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Elvia Andia en busca del alma del quechua

La dulzura que tiene el quechua al hablar es parte de su espíritu, explica la docente y traductora cochabambina Elvia Andia, y solo podrá encontrarse en la escritura si se deja de pensar desde el español. Esa es una de las enseñanzas que le dejó escribir su primera novela, Pirqakunawan Parlaspa —Hablando con las paredes—, con la cual ganó el Premio de Lenguas Originarias Guamán Poma de Ayala Profesional 2019.

“Todo lo que soy se lo debo al quechua”, explica quien lo aprendió de sus padres cuando era una niña y le permitió mantener una relación fluida con sus abuelos, maternos y paternos, quienes vivían en zonas rurales.

La ahora docente de quechua en la Universidad Estatal de Ohio (EEUU) —donde fue galardonada por su excelencia y reconocida como la primera examinadora certificada para el idioma quechua— comenzó escribiendo libros de enseñanza en ese idioma para personas que nunca lo había hablado. Y entró a la ficción con narraciones cortas, que suele utilizar para dar cátedra, en diferentes niveles: desde el básico al avanzado.

“Buscando material para mis estudiantes, comencé a leer textos en quechua. Y me di cuenta de que su esencia no estaba ahí. Se escribe con estructuras del español que no permiten que el dulce de la oralidad se transmita a la escritura. Espero que los quechuas que la lean puedan reconocerse en ella y sentir que es parte de ellos”.

Como es una lengua aglutinante, uno de los principales retos de su escritura son los sufijos. Otro desafío fue el manejo de la intensa tendencia del quechua al detalle que la obligaban a extenderse cada vez más.

El quechua es un lenguaje al que le interesa el otro. Lo que implica que busca interactuar con el interlocutor para asegurarse de que entiende el mensaje. Lo cual no puede hacerse en el texto, por lo que también tuvo que controlar la inclinación de esta lengua a la digresión.

Pirqakunawan Parlaspa narra la historia de Vitalia, mujer quechua de Torrecillas, una comunidad de Cochabamba, quien de un día para el otro pierde la vista:

“En esta novela se habla de la fuerza de la mujer, en este caso de la mujer indígena, como pilar fundamental de la familia y parte importante de la comunidad; como transmisora del idioma, prácticas y costumbres del quechua”.

La trama se basa en la vida de la abuela paterna de Andia. Si bien respeta lugares, eventos y nombres reales de las personas involucradas, la ficción es el hilo conductor que enlaza las escenas recopiladas y le da coherencia y verosimilitud a la historia.

“Las descripciones de paisajes, los diálogos y los enlaces los creé yo. También fui fusionando las diferentes versiones que existen en mi familia sobre ciertos hechos, ya que no siempre coinciden. Para eso, comencé a preguntar sobre los recuerdos que mis padres tenían sobre mi abuela, poco a poco, sin que supieran que iba a escribirlo, para que no reprimieran detalles o se pusieran nerviosos”, ahora sus padres no están más que orgullosos de que el quechua le esté dando a Andia mejores oportunidades.

Asimismo, se retrata la vida de una persona con discapacidad en una zona rural de Bolivia, donde conviven diferentes culturas y conocimientos. Entre ellos, las nociones sobre salud y medicina: las modernas, por un lado, y, por otro, las tradicionales.

Recordar y descubrir su historia familiar fue uno de los placeres de este proyecto. Su motivación para culminarlo fue visibilizar las carencias que sufren los pobladores de estas zonas —para quienes el acceso a la salud es un lujo— y poner en la palestra el conocimiento y la cultura quechua.

“Mi abuela explicaba su enfermedad como el resultado de haberse dormido bajo un árbol malo. Son dolencias que conocemos como enfermedades de la tierra.

Son elementos que solo alguien que ha vivido dentro de la cultura quechua puede entender. Tenemos mucho aún que no se ha explotado y bien sea en poemas, chistes o cuentos voy a seguir escribiendo para dar a conocer lo que tenemos”.