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La tonada del viento

La sempiterna añoranza nacional por el mar perdido recreada desde las vivencias de un niño altiplánico es la base argumental de la opera prima de Yvette Paz Soldán, autora asimismo del guion y de la fotografía. Apartada de las exaltaciones patrioteras en el modo hora cívica, y sin declamaciones estridentes ni revanchistas acerca de la injusticia histórica de los eventos bélicos de 1879, La tonada del viento opta por un relato pausado, intimista, que asume el riesgo de transitar narrativamente en sentido opuesto al de las manías del mainstream resignado a plagiarse incansablemente a sí mismo en los costosos, vacíos, productos subidos día a día a las carteleras del gran supermercado mundial de bagatelas cinematográficas.

Paz Soldán, una suerte de continuadora del feminismo lanzado al asalto del cine (hubo antes mujeres que se trabajaron, contra todos los obstáculos, un lugar en el cine boliviano), con un par de cortometrajes y documentales en su haber, amén de haber fungido como “gaffer” o responsable de coordinación técnica —rol reservado antes exclusivamente para varones— en varias realizaciones locales, prescinde de los tópicos formales socorridos en tales filmes-objeto: efectos especiales al por mayor, sobresaltos apuntados a la boca del estómago del espectador, persecuciones bulliciosas y alocadas, tiroteos o explosiones a título de ajustes de cuentas. Deja de lado en suma todos los estereotipos expositivos al uso, incluyendo el montaje calculado para no dar respiro a la platea. Y para no dejarla pensar por cierto.

No faltará de seguro quién considere este ensayo fílmico un moroso sinsentido donde no pasa nada, o bien una pretenciosa ilustración de los referentes fílmicos de Paz Soldán. Respecto a estos últimos, en una reciente entrevista la novel realizadora, formada en la escuela de cine de San Antonio de los Baños (Cuba) y en la Universidad de Bergen (Noruega), se explaya en elogios acerca de la obra del cineasta iraní Abbas Kiarostami, de la del hongkonés Wong Kar–wai,  así como de la del chino Zhang Yimou.

Las influencias del estilo de los tres, hacedores de un cine muy personal fuertemente enraizado en su entorno cultural y desentendido de las sobadas fórmulas de la producción seriada, resultan patentes en el modo de poner en imagen por ella optado en este intento de cine de autor que recobra la importancia del tiempo y del espacio en tanto ingredientes esenciales para el tramado de una historia donde el entorno figurativo y sonoro dejan de ser aderezos secundarios, cobrando un rol protagónico esencial para la construcción de la atmósfera que envuelve a los personajes humanos y “dialoga” con ellos y sus sentimientos.

En el mismo sentido, la confesa admiración de Paz Soldán por la obra del fotógrafo brasileño Sebastián Salgado, quien anduvo de visita por más de 100 países documentando en imágenes, siempre en blanco y negro, las vidas de las gentes del común, sus alegrías y pesares, se refleja en la densificación del alcance denotativo y connotativo de su universo icónico, negador del reduccionismo ilustrativo típico del cine comercial.

Francisco “Panchito” Lima vive junto a Don Justino, su padre,  en una comunidad cercana a Patacamaya. Cierto día ambos se trasladan hasta El Alto con el propósito de obtener unos pesos vendiendo los quesos por ellos fabricados. Fascinado por la vista de la ciudad que es posible atisbar desde un callejón próximo al lugar donde el padre se ubica en espera de eventuales compradores, Panchito se va alejando hasta perderse entre el mundo de gente que circula por allí. Es tanta que cuando ambos intentan reencontrarse no hay manera de hacerlo. Después de vagar un tiempo, el niño se acomoda entre algunos q'epes de duraznos para paliar de algún modo el hambre que siente, hasta quedar finalmente dormido.

Entretanto D. Justino acude a una comisaría para denunciar el extravío, pero falto de cualquier documentación no encuentra ayuda alguna. El hecho es que finalmente Panchito va a dar a un albergue para niños. Allí, luego de sentirse apartado por sus compañeros, que lo convierten en objeto de maltrato, acaba haciéndose amigo de Pedro, un coetáneo de origen chileno, él también perdido en oportunidad del viaje con su tío desde Antofagasta. Rápidamente se hacen amigos y cómplices. La añoranza de Pedro contagia de curiosidad a su flamante compinche, de modo que ambos resuelven fugarse del centro de acogida para viajar juntos en busca de sus sitios de origen.

