A veces, raras, el presente se aparece, exige ser registrado, pide alzar la cabeza. Así, mientras estábamos aguardando que este libro saliera a la luz, el presente histórico nos sorprende con una crisis político-social en el país, en octubre de 2019, y otra epidémica que involucra el planeta entero, en 2020.

Es una ironía pensar las formas de medir el tiempo, hoy, en una aparente interminable cuarentena; ironía, también, haber puesto en contacto, vía algunos poetas referidos, modos de sobrevivencia y de aceptación de nuestra finitud, leyendo en ella inicios y latencias antes que tragedias. No se sabe si es la palabra la que, profética, ve venir algo y lo pone en papel o si es el tiempo mismo, quien, galante, se siente convocado y se nos revela como tal, siendo. Generalmente, el presente se nos escapa, menos cuando duele, menos cuando goza. Nos interrumpe hoy el apremio de ciertos marcos inéditos en nuestra vivencia; ojalá y en este instante de suspensión sean muchas las imágenes y las palabras y los silencios desde los cuales de nuevo se pueda comenzar, aunque todo esté ya hecho y ya dicho.

El tiempo del desamparo donde habita la escritura puede dar luces a ciertas sombras del miedo y del desconcierto actual. Saber habitar la contradicción, la espera, el salto hacia otra cosa, la interrupción en nuestros afanes… no le es ajeno. Y no hay en ello lección alguna, más bien un poco de aire y un poco de cobijo para saber que todo pasa, y que en ese fluir, no será del todo negativo un tiempo de no comprender, de empezar, por tanto, a crear y a creer, a pensar.

Decimos que el tiempo pasa; aunque bien podríamos reconsiderar esta fórmula así: ¿No somos nosotros los que pasamos? Quisiéramos girar copernicanamente nuestra instalación en el propio seno de su torbellino. ¿Cómo sería posible darle vueltas a las preguntas mismas? Si el tiempo naturalizado se comporta como un tejido tupido y compacto, ¿no valdría la pena correrle el punto a este tejido? Y, así semi-destejido, de lo lleno se podría levantar una apertura hacia fuera de su regularidad. La apertura que representa el destiempo, aquí triplemente abordado. Éste sería lo que sobreviene, a veces, apenas como un parpadeo que no siempre advertimos; en otras, como una desconfiguración en la sincronía de los múltiples procesos funcionales que impulsan a resituarse y a reelegir los instrumentos de la acción. En cualquier caso, el trastorno del tiempo, como un modo de sobrepasar la idea de que es una mera cosa de la que preguntarse, es lo común que a los tres textos los ha llevado, a cada uno, a insertar sus propias preguntas en los propios objetos o ámbitos de interrogación.

Aunque veníamos largamente intentando apresar conceptualmente un cambio de época, esos intentos se enfrentaban a la aparente continuidad en las condiciones habituales de existencia e, incluso más para nosotros en Bolivia, de ciertos ordenamientos políticos y sociales de la vida en común. Tal apariencia parecía desautorizar a dichos intentos. Lo cierto es que bajo esa tonalidad es que estos tres textos fueron escritos, hace tres años. Lo recordamos como si se tratara de un mundo ya desvanecido. De algún modo, fueron escritos a sabiendas de que remontaban el peso inercial de una habituación sobre ciertos contenidos del pensamiento y, sobre todo, de ciertas maneras de pensarlos. Si por fatiga o no, lo cierto es que esa configuración reciente ha sido interrumpida a muchos niveles, algunos de ellos visibles y otros que no podrían nunca serlo —y, por tanto, permanecerán indefinidamente debatibles—.

La experiencia temporal del presente en el que finalmente estos textos se editan, es totalmente otra que la del momento de su creación y redacción. Coincidimos los tres autores en que una suerte de corriente de inquietud ha despertado y recorre —desconfigurando inesperada e interiormente la inercia de largos hábitos— la envoltura del planeta entero en una inusual concomitancia. Algo que nos ha venido a interceptar, no solo en lo más cercano sino también en lo más lejano; más bien, que hace desembocar lo cercano en lo lejano y viceversa, a una escala inédita para nosotros.

Sin embargo, apuntamos la precaución de no tomar a los propios acontecimientos, cualesquiera que sean y del signo que fueren —aunque pudiera verificarse cierto movimiento de réplica entre los mismos— como aquellos indicadores que nos dan el tiempo presente. Al contrario, quisiéramos propiciar la alternativa de que tomemos al propio tiempo presente como aquello que ha venido a presentarse, en y entre nosotros; como aquello que ha puesto, de un modo no anticipado, en desacostumbrado movimiento al engranaje articulado de los innumerables sitios y grados con que nos damos cita los unos con los otros. De tal modo que, postulamos, no podríamos venir al tiempo orgánico de un encuentro —y lo diésemos por algo dado—, si no fuera porque los encuentros mismos (tanto los logrados como los equívocos), y entre todos ellos, como una inmensa y multiforme constelación, nos han dado la apertura del tiempo, al modo de un presente —valga reutilizar el término pero de otra manera—. Al modo de un don; vale decir, de lo inesperado que centellea al chocar con el orden de lo previsto,de lo envuelto que sale de sí y sobrecoge al afecto de su recepción.

Con lo ocurrido en estos meses a la espalda y con lo que implica en la percepción de la propia temporalidad, la sensación que nos embarga a todos es probablemente la del tiempo que le da a uno alcance y deja una huella tan honda que es aún difícil de dimensionar; surge entonces, con el pasmo, un palabrerío propio del horror vacui o el silencio. En ese escenario existe la tentación de poner entre paréntesis o, de plano, de dejar de lado todo quehacer y preocupación previos como si fuesen parte de una prehistoria sobre la que ya no tenemos nada que hacer y cuyo peso actual es nulo. Contra esa tentación optamos por sostener lo pensado, lo dicho —siempre provisional e inconcluso— por cada uno, entre los tres, en conjunto, lo cual equivale a reconocer que ya no somos quienes fuimos, aun siéndolo.

Fernando van de Wyngard, María Soledad Quiroga, Mónica Velásquez: – literatos