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Danza y aislamiento, un reto creativo y formativo

El encierro no ha parado su movimiento. Ese es uno de los elementos que tienen en común los bailarines, maestros y coreógrafos Haru Beltrán, Roberto Sardón, Elena Filonemo y Juan Carlos Arévalo. La cuarentena que atraviesa el país debido a la pandemia del COVID-19 determinó el cierre de teatros y la cancelación de todo evento que implicara la aglomeración de personas desde hace más de un mes, coyuntura que pone en conflicto a las artes escénicas, pero no las detiene. Los creadores buscan maneras de sostener el trabajo físico—propio y el de sus alumnos— que implica este arte, sustentarse económicamente y desarrollar sus propuestas creativas desde las herramientas que les brinda el universo virtual.

El 12 de marzo, el escenario del Teatro Municipal Alberto Saavedra Pérez (Jenaro Sanjinés e Indaburo) estaba abarrotado de bailarines folklóricos nacionales que presentaban sus mejores coreografías, ante un numeroso público. Ese mismo día, el Gobierno decretaba la suspensión de clases escolares y la cancelación de los vuelos desde y hacia Europa. El Festival Nacional CIOFF Bolivia duró tres días —12, 13 y 14 de marzo— y terminó justo a tiempo para que los más de 400 artistas pudieran retornar a sus regiones. Así sorprendió esta emergencia a la Academia de Danzas Folklóricas Bolivia (Adaf Bolivia), que era la organizadora del evento.

“14 compañías fueron parte del festival que comenzó el mismo día que se confirmaron los dos primeros casos de coronavirus en nuestro país. Asumimos el riesgo de continuar con los espectáculos (todo lo que congregara más de mil personas en un mismo lugar había sido suspendido), con algunas críticas, pero con mucho éxito y el tiempo justo para que los participantes pudieran regresar a sus regiones. La cuarentena nos encontró así, sin ningún plan de contingencia que nos dictara qué podíamos hacer”, narra Roberto Sardón, director de Adaf Bolivia, academia de danza folklórica con más de 20 años de vida.

La semana siguiente él y su equipo buscaron maneras de continuar la formación de sus estudiantes. El internet fue el puente de contacto entre los maestros y los alumnos, que consiguió darle continuidad a su trabajo. Sin embargo consideraron tomar restricciones importantes; solo se dan clases virtuales a aquellos bailarines de los elencos de la institución, es decir que se han formado en baile por más de cuatro años.

“Estos alumnos ya tienen conciencia corporal lo suficientemente desarrollada para seguir nuestras instrucciones sin que haya riesgo de lesiones. Personalmente pienso que es irresponsable dar clases iniciales porque la presencia de los maestros es clave para corregir y cuidar a los alumnos. Es un debate que aún no está resuelto para noso-tros. Estamos buscando maneras de resolverlo y, si las encontramos, tal vez podríamos lanzarnos a hacerlo”, detalla.

El tema de la ética de trabajo en la enseñanza de la danza ha surgido con fuerza en las reflexiones de los artistas. Beltrán y Filomeno son instructoras de ballet clásico —entre otros géneros— que se preguntan exactamente lo mismo: ¿hasta dónde una pantalla puede reemplazar la presencia de un maestro en una disciplina corporal?

“El ballet es altamente técnico y la base debe aprenderse y corregirse con mucho detalle para evitar lesiones y para que luego el avance fluya sin problemas. Las clases a través de una pantalla se tienen que adaptar a cuidar de los alumnos, tomando en cuenta que ya no estamos en un salón de ensayos con un piso pensado para esto. Tenemos que tomar en cuenta que no es lo mismo saltar sobre pasto que sobre cerámica o cemento. Además, sobre todo con niños, hay que plantear una sesión dinámica, fluida y fácil, que puedan seguir y disfrutar”, narra Beltrán, quien es docente de diferentes escuelas privadas y mantiene un proyecto de formación y creación en danza contemporánea junto con Sergio Valencia.

A pesar de los retos, encuentra que el hecho de que esta actividad se mantenga y sea parte de la nueva rutina de quienes aprenden con ella es beneficioso y los obliga a tener más conciencia sobre sí mismos, su cuerpo y lo que los rodea.

