No voy a escribir sobre Peter Handke ni sobre su prolífica creación literaria, no. Sería mucho más que un atrevimiento. Quiero escribir sobre un recorrido, el mío, como estudiante, como actriz, como directora y también como profesora de teatro. Fue la lectura de tres de sus obras dramáticas Insultos al público, Kaspar y El juego de las preguntas, en ese orden, las que detonaron una de las mayores preguntas que aún hoy me sigo haciendo acerca del ¿por qué seguir haciendo teatro?

Me gusta, es una elección, que mis preferencias de lectura sean sobre textos escritos por autoras o autores dramáticos, si alguien me pregunta qué estoy leyendo, siempre responderé que estoy leyendo teatro, así en general, así de ambiguo, así de universal. Vuelvo siempre a aquellos textos y autores que me siguen cuestionando, que me intimidan, que me provocan, que me dejan siempre sin ninguna respuesta. Handke es uno de ellos.

Leerlo es incómodo, a veces repugnante, otras veces incomprensible y las más de las veces fascinante. La lectura de un texto dramático, cualquiera que sea, implica para mí, un ver y mirar el texto al mismo tiempo, el análisis dramatúrgico me es absolutamente inherente a una forma y manera y, sobre todo, a una metodología de bailar junto a las palabras escritas. Es un camino sinuoso y lleno de escollos que conducen al meollo, al ombligo, al secreto mejor guardado dentro del texto, que no está develado ni en lo que dicen los personajes ni en las didascalias del autor o autora.

Creo que Handke es un autor dramático de los intersticios, de lo abisal, de lo fronterizo, de lo cronotópico, como Caravaggio lo es de la sombra para evidenciar la no luz, como Koltès lo es de las soledades para evidenciar el deseo y la otredad, como Hitchcock lo es del suspense para hacer estallar el terror, o el erotismo lo es de lo onírico en Lynch.

Su escritura es intersticial porque es como ese espacio contiguo lleno de líquido existente entre la piel y los órganos del cuerpo; es abisal porque se encuentra más allá de la zona que describen las palabras, correspondiendo a profundidades ni siquiera imaginadas; es fronteriza porque refiere a un limbo a veces temporal y otras permanente a la que acuden sus personajes; y es cronotópica porque describe otros tiempos y otros lugares casi siempre ajenos al tiempo y espacio convencionales.

Leer a Handke supone una gran pericia en el arte de la lectura. El cuerpo debe estar preparado, el tiempo disponible sin citas de por medio, el rincón o espacio preferido y el mejor momento del día o de la noche y una buena cantidad de diccionarios de distintas temáticas.

Handke suele ser interminable o dejado en pocos minutos. Pero cuando pasa lo primero, comienzas en un momento a darte cuenta que no lees como habitualmente lo haces; Handke, sus personajes o quizá sus historias te imponen una forma para hacerlo; las pausas y los silencios comienzan a hacerse presentes, a veces los voceríos marcan una especie de energía que no es la tuya, en un momento es un remanso y en otro un torbellino, la cabeza entiende y el cuerpo se tensa, así es, su escritura tiene la facultad de hacer que tu cuerpo vaya al unísono con el estado que subyace en la trama y en la urdimbre, sus textos son un gran tejido. Hay una gran proliferación de imágenes que hace una gran efervescencia en las propias, al igual que en los sueños, las imágenes aparecen por montones sin orden, sin tiempo, donde se entremezclan el pasado y el presente o un tiempo oscuro que nunca nos perteneció.

Leer a Handke es estudiarlo.

Según Borges, cito: el Aleph es el punto mítico del universo donde todos los actos, todos los tiempos (presente, pasado y futuro) ocupan “el mismo punto, sin superposición y sin transparencia”. De lo cual se desprende que el Aleph representa, tal como en Matemáticas, el infinito y, por extensión, el universo. Handke es un Aleph.

Muchas veces me he preguntado ¿cómo sería poner en escena uno de los textos de Handke?, ¿cómo recrear y traspolar el texto dramático en un texto escénico o espectacular? Aún hoy no encuentro respuestas, quizá el cine podría ayudar.

Seguiré practicando su lectura, porque es la que no me permite apoltronarme en una mecedora de los aplausos al final de una función. Volver a Handke, volver siempre.

Sus intersticios son un camino, lo no dicho, lo que no se cuenta, lo que no es evidente, lo que no se ve, lo que no se escucha ni se huele. Como decía un gran maestro: en definitiva el teatro es hacer presentable lo irrepresentable.