Georg Lukacs dice en el tercer capítulo de su Teoría de la novela (1962): “Entre la epopeya y la novela —las dos objetivaciones de la gran literatura épica— la diferencia no está en las disposiciones interiores del escritor, sino en los datos histórico-filosóficos que se imponen a su creación”.  Luego añade: “La novela es la epopeya de un tiempo donde la totalidad extensiva de la vida no está ya dada de una manera inmediata, de un tiempo para el cual la inmanencia del sentido de la vida se ha vuelto problema, pero que, no obstante, no ha dejado de apuntar a la totalidad. Nos atendríamos a un criterio superficial y puramente artístico si buscáramos, en el verso y en la prosa, los únicos caracteres decisivos que permitieran definir la epopeya y la novela como géneros distintos”.

¿Los caracteres histórico-filosóficos hacen que la epopeya y la novela sean géneros distintos?

Pienso que en origen y en esencia no son distintos, menos aun cuando el tema que motiva al escritor emerge de fastos históricos. La palabra —como instrumento— es la que da vida a toda obra literaria, sea en verso o en prosa. ¿Y qué pasa si prosa y verso se juntan? No pasa nada, simplemente son dos formas de expresión. Veamos qué elementos propone Giorgio Agamben, crítico italiano que, en su célebre estudio El final del poema (1996), nos dice: “Para esto (distinción), deberé partir de una tesis que, sin ser trivial, me parece sin embargo evidente: que la poesía no vive sino en la tensión y la escisión (y, por tanto, en la virtual interferencia) entre el sonido y el sentido, entre la serie semiótica y la semántica”.

¡Claro! Sonido y sentido, son dos elementos únicos e indivisibles en la gestación de una obra literaria. Sonido y sentido son la esencia viviente de la palabra. No hay palabra sin sonido —en cualquier idioma—, tampoco sin sentido. La epopeya es el pasado de la novela histórica. En el pasado, los aedas griegos contaban los fastos y personajes históricos al son de la lira que pulsaban. Las cuerdas de la lira marcaban el ritmo de los hechos (gestas), ya sean violentos, sangrientos o luctuosos (epicedio). El ritmo de las palabras marcaba el paso de los héroes en las batallas, en las retiradas o en las fabulaciones fantásticas. La epopeya y la novela histórica registran hechos y situaciones de vida y muerte, preferentemente en base a verbos, participios, adverbios y epítetos; en cambio, la lírica despliega su canto con sustantivos abstractos y concretos, adjetivos y verbos pasivos. En ambas formas su orden armónico en la sintaxis poética lo definió claramente Horacio en su Epístola a los pisones, con el hipérbaton, destacado en nuestro medio por el genio de Franz Tamayo, en Horacio y el arte lírico (1915), obra poco transitada por nuestros poetas y narradores.

Los hechos (gestas) de la novela histórica se dan en dos ejes diegéticos (historia o relato). Al respecto, Renato Prada, en su estudio Las tematizaciones de la novela histórica: ‘La saga del esclavo’ de Adolfo Cáceres, dice: “Precisemos: dentro de la novela histórica de época, entonces, unas que limitan su tarea a la configuración (político-social e ideológica) de un período histórico determinado mediante la creación de una diégesis (‘historia’ o narración) que tiene como sus sujetos importantes y centrales a personajes ficticios; otras, tejen su diégesis con personajes efectivamente históricos, los cuales, por tanto, ya pertenecen a la historia ‘oficial’, o a la memoria colectiva de un pueblo: estos personajes, al ingresar en el relato ficticio, obviamente, tienen relación con situaciones, eventos y personajes que no corresponden a la historia reproducida por el discurso historiográfico, sino que son ‘creados’, instaurados, por el discurso novelesco de manera ficticia”.

Aristóteles comienza su Poética (siglo IV a de C.) planteando el objeto de la poesía, diferenciándola de la imitación (mimesis); considera que la poesía nace de dos causas naturales (acción-pasión). Su historia preferentemente trata de Homero. A partir de sus cantos, todo el tratado se reduce al estudio de la tragedia; además de las concomitancias entre drama y poesía; entre tragedia y epopeya. Acción-pasión animan los temas de las obras épiconovelescas. Partiendo del binomio arte-poesía, plantea implícitamente una dualidad entre ambas ideas. La poesía no es propiamente una tejne (arte); para los griegos, tejne era un método, un sistema, un código de normas con qué pensar y hacer algo. Mientras que la poesía contaba con la inspiración del artista, porque para Aristóteles existe el genio irreductible del poeta. El mito es el centro de la tragedia y la epopeya. El mito concebido como mimesis, como imitación de la actividad humana; de ahí la historicidad de la literatura griega; mito, mimesis y vida van ligados a la historicidad por la idea del eikós, lo verosímil, que nace de una inducción; la tragedia era en Grecia la interpretación del mito: interpretación, pues, historia, y no crónica.

Historia y crónica distinguen la novela histórica de la historia novelada. En la novela histórica, la diégesis se hace poesía, cuando el autor canta los hechos históricos; en cambio, en la historia novelada, relata los hechos históricos tal cual se dieron. En la novela histórica, como en la epopeya, se canta al héroe y los hechos históricos con ritmo y armonía, ficcionalizando los hechos reales; en cambio en la crónica o en la historia novelada, se relata los hechos históricos con fidelidad, al igual que sus personajes. Nataniel Aguirre en Juan de la Rosa (1885) creó el mito de las Heroínas de la Coronilla, con el que Bolivia también celebra el Día de la Madre, cada 27 de mayo.

