Memoria de un derrumbe
Darío Torres dirige ‘La última horquilla’, la nueva obra de la compañía de Sucre Teatro La Cueva.
Mi casa se cae. Mi padre parte y se va. Mi perro, mi “Flaco”, ha muerto. La madre está enferma. El cerro sigue cayendo. Es La Paz del cielo. Cicí es una niña con la última horquilla en su pelo alborotado. Cicí está, como siempre, en las nubes. Espera y (des)espera junto a su amiga. Lelé solo llega cuando la recuerdan. Lelé no es una palabra, es un recuerdo. Primer recuerdo: Cicí tiene cinco añitos cuando adoptan al “Flaco”. Por aquel entonces, la abuelita todavía está viva. Segundo recuerdo: es verano caluroso y Cicí se va de viaje con su novio, hacen dedo y el viejo camionero abusará de ella.
A veces, los recuerdos no se quieren ir. Tercer recuerdo: unas cosquillas, un plato, un sabor, un olor, una canción, una foto pueden tener el poder mágico de transportarte al pasado. ¿Puedes vivir con un recuerdo y no darte cuenta? ¿Dónde viven los recuerdos? ¿Qué hace un recuerdo cuando no lo están recordando? Cuarto: Lelé es un recuerdo de Cicí, ambas chicas se ustean y van al teatro. Ahora son espectadoras de “Godot”.
No se cuenta una historia, no se dice la verdad, solo se espera. Ellas también esperan algo, ellas también recuerdan, luego existen. Cinco: Cicí y Lelé bailan, juegan entre las nubes, se ríen y se olvidan de todo, planean y no terminan de caer (en cuenta). ¿Por qué las personas que caen no aprenden a volar? ¿Cómo mueren los recuerdos? Sexto: Cicí vuelve a la infancia feliz, está en un columpio, en un parque infantil del barrio que luego se derrumbará. La madre no está enferma todavía, la madre empuja el columpio hasta las nubes, donde ahora vive Cicí. ¿Tienen precio los recuerdos?
La última horquilla de Darío Torres Urquidi, uno de los mejores exponentes del emergente teatro boliviano, se estrenó en La Paz el pasado viernes 4 y sábado 5 de octubre. Fue en el teatro Doña Albina del Espacio Patiño en mi barrio, Sopocachi, muy cerca del último deslizamiento en San Jorge-Kantutani. Por fin, tenemos en la ciudad un señor teatro, cómodo, coqueto, funcional, sin olor a pizza ni ruido de botellas y vasos de cristal con vino. Por fin, nuestras espaldas maltratadas no sufren, por fin no hacemos malabarismos.
La última horquilla del Teatro La Cueva llega con un gran texto y eso es mucho decir para la dramaturgia nacional, tan (mal)acostumbrada a refugiarse en buenos textos foráneos. La memoria oculta, la búsqueda de la verdad y la fragilidad flotan a lo largo de la obra, sobrevolando las tragedias repetidas de los derrumbes en las laderas paceñas. En 2004, el Teatro de los Andes (todavía bajo la dirección de César Brie) montó En un sol amarillo sobre el terremoto de Aiquile en 1998 (en aquella Bolivia tan lejana, bajo la presidencia de Banzer). Brie venía a decirnos que los temblores duraban unos segundos y los sismos y sus réplicas de muerte, burla y corrupción, años, demasiados años. Torres retoma con maneras e historias propias ese gran legado (que tanta mala copia ha dejado) para hacer también memoria, memoria de otra tragedia, recuerdo de un deslizamiento en una ciudad donde las casas viven en permanente equilibrio. La Paz es un gran castillo de naipes. ¿Quién dijo maravilla?
Cicí y Lelé buscan entre los escombros. Y encuentran una cuchara, un unicornio de peluche, una zapatilla de andar por casa. Las nubes también son escombros. Siguen buscando y se topan con bolsas de leche y con la cabeza de una señora muerta. Hoy, Cicí no quiere recordar más. ¿Robar recuerdos, cambiarlos, es igual que mentir? Tal vez, Lelé sea un recuerdo falso. Tal vez, el papá Alejandro no haya abandonado a la familia. Tal vez, el “Flaco” haya escapado del derrumbe y siga vivo recorriendo la ciudad como un perro negro y callejero. Tal vez, Cicí ha estado esperando a la verdad que siempre duele. Tal vez, ya —sin la última horquilla, sin recuerdos y sin aquella inocencia— no crea más en ella. La verdad, que siempre sale a tomar el sol, se jodió para siempre.
La última horquilla llega con la actuación de una gran pareja de actrices: Cicí es Cintia Elena Cortez y Lelé es Alejandra Quiroz. Entre ambas hay un trabajo y una química brutal. Ambas se baten en gran duelo actoral: a ratos con ternura y dulzura, a ratos con juegos e inocencia, a ratos con durezas y emociones que atraviesan la cuarta pared para contagiar, para hacer reir, para hacer pensar, sufrir y sentir. La escenografía es de Gonzalo Callejas, el capo de la puesta en escena del Teatro de los Andes. Bastan unas nubes, bastan unas imágenes que se quedan en la memoria para lograr el objetivo. El resto lo hace una banda sonora a cargo de Quimbando (Chelo Arias, Mauricio Canedo y Arpad Debreczeni) junto a la producción musical de José Carlos Auza, un especialista en crear ambientes sonoros que dan siempre la chance de viajar, esta vez más allá de las nubes. El teatro político no es ya grandielocuencia panfletaria, ni pretenciosidad didáctica, ahora viene en pequeñas cápsulas de memoria con minúsculas historias intimistas que saben llegar al corazón y a la cabeza. A veces es mejor no conocer el final, a veces los recuerdos no se quieren ir. La última horquilla es la sorpresa teatral del año.
* La próxima presentación de ‘La última horquilla’ será el miércoles 23 de octubre en la inauguración de La Sombrerería en Sucre. Esta obra ha sido beneficiada por el PIU (Programa de Intervenciones Urbanas), dependiente del Ministerio de Planificación del Desarrollo, y el Fondo Concursable Municipal de Promoción al Desarrollo, Salvaguarda y Difusión de las Culturas y las Artes (Focuart).
FICHA TÉCNICA Y REPARTO
Obra: La Última Horquilla
Escrita y dirigida: Darío Torres Urquidi
Reparto: Alejandra Quiroz y Cintia Cortez
Música: Quimbando (Marcelo Arias, Mauricio Canedo, Arpad Debreczeni)
Producción musical: José Carlos Auza
Escenografía: Gonzalo Callejas
Fotografía: Vassil Anastasov
Diseño de luces: Miguelangel Estellanos
Diseño Gráfico: Daniela Peterito Salas
Diseño de Vestuario: Nayana Paton
Colaboración: Kike Gorena
Diseño gráfico para redes: Daniel Moreno
Producción: Teatro La Cueva