La escritora boliviana María Virginia Estenssoro ha sido recuperada por la editorial Dum Dum, y digo recuperada porque la edición contempla El occiso, El Cascote y El hijo que nunca fue… como una trinidad custodiada por un elocuente prólogo/estudio de Mary Carmen Molina, un prefacio de los hijos de Estenssoro, un texto al final de Andrés Cusicanqui (el segundo esposo de Estenssoro) y una muy buena recopilación de cartas, fotos y archivos sobre la escritora. El esfuerzo tiene sus méritos y nos permite llegar a una obra poco difundida.

Quizás una de las pesadillas recurrentes de nuestra vida humana es la conciencia de la muerte. Ese saber que estás muerto. Nadie debería saberse muerto. ¿O me equivoco? ¿Dios? la vida, el allá y el más allá nos han salvado de la amarga conciencia de sabernos muertos.

Estenssoro, en su libro El occiso, nos dio una descripción poética de la pesadilla de sabernos muertos. Y esa pesadilla, además, vino con dedicatoria. A la memoria de Enrique Ruiz Barragán, escribió. A la memoria de su amante, del amante que murió antes de tiempo, del amante que tenía mujer e hijos para la vida pública (dato que se puede inferir por el tono autobiográfico de la obra) y que en la clandestinidad le decía a ella que era su mundo, su universo.

Imaginar a La Paz, a la Bolivia de 1937 recibiendo esta osada publicación, me pareció fascinante. Una lectura necesaria, imprescindible. Nunca está de más disfrutar con aquello que las buenas gentes conservadoras del siglo pasado encontraron escandaloso.

Estenssoro dice en sus páginas “se ha engarfiado el dolor como una áncora en el fondo del mar” y sí, los tres relatos son el testimonio de una viuda. El primero, titulado El occiso, es el más logrado, el más especial. En estilo y en temática, Estenssoro maneja su escritura con vanguardismo. No hay nada que se le parezca en la literatura de la época.

Estenssoro describe al occiso que está siendo devorado por los gusanos, su muerte es una muerte irreductible como irreductible es la angustia de saberse muerto.

“Estaba amurallado en el ataúd. Muerto. Definitivamente muerto”.

Son apenas unas 12 páginas en las que nos contagiamos de la angustia del occiso y de quien sufre por su muerte. Porque acá hay dos personajes: el muerto y el que le está diciendo adiós al muerto a través del relato.

Como una especie de flashback lírico llega su segundo relato, El Cascote, relato centrado en el recuerdo de un amor. Aquí entenderemos eso de “amar y haber perdido”. Si bien la pluma de Estenssoro sigue siendo vivaz y poética, este texto en particular lo encontré más lleno de lugares comunes. El amor clandestino, la metáfora de la máscara llamada Placer, el muerto otra vez presente, vivo. “Pecosa, pecaminosa, tu cara es mi cielo estrellado; tus pecas son como racimos de uvas maduras”, pude sentir el anhelo mezclado con el dolor y con la cursilería. “Qué dulce es querer”, dice el muerto a través de la escritora viva. Un relato brevísimo donde lo más conmovedor es la presencia del niño que pide la presencia de un hombre que nunca volverá.

Y ya para finalizar, El hijo que nunca fue… el testimonio de un aborto. De este último texto se dice que es precursor en su mensaje del derecho de una mujer sobre su cuerpo, en la práctica la protagonista vive su aborto con mucha culpa. “El valor de no ser feliz”, describe la autora sobre la decisión del personaje. “Matar la dicha, cortar la ilusión”, no olvidemos que el hijo que no fue era fruto de un amor, del intenso amor vivido con el occiso. Así pues El hijo que nunca fue… te dice eso exactamente: pudiste tener un hijo bello, perfecto, no lo tuviste y su fantasma, su muerto vivo, estará con vos para siempre. Algo hasta comprensible para ese momento, aunque no deja de ser contradictorio que hoy se lo utilice como una “vanguardia” del derecho a elegir.

En todo caso, no cabe duda de que El occiso de María Virginia Estenssoro pertenece a la literatura del duelo y, a la vez, es un valioso testimonio de una época, una época que curiosamente tiene su espejo en la actualidad. Las amantes y los abortos siguen siendo mal vistos, son un estigma para la mujer, nunca para el hombre. Estenssoro en 1937 tuvo los ovarios bien puestos para cachetear con su duelo y sus vivencias “mal vistas” a quienes se le pusieran delante, puso el nombre del amante prohibido con nombre y apellido, y nos dejó un poderosísimo texto, ¿prosa poética? sobre el amor, la muerte y la pérdida.