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Teatro Grito, 22 años al ritmo de tambores, colores y creación

Tres veces el grupo paceño Teatro Grito dio la vuelta a toda Bolivia. Los viajes juntos no son solo una anécdota en su historia como creadores, sino que ha definido su identidad y les ha dado una de las herramientas más importantes para sostener un proyecto común durante 22 años: valorar la diversidad, detalla Bernardo Arancibia, actor, director y encargado de la producción.

Arancibia, Carmencita Guillén, Mariel Camacho, Michael Apaza, René Suntura y Alejandra del Carpio son los actuales integrantes; los tres primeros están juntos desde los primeros pasos del Teatro Grito. Tienen más de 20 obras presentadas, diversos premios municipales y nacionales y desde hace cuatro años administran Casa Grito (José María Zalles 939, San Miguel), un escenario alternativo donde se montan obras —propias y de otros grupos— se dan talleres, arman ferias y se puede tomar un café.

Esta aventura comenzó en 1998. Fue una semilla sembrada por el taller de teatro de la Universidad Católica Boliviana San Pablo, dirigido aquel año por el actor Jorge Ortiz. Cerca de 30 personas decidieron darle vida a un nuevo grupo  que nombraron Teatro Grito. En 1999 se montaron dos obras —La vida y La hora en la que no sabíamos nada los unos de los otros, de Peter Handke— y poco a poco el número de integrantes fue disminuyendo.

Durante los primeros años el teatro contemporáneo que Jorge Ortiz desarrollaba fue su principal influencia. Luego, los zancos, la percusión y la calle macaron su búsqueda creativa, dirigida a llamar la atención de ciudadanos y pobladores a partir del teatro callejero.

“En Bolivia muchas personas no tienen acceso al teatro. Los viajes nos dejaron en claro eso. Así que en lugar de esperar que el público fuera a las salas, comenzamos a explorar maneras de acercar el teatro a la gente. Y si bien hemos vuelto a ellas, hemos creado una suerte de código: buscar que las obras lleguen a la mayor cantidad de personas, sin caer en lo fácil o simple”.

El teatro se reveló, así, no solo como un medio de desarrollo creativo, sino como una herramienta para tratar temas sociales y conversar con diferentes sectores de la sociedad sobre derechos humanos y medio ambiente, entre otros temas.

Hace cuatro años, la colectividad artística comenzó a sentir la necesidad de tener un espacio propio. La familia de una exparticipante los había albergado por muchos años y ya era hora de valerse por sí mismos. En sus giras internacionales por Argentina y Chile vieron que muchos elencos similares administraban pequeñas salas alternativas, así que decidieron —tras mucho debate— hacer lo mismo: así nació Casa Grito.

A lo largo de dos décadas de vida, el grupo teatral ha encontrado un mecanismo que funciona: por un lado, no hay un director o un líder único. Cada miembro tiene un ámbito en el que sobresale y en el guía el trabajo de todos. De esta manera cada uno sabe qué debe hacer y cómo hacerlo. Tuvieron propuestas experimentales, obras al aire libre, teatro para niños, así como comedias y dramas.

“Es similar a Bolivia, hemos sido testigos de su diversidad y hemos aprendido a hacer de eso un valor. No pensamos igual, tenemos diferentes raíces, influencias e intereses y hemos llegado a apreciar eso. Creo que es una de las cosas fundamentales que nos ha permitido mantenernos juntos.”, narra Arancibia. 

Los engranajes de esta fórmula única y colectiva oscilan entre la importancia que tiene el individuo y el que tiene la colectividad. Cada año se reúnen para que cada integrante plantee ideas, proyectos y propuestas. Todas las actividades deben ser aprobadas por consenso. “Hemos visto que la democracia donde manda la mayoría simple genera oposición. Y no queremos eso. Ahí es donde  argumentamos, convencemos y en última cedemos, aunque sea por cansancio. Pero cada uno debe tomar la decisión de aprobar el plan”.

Luego viene el momento del caos. Las ideas se generan entre todos. Los miembros se han especializado en algún área de la producción de obras, de forma que la evaluación de lo que se quiere hacer se hace desde diferentes horizontes. Después, el mecanismo ordenado y aceitado reemplaza al caos: todos saben qué deben hacer. En cuanto a la dirección no hay una receta, muchas veces alguien se ofrece, otras el resto del grupo identifica al director idóneo o bien se invita a alguien que pueda encaminar la obra.

“Hay momentos de mucha negociación y charla, sin embargo en cuanto se ha tomado una decisión es una dictadura, así hemos logrado cumplir muchas cosas. Estamos abiertos a las personas del grupo sean parte de otros proyectos, obras y elencos. Pero el ensayo en la mañana es sagrado”, cuenta el productor.

Esa misma disciplina en lo económico les ha permitido darle continuidad. Un porcentaje de todo lo que recaudan siempre se guarda para las obras o bien para Casa Grito. Ese pequeño tesoro los ayudó a atravesar momentos difíciles como el que están pasando ahora, con la cuarentena por el COVID 19. “El 5 de abril celebramos un extraño aniversario. No sabemos exactamente qué es lo que va a suceder y es uno de los retos más complicados que hemos tenido que enfrentar. Pero estamos tomando este momento como una oportunidad para guardar energía para continuar, porque generar espacios creativos no solo es una forma de vivir del arte, sino una tarea política y cultural. La creación necesita resguardarse y esperamos poder seguir haciéndolo”.