confía en que la injusticia, inevitable, será por lo menos castigada providencialmente: los ricos también lloran, los malos hombres se quedan solos. Se sabe, claro, que estas esperanzas compensatorias son rara vez el caso: el mundo está lleno de gente buena que sufre sin motivo y de malandrines y ricos que la pasan cañón.

12. Se ha recordado que en 11 años se corrigieron 20 versiones del guion de Cuando los hombres quedan solos. O sea: a veces el esfuerzo y las buenas intenciones no son suficientes. Es una injusticia que, después de tanto trabajo, lo conseguido sea esto.