El periplo tiene sus bemoles. Mientras duermen a bordo de un vagón del tren que abordaron a hurtadillas, alguien les roba los zapatos y les deja en trueque dos pares de ojotas. En cambio reciben el apoyo solidario del conductor de una flota que los acerca hasta Patacamaya. Pero cuando llegan caminando hasta la casa de Panchito, la encuentran abandonada. Resuelven entonces seguir viaje hasta Antofagasta. Detenidos por un carabinero consiguen escapar gracias a la providencial intervención del amigo chofer. Y así finalmente arriban a la orilla del mar.

Anotaba arriba la revalorización figurativa de los escenarios elegidos para la historia, minimalista, que La tonada del viento vuelca a la pantalla. Así ocurre con los deshabitados parajes del altiplano recorridos por los dos protagonistas camino a las costas del Pacífico, donde un final aparentemente inconcluso sugiere en realidad un nuevo capítulo para Panchito y Pedro acunados por el rumoreo de las olas que contemplan absortos desde un acantilado mientras cae la noche, a la cual seguirá inexorablemente el amanecer como pareciera sugerir metafóricamente ese corolario que, al igual que el resto de la narración, deja al buen entender del espectador sus propias conclusiones en lugar de suministrárselas predigeridas.

Por lo demás, la prescindencia de la retórica revanchista, que Paz Soldán atribuye a una educación dogmáticamente estancada, es justificada al pasar durante la hora cívica en el refugio infantil, cuando uno de los niños insulta a Pedro gritándole “ladrón del mar”, seguramente sin tener plena conciencia de lo que dice, solo por repetir lo escuchado de maestros y tal vez de agitadores de plazoleta.

El relato discurre parsimoniosamente, tomándose todo el tiempo para que el espectador sintonice con las sensaciones de los protagonistas y se sumerja en el incierto porvenir compartido por todos los niños dejados de la mano de Dios, lo cual no les impide, empero, seguir mirando el mundo con la inocencia y el ansia de aventuras propias de su edad. La cámara se detiene buen rato en los primeros planos, de la misma manera cómo deja que los abundantes planos generales del entorno se impregnen de una densidad tensionada por los sonidos medioambientales (el viento, como el título sugiere, tiene en este sentido un peso fundamental) así como por la música compuesta por “Panchi” Maldonado, otrora fundador y líder del grupo Atajo.

Un emprendimiento arriesgado no cuenta únicamente por serlo. Importa en definitiva valorar si el riesgo se tradujo en un resultado que lo justifica desde el punto de vista creativo y de su aporte a la filmografía de estos lares, en los tiempos que corren, abundante pero en su mayor parte errática. En tal sentido, el trabajo de Paz Soldán es ponderable por su consecuencia con las premisas de partida de la directora. Deja empero abierto un gran signo de interrogación acerca del futuro de una obra cuya continuidad tropezará de aquí en adelante con los previsibles prejuicios en circulación a propósito de lo “aburrido” que para el grueso de los espectadores puede acabar siendo una película sin los condimentos a los cuáles estos están habituados por el cine que consumen usualmente. Sabiendo por añadidura que una golondrina…

Ficha técnica

Título original: La tonada del viento

– Dirección: Yvette Paz Soldán

– Asistencia de Dirección: Catalina Razzini

– Guion: Yvette Paz Soldán

– Fotografía: Yvette Paz Soldán

– Montaje: Irene Cajías, Carlos Mega, Eliane D. Katz

– Música: Panchi Maldonado

– Diseño: Mary Ruth Mariaca

– Sonido: Luis Bolívar

– Vestuario: Regina Calvo

– Producción: Paola Gosálvez

– Intérpretes: Franco Miranda, Benjamín Carrasco,

Delfín Huanca, Denisse Mendieta, José Antonio Maldonado

– BOLIVIA/2019