Ahora bien, la novela poética no siempre es histórica; es poética por la densidad retórica de su lenguaje; densidad marcada por su armonía y ritmo, como lo podemos evidenciar en El hombre sin atributos, novela escrita por Robert Musil, entre 1930 y 1942, siendo interrumpida por la muerte del autor. La ambición literaria de la obra es tan descomunal que resulta imposible imaginar lo que hubiera sido si lograba completarla. Lo propio ocurre con La muerte de Virgilio (1945), donde Herman Broch, combinando la reflexión filosófica con la lírica y el análisis psicológico, elabora un extenso poema en prosa de un barroquismo delirante que desafía las normas de la narrativa tradicional. Imre Kertész, narrador húngaro galardonado con el Premio Nobel el 2002, en Kaddish por el hijo no nacido (1990), canta al hijo como una objetivación humana del futuro, aquel hijo que no se ha tenido, siendo la dolorosa constatación de su ausencia. Kertész, en esta obra, hace un doloroso análisis, brutal, desgarrador y sin concesiones, sobre el acontecimiento traumático de la civilización occidental, sufrido directamente por él, y en el que establece una línea de conexión entre la sombra que Auschwitz proyecta y la imposible paternidad.

El medioevo se deleitó con los cantares de gesta, en la voz de los trovadores. De la Alemania medioeval nos llega Los nibelungos (siglo XI), fabulada al estilo de las sagas primitivas; la versión más difundida es la que inmortalizó Ricardo Wagner en su célebre tetralogía El anillo del Nibelungo. El Cantar de Roldán resplandece en los albores de la poesía francesa, a fines del siglo XI. Es una maravillosa pintura de la alta Edad Media. Describe al emperador Carlos el Grande y a sus 12 pares, cantando la tragedia de Roldán, en los puertos de Roncesvalles.  El Poema de Mío Cid, sin duda es el más bello y antiguo monumento de la épica española. Fue compuesto a mediados del siglo XII, 50 años después de la muerte del Cid, por un juglar desconocido. Finalmente. Guillermo Tell es el canto inspirado en el héroe nacional de Suiza, libertador de su patria en contra de la tiranía de Gessler. La leyenda conserva, embellecida, su figura histórica, objeto de veneración en los pueblos alpinos; Federico Schiler, poeta alemán, la universalizó en un drama del mismo nombre.

El periodo renacentista (siglos XV, XVI y XVII) estéticamente constituye el retorno a las inspiración y los cánones que orientaron las obras de arte de la antigüedad griega y latina; esto es, a la antigüedad clásica, entendida como norma y paradigma de toda creación poética. Aparte de Dante y Boccaccio, dos figuras son notables en la configuración de los cantos épicos: Ludovico Ariosto (1474-1533), inspirado en la lectura de Orlando enamorado (1483) de Boyardo, se animó a concluir el poema que cantaba las hazañas del caballero por excelencia, Orlando. Probablemente comenzó su Furioso entre 1502 y 1503. La primera edición de Orlando Furioso, en 40 cantos, apareció en Venecia, en 1516, poema irónico y pleno de fantasías, escrito en estancias espléndidas y maravillosas. Torcuato Tasso (1544-1595), poeta italiano que compuso La Jerusalén libertada, publicada con el título de Godofredo en 1580, es un canto de guerra, un poema de circunstancias que llama a la cristiandad a tomar las armas. En sus episodios, Tasso canta las hazañas del ejército cristiano, mandado por Godofredo de Bouillon en los últimos meses de la primera cruzada hasta el asalto a Jerusalén y la batalla de Ascalón.

En nuestro país, luego de La Boliviada (1911), canto heroico de filiación homérica, donde Guillermo Loayza canta en versos endecasílabos el centenario de las gestas independistas de Bolivia, a partir de 1809; Álvaro Díez Astete, reproduce en su Escritura poética elemental (1981-2003), publicado por Plural, su “novela poemática” Devoración  (1983), compuesta en 14 capítulos y un epílogo de vibrante y hermosa poesía narrada. El 2004, Félix Alfonso del Granado, publicó en Chicago (EEUU) El rufián de Chicago, novela narrada como una balada moderna, de la cual Odón Betanzos-Palacios, Director de la Academia Norteamericana de la Lengua Española, dice: “Tiene la novela un toque poético que sobrevuela; metáforas hermosas, mundos de bellezas asociadoras; crítica valiente y seria de una ciudad y tiempo, ganada por el dinero en terror”. Finalmente, la lectura de estas novelas cobra un singular relieve al ritmo de melodías orquestadas, especialmente los preludios de los clásicos universales. Haruki  Murakami, en De qué hablo cuando hablo de escribir (2015), destaca la presencia del jazz, en la composición de sus obras.

Novela

Kipus

La tierra sin mal de Adolfo Cáceres Romero es la novela editada

por el grupo Editorial Kipus que se presentó—con el comentario de Wilmer Urrelo y

Pedro Camacho— el 1 de agosto en el salón Jesús Urzagasti.