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‘Room 666’ en 2020, ideas sobre la desaparición del cine

Room 666 es el nombre de un documental que Wim Wenders filmó en el Festival de Cannes de 1982. Lo que hizo el realizador alemán fue instalar una cámara en un cuarto de hotel e invitó a 15 directores que, en una excéntrica soledad, tuvieron que responder a preguntas que giraban sobre la misma temática: ¿Cuál es el futuro del cine?, ¿desaparecerá frente al avance de la televisión y la dictadura de los altos presupuestos?

Este 2020, marcado por la crisis del COVID-19 que ninguno de sus protagonistas podía imaginar ni en 1982 ni hace tres o cuatro meses, nos encontramos, sin embargo, básicamente, con las mismas inquietudes y temores.

La forma de la pregunta es distinta, pero la substancia, el “entrelíneas” es universal; ¿va a poder sobrevivir el cine? El enemigo en ese momento eran la televisión y los altos presupuestos (que fortalecen los blockbusters, las grandes superproducciones, pero dañan el resto del espectro cinematográfico). Hace unos años, el streaming era percibido como el gran rival. Hoy es un fenómeno mucho mayor y de características aterradoras: aquí, en Francia y en Hollywood, el mercado simple y llanamente ha desaparecido y las películas se agolpan en la fila, sin saber cuándo podrán estrenarse.

Es interesante observar cómo la mayor parte de los entrevistados sucumben ante la sorpresa y caen en el desconcierto. Solo un puñado da respuestas interesantes y entre ellos se destaca Godard; para él es un problema que las pequeñas películas estén desapareciendo frente a la tendencia de la industria a encarar solo grandes producciones, pero uno mayor, por su fuerza expresiva, es el de la publicidad, que atiborra al espectador de momentos culminantes. En las tandas publicitarias “se ofrece múltiples clímax de Potemkin, pero sin las dos horas de respaldo de Potemkin”, dice el suizo–francés.

Y si pensamos en el atiborrado contexto de “efectos especiales” producidos merced al abaratamiento de la tecnología en nuestros tiempos, amén de la sobresaturación publicitaria, no nos queda más que seguirle dando la razón. Y hoy, en este 2020, podríamos añadir que dado el “tiempo” de lo virtual y las redes, la capacidad de atención del espectador medio ha caído notablemente; clímax y más clímax y cada vez menos contenido.

Varios de los otros entrevistados vuelven sobre el tema: ¿la estética de la televisión se comerá a la del cine? Como han pasado treinta y tantos años de la realización de dicho documental y se puede decir que ya hemos superado los embates más fuertes (y en algún caso definitivos) de la videocasetera, la televisión por cable, el DVD y ahora el streaming, sabemos categóricamente que no. A pesar de que en muchos casos el principal vehículo de difusión de los filmes se da en la TV o el video casero, el encuadre para la gran pantalla no representa ninguna desventaja; igual las películas se consumen y su capacidad de rating sigue enfrentando sin problemas a los mejores productos hechos específicamente para la televisión.

En ese sentido podemos tomar las palabras de Herzog, cuando dice que el cine posee una fuerza expresiva superior a la de la TV: “Tiene la capacidad de expresar mejor la vida”. Y si le damos la razón, podríamos concluir que también tiene la capacidad de atravesar las limitaciones de cualquier vehículo de difusión. Otra cosa es que como todo arte vivo, tienda a reinventarse y a dejarse influir periódicamente por otras formas expresivas; por el teatro y la misma radio en determinados momentos y por la televisión y sus descendientes en otros.

Paul Morrissey, el “operador” de Andy Warhol por mucho tiempo, da otro criterio complementario. En un inusual ataque al cine de autor, afirma que en realidad el medio está muriendo porque ha abandonado a los personajes y por tanto carece de vida. “Hay más vida en los Talk show, que en las películas”, proclama, y culpa por ello a los directores y a la fotografía que han ocupado el rol primigenio que antes le correspondía a las historias.

Spielberg se preocupa por los presupuestos. “Una producción importante costaba ocho millones hace un tiempo, hoy no se puede hacer una película de ese alcance, por menos de 27”. Seguramente el director no podía imaginar en ese entonces las “medias” que hoy llegan a los 100 millones de dólares y que en ocasiones trepan hasta los 200.

Son temores de hace casi tres décadas, pero que en la práctica no han hecho más que desmentirse.

Es verdad que la tecnología ha dado saltos impresionantes, pero ellos no han hecho más que facilitar el acceso masivo a las herramientas creativas de la imagen en movimiento. Por su parte, las grandes producciones de Hollywood elevaron hasta las nubes sus costos, merced a una atropellada carrera inflacionaria, pero en contrapartida ha aparecido el digital para posibilitar un cine de bajos presupuestos. En realidad podríamos decir que nuestra situación es mucho mejor que la de los 80, 70 e inclusive 60 en cuanto a posibilidades de realizar un cine independiente de grandes capitales.

La pregunta clave, entonces, en estos momentos vuelve a ser: ¿va a sobrevivir el cine a la pandemia? ¿Qué ocurrirá si las salas tienen que ser abandonadas por uno, cinco o más años y las películas no tienen dónde estrenarse? Podemos especular mucho, pero la respuesta a la primera pregunta es siempre: sí. El cine no va a morir porque se ha convertido en una forma básica de la expresividad social. Seguramente seguirán cambiando los formatos y es seguro que la pandemia nos obligará a cambiar nuestros hábitos de producción, pero en realidad tampoco se trata de un fenómeno completamente nuevo.

En 1945, los cineastas italianos se encontraron con que la guerra había destruido sus estudios y al filmar en las calles comenzaron eso que luego se denominó como Neorrealismo. Es el momento de retomar la célebre frase de Glauber Rocha: “El cine es una cámara en la mano y una idea”, a lo que quizás podríamos añadir en estas épocas de encierro obligatorio: “también una editora y un amplio banco de imágenes para empezar a trabajar”.