Los dos papas
El filme de Fernando Meirelles explora la relación entre los dos últimos sumos.
Una vez más, como sucede con frecuencia creciente, acaba de pasar, desapercibida, por las carteleras locales en medio de la barahúnda a propósito del inminente estreno del “último” capítulo de la saga de Star Wars, y otras nimiedades equiparables, una película añadida a la programación sin que el aparato de difusión de las multi-salas se digne informar a los espectadores sobre su arribo y menos todavía acerca de los detalles del asunto en ella abordada, de las controversias que agitó a su paso por otras latitudes, de varios aspectos, en fin, que tal vez hubiesen despertado el interés de un número importante de potenciales espectadores.
Dicho sea sin que signifique aventurar a priori ningún criterio axiológico a propósito de Los dos Papas, el título al cual venimos aludiendo en esta suerte de introducción, o reclamo, tan reiterativo cuanto inútil, a propósito de las actuales políticas de difusión de las aludidas multi-salas, resignadas estas a una inocultable sujeción a los más pedestres cálculos de taquilla, con absoluto desinterés por el cine en la acepción cabal de la palabra. Lo cual entraña desde luego una avería cotidiana a la cultura cinematográfica, lo que de ella resta, para no mencionar la implícita falta de consideración a los espectadores, reducidos a una cifra fácilmente permeable a la manipulación comercial. Es, si se quiere, la versión más o menos sofisticada de aquella consigna puesta en boga por uno de los precursores del sistema de los estudios en los años iniciales de Hollywood: “la edad mental promedio del espectador cinematográfico es de seis años”.
Cabe también agregar a la queja el dato de la progresiva apropiación del espacio audiovisual por Netflix, la cual utiliza las salas —una sola autorizada por ciudad como ya ocurrió hace poco con El irlandés, el último notable eslabón de la filmografía del maestro Scorsese— a modo de plataforma de lanzamiento para su inmediata puesta a disposición masiva por el streaming terminando así de confundir el ver cine —como se debe, en pantalla grande—, con mirar películas de la forma que sea. Y es de temer seriamente desde luego que este modus operandi se generalice en el corto plazo.
El director brasileño Fernando Meirelles (Sao Paulo/1955), catapultado a la notoriedad por cuatro nominaciones en la versión 2004 de los premios Oscar a su Ciudad de Dios (2002) y las loas de buena parte de la crítica a El jardinero fiel (2005), fue el elegido por Netflix para llevar a la pantalla el libreto del guionista neozelandés Anthony McCarten —La teoría del todo (James Marsh/2014), Bohemian Rhapsody (Bryan Singer/2018)—. En rigor de verdad el fuerte de Los dos Papas es el guion justamente, el cual Meirelles se limita a poner en imagen con un estilo profesional, en el sentido más pedestre del término, dejando buena parte de la responsabilidad de sostener ese relato a la impecable interpretación de Jonathan Pryce y Anthony Hopkins. Ambos cumplen a cabalidad con la misión de apartar a sus personajes de la imagen mística de inabordables enviados de Dios a la tierra, personificándolos como dos seres humanos de a pie.
Ello no obstante que la ambición última de la trama es dar cuenta del remezón que para la Iglesia Católica supuso en 2013 la renuncia del Papa en funciones casi 600 años después de la dimisión obligada de Gregorio XII en 1415; sacudimiento acentuado por tratarse de la elección del primer Papa jesuita y latinoamericano, por ende además el primer sumo pontífice no europeo después de Gregorio III, clérigo de origen sirio elevado al trono en el siglo VIII. Pero aquel traspaso del mando implicaba adicionalmente un probable cambio de norte en la máxima institución eclesiástica del catolicismo al dejar su cargo Benedicto XVI (Joseph Ratzinger) celoso guardián del dogma ya desde sus tiempos de líder de la Congregación para la Doctrina de la Fe, versión contemporánea de la Inquisición, pasándole el testigo a Francisco (Jorge Bergoglio), cardenal argentino que el 2012 supuestamente habría manifestado a su antecesor la decisión de renunciar, insatisfecho por el rol de la iglesia en los tiempos que corren despertando en su interlocutor —especula el filme— un marcado interés por revisar ese papel.
