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Escénica: teatro en estos tiempos…

Cómo puede ser ético, razonable, imaginable ir al teatro en estos tiempos en que, mírese desde donde se mire, algo está pasando? Quizás por eso la mayor parte de las funciones programadas para estas semanas fueron canceladas y algunos espacios tomaron la decisión de cerrarse. En contra ruta o contracorriente va el festival de teatro Escénica, que tomará lugar del 13 al 20 de este mes, presentando siete obras que, entre más de 30 postuladas, destacaron a nivel nacional. Y no, no destacaron solamente por su capacidad estética, sino también por su capacidad ética de mostrarnos otras posibilidades de vida, de hacernos pensar sobre la nuestra, de poner el arte en escena como potencia que se sabe política y que, en la mayor parte de los casos, se ríe y problematiza nuestros autoritarismos diarios.

Empezamos, entonces, el 13 con Ratas: historias de alcantarilla, obra dirigida e interpretada por Freddy Chipana. La obra no puede ser más adecuada para el presente, pues tiende un puente al pasado (las dictaduras militares), mediante la historia de una rata que es atrapada por un Dios-gato (nótese que el fascismo siempre se proclama Dios, sigue la lógica de lo verdadero, el camino fijo) y, en su celda, (re)vive su relación con la muerte a partir de la risa, el poder y el goce. Poniendo en escena, al final, que esa dictadura hoy se ha vuelto más sutil (¿la modernidad?, ¿otro poder con discursos inclusivos, políticamente correcto?); dudemos, así, de la idea de que lo importante en la política es quién ocupa la silla de Dios.

El 14 cambiamos de tono con La constelación de Alondra, una obra infantil protagonizada por Mariela Salaverry, Gonzalo Villarreal y Juan Manuel Gacio. Desde esta aparente inocencia pone en escena un mundo de repeticiones, donde lo circular, lo ritual, domina el espacio. La historia es sencilla: Alondra, ya anciana, a través del recuerdo, desea volver a su hermana, Amanda, símbolo inagotable: de la familia, del pasado, de aquello inalcanzable que siempre parece a la vuelta de la esquina, como si estuviese a punto de tocarlo, pero siempre (¿siempre?, ¿acaso la obra no insinúa la muerte como un posible reencuentro?) se escapa. En estos tiempos muchas cosas se repiten y eso se nota, pero ¿qué se nos escapa?

El 16, último día en el Teatro Municipal de Cámara, llega desde Cochabamba Si estás viendo esto, obra dirigida por Claudia Eid e interpretada por Darío Torres y Piti Campos. El dilema puesto en escena es el amoroso (¿y acaso esa relación con el otro no es un resumen, una concentración de nuestra relación con todos los otros, con el mundo?), sabiéndose cliché, lugar común y de identificación (como los Fragmentos de un discurso amoroso, de Barthes). ¿No será que hoy nos falta pensar en el otro, salir del cliché, del estereotipo, vernos humanos?

En Casa Grito, el día 17, se presenta Amor, obra dirigida por Denisse Arancibia, donde (aparte del tema amoroso, confesado desde el título e inevitable en la historia de una mujer obligada a casarse, buscando escapar de un sistema patriarcal) lo queer, con ciertos golpes innecesarios (políticamente correctos), se apodera de la escena. Destaca la capacidad de trabajar este concepto a través de lo visual. Aquello que se mantiene indefinido, moviéndose, como una abuela sobre patines o una torta de los que todos quieren un bocado. Aquello que escapa de los binarismos que, por ejemplo, en la política son tan útiles.

Desde el día 18 nos movemos al Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez, que abre los telones con Si nos permiten hablar, adaptación de la famosa biografía de Domitila Barrios de Chungara, la mujer minera que se manifestó contra el régimen de Banzer, realizada por Fabiola Mendoza, Raisa Ensinas y Mariana Porcel, dirigidas por el Teatro de Los Andes. La puesta, por supuesto, es directamente política: con un enfoque feminista y reivindicador de lo minero, la resistencia desde ese complicado lugar de enunciación; cae, a veces, en la moraleja, resta y cierra. Pero será el espectador quien evalúe qué tanta potencia puede ver en esas manos que se saben resistentes, en el sonido del altiplano que, como un susurro, se acerca al que está viendo y se pregunta: ¿cuánto han cambiado hoy las cosas, los actores en escena?

El 19 Tinkunakama, obra de Tabla Roja Teatro, especializados en el teatro de máscaras, hace una fiesta en el territorio artístico que suspende la moral, elimina los tabúes y despliega los significantes. Pero no por eso simplemente hecha para “entretener”, sino reconociendo la risa como un motor que hace que todo se tambalee y ellos, payasitos, se van moviendo con toda confianza, con todo temor entre esta desestabilidad, porque la reconocen posibilitadora (quizás como deberíamos hacer muchos ciudadanos, en estos tiempos, donde todo podría ponerse en movimiento, en posibilidad de construcción).

Finalmente, el festival se cierra con broche de oro. Los inútiles, obra del Proyecto Border, donde, mediante la digresión, se pone en escena el proceso de creación artístico. Digo que es un adecuado cierre al festival porque evidencia que se está pensado el arte no como adorno o entretenimiento, sino como motor de reflexión, de problematización humana, que escapa de los estereotipos y posibilita terceros lugares, móviles, flexibles y llenos de ironía. Porque ya lo dijo Brecht, los tiempos de guerra no excluyen la paz. Pero invirtamos la idea: en la aparente paz del arte, hay siempre una guerra. Y esta obra, en especial, es una guerra por otra democracia, donde el concepto de libertad estalla y se aleja de cualquier metafísica cristiana que nos piensa libres, bajo la mirada de un Dios.

Todas las funciones empezarán a las 20.00. Será difícil llegar (como son difíciles estos tiempos), pero será necesario. A veces, el camino difícil, el del pensamiento, el del debate y el del arte que todo lo pone entre paréntesis (así como los fenomenólogos analizan la realidad, porque el arte, dicen algunos, puede ser más real que ésta) es el único camino que nos dejará no con respuestas (como el fascismo), sino con preguntas y toda pregunta será una posibilidad.

El psicoanálisis dice que el lenguaje es un gran adormecedor, ¿podremos pensar lo contrario?