El contacto y la presencia es para Filomeno —bailarina que nació en Perú pero que ha hecho su vida en Bolivia desde hace mucho tiempo— algo insustituible, conclusión inicial en la que coinciden todos los creadores de movimiento. Sin embargo, ahora que el espacio que debe haber entre personas no solo se ha ampliado, sino que se va instaurando como una frontera que es mejor conservar, la palabra fortalece lo que puede verse a través de la pantalla. “Las instrucciones tienen que ser más anatómicas, la clase funciona mucho más verbalmente. Antes podían verme hacer un movimiento o yo podía acercarme y ayudar a que quien estuviera practicando se moviera correctamente. Ahora tienen que encontrar las sensaciones correctas en su propio cuerpo”, describe la docente del Ballet Cubano Boliviano, donde enseña a niñas que ya llevan dos años practicando ballet clásico.

Filomeno y la artista Paulina Oña lanzaron el 20 de abril el proyecto Imaginarium, un programa de acompañamiento online para niños, con juegos teatrales y movimiento. Allí el planteamiento es más abierto y los detonadores creativos tienen resultados conmovedores en los niños y niñas. “Es una iniciativa que creamos por el tiempo de la cuarentena. Los niños están mucho más abiertos a moverse y eso ayuda a que se encuentren con su cuerpo. Uno de ellos, por ejemplo, puso una canción de Red Hot Chilli Peppers y me mostró su ‘baile de la felicidad’. Fue un momento muy lindo”

Crear para la pantalla

La creación es el área donde más difieren las experiencias de estos artistas. Adaf Bolivia tuvo que suspender presentaciones de sus elencos, que se tenían previstas para abril y junio, así como un viaje a Rusia en representación de Bolivia. La incertidumbre sobre hasta cuándo permanecerán cerrados los teatros municipales y privados hace muy difícil que se pueda planificar un espectáculo como antes.

“A pesar de que somos la quinta rueda del carro, los artistas han sido los más activos en las redes sociales, transmitiendo diferentes tipos de shows, sin costo. Sin embargo esto puede ser un arma de doble filo, porque estamos acostumbrando al público a la gratuidad. El rito de pagar por ver una obra es un lazo muy importante entre el espectador y el artista”.

Si bien la compañía que dirige Sardón también ha hecho públicos algunos espectáculos, no es una práctica que pretendan repetir. Esperan que las autoridades municipales busquen maneras de ayudar al sector, como por ejemplo comprando las grabaciones de sus espectáculos para difundirlos sin costo y al mismo tiempo darles sostenibilidad económica a los artistas.

Beltrán asume este momento como un espacio alimentado creativamente por la nostalgia. Si bien vio instantes donde las emociones generadas por el aislamiento la abruman, también descubrió que los recuerdos y las ganas de moverse hallan canales para motivarla a bailar.

“Escucho una canción y no puedo evitar comenzar a imaginar. Extrañar se ha convertido en motor para crear. Y el tiempo que tengo ahora me permite alimentarme y aprender de grandes bailarines que están en las redes y que guían el camino para descubrir nuevos movimientos. Por otro lado, suelo trabajar mirándome al espejo, como gran parte de los bailarines, pero como ahora no están, eso me obliga a conocerme más y descubrir otros impulsos que quizá ya estaban ahí, pero que no tenían razón para manifestarse”.

Juan Carlos Arévalo y Elena Filomeno son pareja y pasan esta cuarentena juntos. La experimentación ha sido parte central de su propuesta —Proyecto Border— y para continuar con su quehacer, han transformado su casa en un laboratorio.

“El confinamiento ha puesto en conflicto a todo lo escénico. Cuando se crea con el cuerpo, el contraste entre lo que genera la presencia de público y artistas en un mismo lugar y la virtualidad de la pantalla es muy grande. En definitiva, ver algo por celular o computadora es una experiencia completamente diferente”, desarrolla Arévalo, director, dramaturgo y bailarín, quien está dando un taller de escritura creativa para la escena.

El más grande reto que tienen ahora las artes performativas, define, es que deben aprender a “movilizar sensibilidades desde esta pantalla”, ya que el internet es el medio por el que aún se puede generar encuentros, manteniendo la debida seguridad frente al virus. Para ello, gran parte de los creadores han entrado en un estado activo de experimentación, para descubrir qué herramientas les brinda el mundo virtual, para volver a conmover a quien los mira.

El Ministerio de Cultura y Turismo convocó a representantes de diferentes ramas artísticas a una reunión por Zoom el martes 28 de marzo, tras más de 40 días desde que el sector entró casi en paro completo. De esta primera reunión se esperan medidas que puedan colaborar con un sector que, como recuerda Sardón, nunca ha esperado del apoyo Estatal para rescatar, difundir y alimentar la cultura boliviana.