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‘Simbiosis’, danzas desde La Paz

Cada técnica de danza tiene una relación diferente con el suelo. “En el ballet clásico todo es levedad, siempre pisando  con la punta del pie, o media punta, sin ruido, muy ligero y sutil. El jazz lleva toda la potencia hacia el piso y se desliza. Y el contemporáneo acepta el peso, con el pie desnudo en el piso. Es la gravedad absoluta”, explica la directora del Taller Experimental de Danza de la Universidad Católica Boliviana San Pablo, Norma Quintana.

Simbiosis—la obra que estrenará el taller el 22 y 23 de octubre a las 20.00 en el Teatro Doña Albina (Ecuador, esquina Rosendo Gutiérrez) y que tiene el apoyo del Programa de Intervenciones Urbanas (PIU) del Ministerio de Planificación del Desarrollo— combina ballet, jazz y danza contemporánea desde un lugar en común: La Paz. 

Quintana contó con dos coreógrafos más en la propuesta. “Camila Bilbao La Vieja y Fabricio Ferrufino son creadores con los que me he vinculado constantemente. Camila se ha dedicado a la danza contemporánea y Fabricio, al jazz. Ahora aportan desde esos espacios en concreto”. Durante cerca de un año, los tres trabajaron con más de 10 bailarines. Primero enfocaron su atención en aspectos técnicos, para después pasar a la coreografía. “Cada uno se abrió con mucha generosidad a colaborar con los otros, fuera de que siempre hay ajustes”.

Todos los bailarines debían lograr que los momentos de transición fueran lo más fluidos posibles. Esto implicaba que salieran de sus zonas de confort, que evolucionaran. Los creadores siguieron de cerca este proceso para desarrollar la obra: “Trabajamos muy cerca de los bailarines. El primer mes fue una sorpresa tras otra, sin embargo, pulir una técnica nueva es otra cosa. Cada vez que sentíamos que el nivel de energía bajaba, nos reuníamos a conversar con ellos para ver qué dificultades estaban surgiendo y proponer juntos soluciones”. Además, Bilbao La Vieja y Ferrufino, cumplen dos roles, son intérpretes y creadores, lo que les supuso un reto adicional para esta pieza.

El parámetro que guio Simbiosis fue que cada coreógrafo debía mantenerse lo más cerca posible a los postulados físicos y estéticos de la técnica que maneja, para ver qué sucedía —“que no es nada nuevo, pero que queríamos experimentar”— concreta Quintana.

En el proceso, los creadores comenzaron a resolver cuestiones creativas con las herramientas de los otros, lo que supuso una manera espontánea de alimentarse mutuamente: “Fuimos robando elementos unos de los otros, de manera natural. En determinado momento notamos cómo incorporábamos gestos y movimientos nuevos a nuestras propuestas, que venían del contacto. Así las técnicas se fueron mezclando”.

Un aspecto que se hizo tangible para la artista que dirige este taller hace más de dos décadas fue que la danza también tiene un límite: “Hay momentos en los que sentimos que el universo cabe en nuestro cuerpo, pero no es cierto. Hay un tope en los recursos que tenemos, que se hizo perceptible”.

El aporte del músico Bernardo Rozo concretizó la propuesta de Simbiosis. La música que los coreógrafos eligieron la componen dos piezas: Bolero de Maurice Ravel y Danzón 2 de Arturo Márquez. Rozo propuso diferentes intervenciones en ellas. La más importante responde a la pregunta: ¿desde dónde se oyen estas piezas? “Desde La Paz”, respondió. 

En lugar de mantener los ruidos naturales de la urbe fuera de la obra, Rozo los incorporó. El estímulo repercute en los movimientos que ejecutan los bailarines y bailarinas.

En una primera parte, preceden al estreno de la propuesta de Quintana, Ferrufino y Bilbao La Vieja dos reposiciones de obras del Taller Experimental de Danza. Una de ellas es Fuego —que le pone movimiento a composiciones de Alberto Villalpando— y la otra es Uyariwaycheq, danza con la música de Cergio Prudencio.

“Une las dos partes el trabajo con músicos bolivianos. Elegí  presentar estas dos como una manera de darle vida a lo efímero y como forma de establecer una conexión de pertenencia. Simbiosis es parte de la propuesta del Taller y pertenece, como estas otras obras, a este espacio creativo”.

Esta producción se abre a transitar entre diferentes maneras de bailar, invita a los sonidos urbanos a influir en ella y su final es coherente con sus intenciones de crear conexiones: “Queremos que el público nos vea desaparecer del escenario, no como se hace normalmente, con un saludo final para la foto. Compartimos con la gente, los últimos retazos de energía con los que se quedan las personas, que son parte de la obra”.

En este final, son los personajes bailarines a quienes se dejan de lado y son los seres humanos quienes terminan de experimentar, junto al público, la creatividad del movimiento.