El relato está centrado en varios coloquios entre ambos, durante los cuales abordan temas que van de la doctrina al tango, de la culpa al fútbol, de los desafíos del siglo a la pizza, etc. etc. Pese a la amplitud del espectro temático acometido en esos encuentros cara a cara, los diálogos se abstienen de toda pedantería intelectual —otra de las bazas del guion y de la interpretación—. Las conversaciones están, asimismo, atravesadas por un medido humor y de tanto en tanto la charla deja paso a visitas, de impronta casi turística, a sitios de la Santa Sede como la Capilla Sixtina —recreados meticulosamente en los estudios de Cinecitta y por medios digitales—, deriva que responde tanto a la necesidad de airear la narración como al deseo de lucir, sin que fuese dramáticamente necesario, las excelencias de una ambientación de primera.
El espectador podrá quedar sorprendido por el perfecto castellano con el cual se expresa el galés Pryce en uno de los sermones que pronuncia a poco de comenzar la película, se trata empero de un doblaje, recurso abandonado poco después, una muestra del eclecticismo formal que Meirelles exhibe a lo largo de todo su trabajo, al punto que podría considerárselo un “no estilo”, más bien un modo funcionalmente operativo para sacar adelante el encargo.
Paréntesis. Habrá que preguntarse si tal sincretismo no constituye en definitiva la vía excluyente para manejar, en tiempos de la mundialización del capitalismo informático —eso que se denomina erróneamente “globalización”—, cualquier proyecto financiado por varios países —cuatro para el caso—, con actores así cómo técnicos de innumerables procedencias y lenguas, y en los cuales la palabra final en todos los aspectos la tiene el gestor financiero de la producción, amén de propietario exclusivo de los derechos de exhibición.
Volvamos al asunto. Claramente el tratamiento da cuenta de una inocultable simpatía por Bergoglio, abundando en referencias a su biografía y cuyas criticadas vacilaciones frente a la dictadura militar, o su timorato manejo de los escándalos salidos a la luz pública por las incontables denuncias de abusos sexuales cometidos por curas de diversos lugares, pretende excusar puntualizando el sentimiento de culpa que el personaje experimenta. En cambio se dedica un metraje mucho menor a los antecedentes biográficos de Ratzinger, al cual se le dispensa de todos modos un tratamiento condescendiente, pincelando apenas al pasar sus criterios dogmáticos más extremos, al punto de terminar presentándolo como un sujeto bonachón, algo quedado en el tiempo, eso sí, pero muy diferente al inmutable y severo custodio de la Doctrina, opuesto sin matices al más mínimo retoque en esta cuando de asuntos cómo el aborto o los matrimonios homosexuales se trataba.
Resulta poco creíble que en la realidad entre los dos personajes se hubiera establecido una conexión afectiva tan cálida y cercana como pretende la película. Se trata en todo caso de una licencia dramática admisible en el intento de marcar la transición desde un papado de indisimulable cuño conservador a otro consciente de la pérdida progresiva de fieles desinteresados de una institucionalidad ajena a sus afanes y tropiezos terrenos. El problema estriba empero que ese parteaguas y sus implicaciones van quedando poco a poco desdibujadas por los sucesivas capas de barniz edulcorante aplicados a medida que el relato avanza, por momentos a un ritmo demasiado cansino.
Los dos Papas es en suma, y pese a lo recién anotado, un llevadero pasatiempo, que termina apostando a ilustrar cómo la hierática rigidez de Ratzinger va quedando rendida a la sencillez de Bergoglio, pero quién espere encontrar en ella alguna profundización en los laberínticos entretelones de la política vaticana, así como en la sorda pugna todavía en curso entre la tradición y el agiornamiento, se llevará un buen chasco.
FICHA TÉCNICA.- The Two Popes – Dirección: Fernando Meirelles – Guión: Anthony McCarten – Fotografía: César Charlone – Montaje: Fernando Stutz – Diseño: Mark Tildesley – Arte: Saverio Sammali – Música: Bryce Dessner – Efectos: Eri Adachi, Nicholas Bennett, Kerrie Bryant, Jolien Buijs – Producción: Mark Bauch, Jonathan Eirich, Marcelo La Torre – Intérpretes: Jonathan Pryce, Anthony Hopkins, Juan Minujín, Sidney Cole, Thomas D Williams, Federico Torre, Pablo Trimarchi, Walter Andrade – Inglaterra / Italia / Argentina / EEUU/ 2019
(*) El autor es crítico