Era 2017. En mi primer texto para el Festival de Cine Radical, definí mi asistencia al festival como un “antídoto” del cine, la dosis de una sustancia nueva para mi cuerpo.

Me refería al antídoto como alternativa, como un conjunto de posibilidades para cines distintos, de orígenes, maneras e identidades distantes del cine hegemónico.

Buscaba inyectarme algo contrario a lo que sobra en las multisalas, las gigantografías y los programas de cine en televisión. Hoy me siento totalmente inmerso en esta variedad de nuevos lenguajes, formas e historias.

El Festival de Cine Radical es, en pocas palabras, un espacio para este cine que ocurre fuera de los marcos tradicionales de la producción audiovisual, sin grandes presupuestos ni un numeroso equipo de rodaje; cintas que no se enfocan en la espectacularidad y la maravilla de todo el aparato que proponen las películas que se piensan para conquistar la taquilla, la alfombra roja o para ostentar la complejidad de rodajes gigantescos. El Festival de Cine Radical proyecta cintas que se sostienen de lo más elemental del cine, de su raíz: imagen, sonido y una idea. Esas son las únicas condiciones importantes aquí.

El Festival se inauguró el viernes 20 con los más recientes trabajos de Miguel Hilari, el cortometraje Bocamina y Compañía, mediometraje premiado en la selección oficial del festival suizo Visions du Reel de 2019. Hilari había presentado su ópera prima El corral y el viento en la clausura de la primera edición del Festival en 2014 como película sorpresa. Compañía trata justamente del retorno y, como cerró la primera edición, Hilari regresó con su cine para abrir esta edición que entre el 19 y el 28 de septiembre mostró las secciones columna del festival: Bolivia Radical y Panorama Radical, además de nuevas adiciones.

También estuvo en la programación la sección Radicalismos Peruanos, que ha sido una parte muy importante del festival desde su inicio, como una labor de trabajo sincronizado en el cine radical a nivel latinoamericano. Este año también Ecuador y Brasil tuvieron una sección donde se presentó una selección de productos de estos países reconocidos como parte del cine radical. Este trabajo conjunto se ha hecho sólido y como memoria se presentó el libro Latinoamérica Radical en el marco del festival, un repaso por los trabajos y los puntos de producción del cine radical en el continente.

También dentro del festival se realizó el seminario Panorama del cine latinoamericano contemporáneo para explicar, con fragmentos, los audiovisuales que por su manera de producción, su enfoque en el lenguaje cinematográfico, más su tratamiento de la estructura narrativa o la ausencia de la misma, encajan con las características del cine radical. Estas películas suceden en contextos distintos y por inquietudes particulares del entorno. El cine radical viene en todo tipo de maneras y está claro que no se han explorado todas las posibilidades: los autores utilizan elementos que van desde una revista hasta la historia de un personaje que nunca existió para lograr sus películas, según sus propias condiciones y particularidades. Las posibilidades del cine radical están muy lejos de ser agotadas.

Y es que el espectador del festival necesita hacer un trabajo de alerta y empatía, pues se enfrenta a películas que parten de asuntos muy personales de su autor, asuntos de un espacio geográfico particular o ideas que desde fragmentos flotantes se forman a través de un montaje. Es el descubrimiento de nuevos mundos a través de miradas ajenas, descripciones de lugares que no conocemos o que no existen, de tiempos pasados o futuros, además.

El festival tiene como premisa que el cine va más allá del visionado de películas y promueve los conversatorios, sobre todo, en la sección de Bolivia Radical, dedicada a los audiovisuales de realizadores bolivianos, y en los focos de directores invitados. Los conversatorios permiten el diálogo y el cuestionamiento de los productos en pantalla, a través de la interpelación al autor o a los mismos programadores que escogieron los audiovisuales que son parte del festival. De esos conversatorios salen las retroalimentaciones para cualquier cineasta o cinéfilo presente en forma de desacuerdo o remarque en el detalle y hasta se consiguió, en esta edición, la promesa de Mauricio Calderón para digitalizar su película El triángulo del lago (Bolivia, 1999), mediante las insistentes peticiones del público en el conversatorio posterior a la presentación de su largometraje.

Como especiales, el festival ha incluido segmentos denominados “focos” sobre algún autor, es el caso de la directora chilena Tiziana Panizza, que estuvo en La Paz para ser cofacilitadora del Laboratorio de Apropiación del Archivo Audiovisual Boliviano. O especiales que se encargan de celebrar aniversarios importantes de películas, como el caso de Warmi de Danielle Caillet (filmado hace dos décadas) y Donde nació un imperio de Jorge Ruiz (cumpliendo 70 años). También enfocado en la retrospectiva, se realizó el foco Latinoamérica después del Che, que mira hacia un proceso histórico clave para comprender la realidad actual de nuestros países.

Estos 10 días de festival marcan un momento de madurez para esta iniciativa nacida hace seis años, mostrando que sus principios y líneas ideológicas acerca del cine están consolidadas, que se va articulando esta alternativa cinematográfica a nivel continental y dando pie a nuevos proyectos. Me refiero a la convocatoria a la investigación Mujeres/Cine, abierta hasta el 18 de octubre, y el lanzamiento de la Asociación de Crítica y Periodismo Cinematográfico de Bolivia. Para remarcar, las posibilidades para el cine radical en Bolivia y Latinoamérica están lejos de agotarse.