Maléfica, cuento de… superhéroes
Angelina Jolie regresa en la secuela de esta versión de ‘La Bella Durmiente’ desde otra perspectiva.
Los cuentos de hadas están llenos de símbolos y de figuras narrativas que se repiten de historia en historia. Por ejemplo, entre los primeros, el oro, que recubre objetos, arquitecturas e incluso personas. Y, entre las segundas, los hechizos que causan que los héroes, generalmente niños, se queden dormidos por un tiempo o para siempre.
Gustavo Martín Garzo dice que ambas cosas están relacionadas: El oro significa perfección y completitud. En el imaginario medieval, es el metal más fino a causa de que es el que más “madura” dentro de la tierra, antes de brotar. Y en el sueño también estamos completos, sin modificaciones, encerrados en las historias que teje nuestra mente.
Dormidos somos, entonces, seres de oro, un efecto que resulta más persuasivo si quienes duermen son jóvenes y hermosos, como la Bella Durmiente. Princesa áurea, que no se modifica mientras no se despierta, lo que solo puede ocurrir por medio de un gesto “perverso”: el beso de un desconocido (completamente reprobable para la moral contemporánea).
Despertar es pasar del mundo de lo acabado y perfecto, del cuento como tal, al mundo de la imperfección, es decir, a la realidad. Los cuentos sirven para pasar entre estos dos universos: duerme uno áureo e inmaculado y despierta —por esa transgresión de la inocencia que es un beso robado— manchado e incompleto.
Para cumplir este papel de vinculación, los cuentos están llenos de actos reprobables y temas de la vida real, y, al mismo tiempo, terminan siempre en finales felices, ya que finalmente son para niños. En esta duplicidad radica su atractivo: los niños escuchan a sus padres leyéndoles narraciones de hechos reprobables y sorprendentes, y por esta vía “sana e inocente” se asoman al mundo tal como es.
Dicho esto, preguntémonos quién lee hoy a los niños verdaderos cuentos de hadas, como los recogidos por los hermanos Grimm del “Volk” de Prusia, mientras se producían los ataques napoleónicos, o los cuentos de Andersen y Perrault. En este particular momento del desarrollo de la cultura occidental, las nuevas generaciones reciben generalmente este legado ya pasado por el lente de Disney y otras casas cinematográficas, después de que estas lo hayan deformado por necesidades comerciales y para adaptarlo a las corrientes ideológicas en boga.
Por esta razón, los niños de hoy saben poco de textos con jaulas de oro y jóvenes dormidos para siempre y, en cambio, mucho de imágenes y de batallas entre el bien y el mal, bodas de seres mágicos, alianzas entre poderes, etc. En otras palabras, se enteran de las historias de hadas por su traducción, en el cine, a un género próximo al de los superhéroes. Véase, por ejemplo, el Gato con Botas o Encantados, pletóricas de peleas y “efectos especiales” animados. Y este fenómeno también ocurre con cuentos infantiles de otro tipo, como Alicia en el país de las maravillas, malamente trasvasada por Tim Burton al esquema bélico-épico en boga.
Ciertamente que todo esto es presentado, de forma sincera o no, como un esfuerzo por “actualizar” las viejas historias, ya muy sabidas por todos.
Es posible que la primera versión de Maléfica lograra este objetivo, sustituyendo el amor romántico por el filial, puesto que este sería el más puro y poderoso. Como se sabe, era la versión de La Bella Durmiente desde el punto de vista del hada malvada que la maldijo, y fue interpretada por nadie menos que Angelina Jolie, una de las más importante estrellas de Hollywood, mujer poseedora de un rostro fantástico y una apariencia anoréxica como hecha a propósito para este papel de bella “malvada” (que al final no lo es). Porque debemos recordar que este elemento (la maldad envuelta en belleza) constituye otro símbolo de los cuentos de hadas, con un significado moral evidente: “Cuidado, las apariencias engañan”. Maléfica I retorcía esta moraleja con otra vuelta de tuerca, para proponer que incluso las bellas y delgadas podían ser, en el fondo, buenas.
Esta película tenía, entonces, esta propuesta y un encanto que tributaba de sus fuentes tradicionales y de la presencia de Jolie. Nada de esto puede decirse de la segunda parte, que hoy se exhibe en nuestras salas. En ella, Maléfica ya no es la presencia principal, está desdibujada por el guion, que pone más pólvora en otros personajes, como el de la reina mala, interpretada por Michelle Pfeiffer; además, la historia resulta totalmente convencional (vaciada en los fundamentos del cine de superhéroes, claro está). Finalmente, el encanto de la primera versión se canjea por la majestuosidad de la ambientación, una batalla aérea entre “hadas negras” y humanos y de una fauna completa de personajes fantásticos creados por medio de computadora.
¿Entretenido? Sí. Pero tan lejano de La Bella Durmiente como superfluo desde el punto de vista cinematográfico. No existe otra razón que explique la existencia de esta película que no sea la avaricia, defecto estigmatizado inmortalmente por los cuentos de hadas.