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‘Dios y la máquina’

La dominación colonial construyó una maquinaria compleja y la imagen religiosa fue uno de sus engranajes. Esta se utilizó para profundizar la influencia europea sobre las poblaciones locales de los territorios conquistados. Revelar la tutela de esta lógica sobre la pintura colonial en los Andes fue el principal parámetro curatorial de Dios y la máquina, la nueva muestra que prepara el Museo Nacional de Arte (MNA, calle Comercio, esquina Socabaya), dependiente de la Fundación Cultural del Banco Central de Bolivia (FCBCB).

“Las obras de esta colección estaban organizadas bajo el rótulo de ‘Los grandes maestros de la cultura colonial’. Esta noción pretendía mostrar la maestría de los pintores locales, contrarrestando  un discurso —que también estaba en la historiografía— que decía que los indios solo copiaban y aquí todo el arte es de segunda en comparación con Europa. Ambas se mantienen en una misma conversación con la que queremos romper”, detalla Lucía Querejazu, curadora de la exposición que se inaugurará el 3 de marzo a las 19.00 y estará abierta por un año.

El MNA escapa de aquella idea preconcebida de ser un simple repositorio donde se albergan y protegen obras de arte. Este cambio de paradigma es una de las maneras en las que el museo pretende no solo poner a disposición de la ciudadanía expresiones artísticas, sino también analizarlas y proponer puntos de vista sobre ellas, explica Max Hinderer, director de la institución.

Otro de los cambios iniciados por Hinderer fue dejar atrás el concepto de “salas permanentes”. En su lugar, las diversas series que alberga el museo —que suman más de 9.000 piezas— rotarán en muestras anuales. Dios y la máquina es, así, la primera exposición que inaugura las rebautizadas “Salas de colección”.

“Tuvimos muchos reclamos cuando la gente se enteró de que la colección colonial no estaría disponible. No creemos que descolonizar un museo sea ignorar o destruir obras coloniales, sino todo lo contrario. Estas obras son testigos históricos de una época que nos interesa analizar”, aclara.

La muestra reúne más de 60 cuadros de los siglos XVI, XVII y XVIII, que fueron producidos en la zona andina desde Cuzco hasta Potosí. Tiene obras que en la época fueron muy exclusivas, algunas de valor intermedio y otras, de circulación popular. Esta serie —con piezas que no fueron expuestas a menudo— es muy importante porque la preocupación por mantenerla apropiadamente custodiada desembocó en la iniciativa de crear el museo. “Si bien no es la colección más grande que tenemos, su importancia simbólica pesa mucho porque es fundacional”, describe la historiadora especializada en historia del arte.

La nueva presentación de la serie se trabajó durante casi cuatro meses. Tanto el director como la curadora estudiaron arte sacro colonial en sus tesis de doctorado, así que el diálogo académico fluyó intensamente. En lugar de darle importancia al virtuosismo de uno u otro pintor, los expertos se concentraron en una tensión en concreto: la singularidad de cada pieza y su pertenencia a un proceso de producción masivo.

“Durante el Renacimiento se propagó la noción que ve a las obras artísticas como únicas y extraordinarias. Y aquí no se producía así —de hecho, en Europa tampoco— eso es lo que queremos mostrar, una realidad de las imágenes, en contraparte a ese mito”, argumenta Querejazu. 

“La premisa fue que esta imagen tuvo una función histórica: producir subjetividades y reproducir fuerza de trabajo. Por lo tanto, la imagen necesitaba masificarse acorde a los intereses de la maquinaria de la economía colonial, que estaba en movimiento”, complementa Hinderer.

En un periodo histórico en el que la religión y el poder político están completamente conectados, la iglesia Católica decide, explícitamente, utilizar la imagen como herramienta para obligar a las culturas conquistadas a cambiar su forma de ver el mundo. Si bien la técnica de muchas de las pinturas del MNA es de muy buena calidad y su efecto estético es innegable, pertenecen a un sistema que busca crear cuadros a una escala industrial para despertar cultos y devociones, que sostienen un aparato económico que se beneficia de la religión y la espiritualidad.

Una vez que los lineamientos académicos estuvieron claros, los estudiosos volcaron su atención en los cuadros. Coincidentemente, la colección respondió con lo que tenían en mente, relación que bien podría no haberse dado.

“La manera en la que la muestra y nuestros planteamientos se relacionaron nos llamó mucho la atención. La creación en serie es muy típica de Cusco e inundó el área andina. Gracias a ello pudimos demostrar que hubo un consumo masivo, donde ciertos santos tienen más devoción que otros y existen vírgenes que se hacen y otras que no”, desarrolla la curadora, quien realizó estudios sobre las pinturas de Caquiaviri.

La exposición saca los cuadros de las paredes y pone cada obra mucho más cerca de los espectadores. Están organizadas en salas dedicadas a series con temática similar y en espacios dedicados a piezas únicas, que retratan elementos poco comunes.

“La disposición de los cuadros muestra la diferencia entre la imagen y el cuadro, entre la ilusión pictórica y el lienzo, el marco, es decir el soporte material de la obra”, explica el filósofo, escritor y también curador, quien nació en Alemania, vivió y trabajó en Brasil y viene de una familia boliviana.

El acceso a los respaldos también amplía la superficie de análisis que puede hacerse de cada pieza. Los materiales, como las telas utilizadas, fueron manufacturados en obrajes de la región y abren otro tipo de estudios históricos. Por otra parte, se muestran las diferentes técnicas de restauración y conservación a las que las obras fueron sometidas a lo largo del tiempo. Este despliegue no es aleatorio, sino que forma parte de otra propuesta del MNA.

“Esto nos guía a entender que existe una producción de visibilidad dentro del museo que parte de narrativas museológicas y de los estados de conservación y restauración de los cuadros. Para explicarlo mejor estamos preparando muestras que resaltarán esto, denominadas Colecciones Lab”.

Dios y la máquina comienza con una sala introductoria. Allí, una metáfora de lo divino da paso a expresiones de la trinidad católica y a un cuadro que ilustra la divina familia como modelo de producción artesanal familiar, bendecido por Dios.

La siguiente sala despliega una serie atribuida a Melchor Pérez de Holguín, donde los cuatro evangelistas son los protagonistas. Cada subcolección culmina con una singularidad —lo único dentro de lo múltiple—, que da paso a una sala donde la atención se centra en una sola pintura. “Decidimos que la información adicional de cada obra vaya en una hoja referencial para que así los que deseen tener una experiencia plenamente sensorial, puedan hacerlo”, comenta la historiadora.

Las salas colectivas muestran diferentes retratos de la Sagrada Familia, de Vírgenes de Altar, y de ángeles, entre otros. Las individuales están dedicadas a obras que narran las visiones de monjas, pasajes populares de evangelios apócrifos o bien a santos poco conocidos en Latinoamérica.

El edificio colonial acompaña las obras de una forma renovada. El techo y la habilidad de su construcción quedan al descubierto, gracias al montaje. La perspectiva contemporánea de la exposición se abre a otros puntos de vista —como la propuesta de Pablo Quisbert sobre las ñatitas y el culto al Purgatorio—, a cuestionar lecturas instauradas y a plantear parámetros invisibles, como los múltiples registros espirituales que convivieron en la Colonia, cuya presencia es imposible negar.

Así, los visitantes podrán elegir cómo quieren vivir su travesía: desde la curiosidad, el pensamiento crítico, o a partir de un encuentro místico con imágenes que tratan de conectar a los seres humanos con la trascendencia.