Dos obstrucciones
‘Si nos permiten hablar’ y ‘Si estás viendo esto’ estuvieron en el FIT-C
A pesar de haber sido realizadas en dos ciudades distintas (Sucre y Cochabamba), Si nos permiten hablar, obra de Teatro El Animal (dirigida por Gonzalo Callejas y Alice Guimarães, del Teatro de Los Andes), y Si estás viendo esto, obra dirigida por Claudia Eid, con las actuaciones de Darío Torres y Piti Campos, tienen un rasgo en común (y no, no hablo del condicional en los títulos o del tema feminista, en un caso más explícito que en otro). Hablo entonces de una obstrucción visual: en la obra de Eid, una tela traslúcida que atraviesa el centro del escenario, desde el fondo hasta adelante, dividiéndolo en dos, a un lado estará el hombre, al otro la mujer; en la obra de El Animal, un panel de papel, que en sentido contrario que en el anterior caso atraviesa el escenario de izquierda a derecha, ocultando al espectador lo que hay detrás, ahí se proyectarán sombras o, en algunos puntos, se levantará el papel (con estos ingeniosos mecanismos que caracterizan a Los Andes), permitiendo al espectador ver.
Pero, como cualquiera imaginaría, estas obstrucciones apuntan a sentidos diferentes. Para atisbarlos será necesario saber las historias que cada una de las obras pone en escena: Eid apunta al cliché, es “productivamente consciente” de ser uno, el personaje femenino lo repite varias veces en escena. El enamoramiento, idealizador, que pasa por el matrimonio (y los hijos) para deshacerse en un divorcio donde ninguno de los dos supera al otro, pero a pesar de eso no vuelven a unirse; así, en su consciencia (demasiado débil, fácil de dejar en el chiste sostenido por dos grandes actores, algo no usual en esta conocida directora y dramaturga) no son una reproducción de un estereotipo, sino una mirada crítica que apostaría por otras formas de amor.
En cambio, El Animal, adapta la vida de Domitila Barrios de Chungara. Aumentando algunos textos de Aristides Vargas, dramaturgo argentino, todo mezclado por Alice: algunos gestos poco afortunados de Un buen morir vuelven a la escena (aquí, sin embargo, no es el café la metáfora poco viva de amor, de unión, de calor, de vida… sino el frío y el viento, cuyo significado es el opuesto, pero el resultado es el mismo: largas enumeraciones de pretensión poética). El texto, así, hace énfasis en una Domitila víctima (de las condiciones, de los hombres, de la sociedad); la actriz trata de sacar a la luz a la Domitila fuerte, la que grita y no se detiene por sus derechos. Pero el texto, demasiado infestado de historicismos innecesarios y anacronismos, no se lo permite: la obra, finalmente, entretiene; pero no toca más que el pasado, no sabe actualizarlo. Faltó risa en la vida de una mujer que supo reírse del patriarcado, de la dictadura y el colonialismo de las Naciones Unidas.
¿Cuál es lugar de la obstrucción en todo esto? En Si estás viendo esto, se vuelve un gesto crítico, distanciador, que salva a la obra de hundirse en el vacío.
Cuando Roland Barthes, escritor francés, habla de poner en escena, inocentemente, el discurso del enamorado, en una de sus figuras, menciona que este discurso “es una envoltura lisa que se ciñe a la imagen, un guante muy suave en torno del ser amado”; es decir, la imagen que el enamorado tiene, anula a quien “de verdad” es la otra persona, la mata, la reduce al estereotipo. El movimiento parece darse de un sentido al otro, del enamorado al objeto amado. Pero aquí, Eid pone en crisis (o en permanente movimiento) los roles de ambos personajes. No cae en la inversión usual del feminismo (hacer a la mujer el sujeto y al hombre el objeto), sino que hace que ambos sean sujetos y objetos casi simultáneamente: por eso ambos son clichés, no queda otra opción. Y el espectador, de estar sentado del lado derecho o del izquierdo, verá al otro desde esa perspectiva: verá lo peligroso que es el imaginario.
Mientras que en Si nos permiten hablar la obstrucción parece ser un adorno. Limita a las actrices y las fuerza a jugar a la solemnidad, a la lejanía, al llanto. Las vuelve sombras, no solo cuando lo son literalmente. De fondo, se escucha un charango andino y el plato está servido. La obstrucción separa al espectador de lo mirado, en el sentido en que, aunque se logra la identificación por las buenas actuaciones, la obra no va más allá, no usa esa identificación ni como sofisticada terapia ni como pedagogía (en palabras de Alain Badiou). La propuesta termina, entonces, volviéndose una verdad incuestionable, y una verdad que al presente parece no importarle. Por algo, mala fama tienen las lecciones de historia.