Tres películas en el cambio de año
Reseñas de tres filmes que están en la cartelera y/o en la circulación mercantil en estos días: ‘Santa Clara’, ‘Gracias a Dios’ y ‘El gran mentiroso’.
Santa Clara
Supongamos que queremos contar la fábula de la cigarra y la hormiga. Esopo procede presentando el encuentro de ambos insectos en verano, cuando la cigarra escoge su destino: a diferencia de la hormiga, prefiere cantar y no trabajar en prevención del invierno. Luego viene el de-senlace, en el que se despliegan las consecuencias lógicas de esta decisión inicial.
Supongamos que noso-tros, en cambio, optamos por mostrar únicamente a la cigarra en invierno, cuando pasa frío y hambre. Y que la hacemos explicar: “Para no encontrarme en esta situación, debía haber trabajado en lugar cantar. En verano, la hormiga me precavió de esto que me está pasando”.
El segundo es el procedimiento de Pedro Gutiérrez en su última cinta Santa Clara, que cabría describir, sumariamente, como una colección de imágenes bucólicas y pastoriles, tomadas a propósito de un gran arreo de ganado, que está tachonada erráticamente de sucesos violentos cuya causa es explicada, sobre la marcha, por sus protagonistas.
Vemos un ejemplo de lo que decimos: Los personajes gastan muchos minutos del filme explicando y charlando sobre las dificultades para trasladar por el monte tantas vacas con pocos hombres, pero esta cuestión no afecta el desarrollo de la trama; al mismo tiempo, el tema clave de la película aparece en ella… en los últimos cinco minutos.
Por esta incapacidad narrativa, el filme carece de tensión y el espectador se aburre. La actuación, que es de una pobreza franciscana, resulta más empobrecida aún por la escasez de planos cercanos (y esta escasez quizá se deba, rizando el rizo, a la pobreza franciscana de la actuación).
El gran mentiroso
Casi tan prolífico y diverso como François Ozon es Bill Condon, autor, junto al escritor teatral Jeffrey Hatcher, de El gran mentiroso, una película de intriga protagonizada por dos grandes actores en la tercera edad: Helen Mirren e Ian McKellen.
Condon, Hatcher y McKellen nos dieron hace algunos años la preciosa película Mr. Holmes, cuya atmósfera repite en parte El gran mentiroso, que también tiene el encanto de las películas “de relaciones” y, como fondo, una trama cerebral de carácter policial.
Pese a que Hatcher me parece un gran guionista, debo decir que en esta ocasión deja algunos cabos sueltos. Sin embargo, la película es muy entretenida y, sumada a las actuaciones tan refinadas de los protagonistas, constituye un delicioso espécimen del género negro.
Gracias a Dios
“Gracias a Dios que estos crímenes han prescrito”, dijo el cardenal Barbarin respecto a las acusaciones en contra del padre Bernard Preynat por haber abusado a decenas de niños que participaban en un grupo católico de exploradores en Lyon. Este “lapsus linguae” da origen al nombre de la película del prolífico director francés François Ozon, que milagrosamente llegó a nuestras salas, quizá por haber ganado el Gran Premio del Jurado en el último Festival de Berlín.
La película es contundente, pero no sensacionalista. Comparada con la ganadora del Oscar En primera plana, de Thomas McCarthy, que también toca el tema de la protección de la Iglesia Católica a los curas pedófilos, Gracias a Dios resulta mucho más íntima y sentida. No retrata una lucha detectivesca y judicial, ya que Preynat siempre admitió sus crímenes, sino los efectos del abuso infantil en tres personajes: Alexandre (Melvil Poupaud), François (Denis Ménochet) y Emmanuel (Swann Arlaud), los cuales personifican varias posibles secuelas, tanto religiosas como psicológicas, de este trauma, y también encarnan, desde distintas perspectivas, el efecto liberador que tuvo en las víctimas de los curas el poder denunciarlos y enjuiciarlos en los últimos años.
La película muestra con minuciosidad y sensibilidad las diversas reacciones de los niños y las familias frente a hechos que se configurarían como gravísimas traiciones a los votos católicos y a la confianza en los demás, y, al mismo tiempo, frente a experiencias sexuales perturbadoras y sórdidas, cada una de ellas muy capaz de sobrecoger y avasallar a unas víctimas que no podían esgrimir una defensa suficiente y que, además, no eran protegidas por sus padres, pues estos, abrumados por sus prejuicios, no podían visualizar y enfrentar crímenes tan terribles contra la inocencia y la integridad de los chicos.
Lo que En primera plana intenta —y no logra— mostrar con la historia de la reportera católica del equipo de investigación de los casos de pedofilia sacerdotal en Boston, constituye el centro y el logro de esta película conmovedora, inteligente y sabiamente realista.