Que las mujeres tenemos ante nosotras una serie de obstáculos que superar a diario para autorrealizarnos y, en muchas ocasiones, solo para sobrevivir, es un hecho constatable a nivel planetario. En el momento en que intentamos salir del ámbito reproductivo para contribuir en el espacio público —aquel foro donde podemos transformarnos en altavoz, donde dialogamos y proyectamos futuro— muchas voces nos dicen —algunas veces sin reparos y otras de forma sutil— : “tu lugar está en casa, gestando y pariendo, vuelve allí”, “si te quedas aquí, además, no te lo pondremos fácil”. En el Parlamento afgano, por ejemplo, cuando intervienen las mujeres, los hombres silencian los micrófonos automáticamente. En este contexto, el silencio opera como una forma más de abuso del que tiene el poder. Aquel que puede hacer que el resto de la población se calle.

“Tu silencio no te protegerá. Lo que se calla no existe”, afirmaba Audre Lorde; destacada poeta feminista afroamericana y activista por los derechos civiles. En el ámbito literario, además, una actividad que requiere de un tiempo prolongado de soledad, de reclusión, tampoco basta con tener una habitación propia como reivindicó siempre Virginia Woolf; sino ir más allá: nombrarnos, porque si no lo hacemos, no existimos; y alzar la voz tantas veces como haga falta. Visibilizarnos. Si callamos y no escribimos, ¿quién narrará nuestras historias? ¿qué legado quedará de nosotras? ¿cómo permitiremos que lo universal también sea femenino?

Rebecca Solnit Foto: Rebecca Sapp/WireImage.

Rebecca Solnit: el silencio tiene género

Rebecca Solnit (Connecticut, EUA,1961), escritora e historiadora con más de 20 ensayos publicados, es una de las voces actuales del activismo estadounidense. En sus escritos trata temas tan variados como el feminismo, el medio ambiente, la política o el arte. En The mother of all questions (2017), una colección de ensayos feministas, analiza cómo se silencia una vez tras otra a las mujeres. La autora subraya: “La historia del silencio es central en la historia de las mujeres. Ese silencio es la condición universal para la opresión. Es el enemigo de la presencia y del testimonio”. El silencio vulnera los derechos humanos, ya que define el statu quo y a quien se escucha y a quien no. El silencio es la condición histórica de la violencia ejercida contra las mujeres. Es la violencia que brota del rechazo a la voz, y a lo que esta implica; “el derecho a la autodeterminación, a la participación, a consentir o disentir, a vivir y participar, a interpretar y narrar”. La voz, lo opuesto al silencio, para Solnit, es la herramienta que facilita la creación de un espacio de participación y acción.

Para explicar cómo llegó a las conclusiones arriba expuestas, la escritora toma como punto de partida dos experiencias vividas en primera persona. La primera, la presentación de un libro suyo sobre política, cuando el periodista británico que la entrevistaba insistía en que hablase sobre su decisión de ser o no ser madre. La postura incrédula del periodista parecía juzgar que Solnit no tuviese hijos y, además, ignoraba o relegaba el verdadero motivo para escuchar a la escritora:  la presentación y el contenido de su libro. La segunda, una conferencia en la que Solnit disertaba acerca de la figura de Virginia Woolf. Durante el turno de preguntas final al público le interesaba más divagar sobre si Woolf debía haber tenido hijos que la obra prolífica de la escritora inglesa.

En ambos casos se mostró menosprecio y descrédito a Rebecca Solnit al tratar de enmudecer lo que ella podría haber dicho o defendido y su aportación profesional en el ámbito intelectual. Esta es una pequeña pero significativa muestra del silencio impuesto a las mujeres durante siglos. “Si nuestras voces fuesen aspectos esenciales de la humanidad, que se nos convierta en personas sin voz es deshumanizarnos o excluirnos de nuestra humanidad. Asimismo, si redefinimos qué voz es escuchada, redefinimos nuestra sociedad y sus valores”, apela la autora.

Para Solnit, es esencial visibilizar y denunciar la violencia oculta y las humillaciones cotidianas, como también hacer audibles y creíbles las voces de las personas que sufren, como las mujeres. Pensemos que el silencio también condena al ostracismo y a la impotencia. No ser capaz de explicar nuestra historia es una muerte en vida y, a veces, en el sentido literal. “Las historias te salvan la vida. Las historias son tu vida. Somos nuestras historias”. Tan imprescindible es alzar la voz, como hacerlo de forma colectiva, uniéndose en solidaridad, apoyo y consejo. El autocuidado y protección deberían ser un sine qua non.

Para acabar, Solnit pone el foco en la escucha. ¿Qué cuerpo y qué vida se escucha cuando se pone el oído? Insiste en que no se trata solo de ocupar el espacio acústico y pensar probabilidades de presencia a partir de la ruptura con el silencio. Escuchar supone salir de la propia experiencia y no esperar que aquello que rompe con su silencio se adapte a nada de lo preestablecido por tal experiencia.

Joanna Rus. Foto:wikimedia. org

Joanna Rus: cómo silenciar a las mujeres escritoras

Joanna Rus (New York, 1937-Tucson, 2011) fue una escritora y ensayista estadounidense especializada en ciencia ficción. Feminista y de las primeras autoras en declarar su homosexualidad. En una de sus obras más famosas, El hombre hembra, retrata una sociedad en la que no habitan los hombres y donde la protagonista viaja a través de pasados reales, conociendo otras compañeras y mostrando la desigualdad entre géneros.

El ensayo que nos atañe de Russ lleva por nombre Cómo acabar con la escritura de las mujeres, publicado en inglés en 1983, y editado en español en 2018 por la editorial Dos Bigotes. Russ destaca que la cultura literaria todavía sigue dominada—válido tanto en la década de los 80 como en la actualidad— por un pequeño segmento de la población: el hombre blanco heterosexual. En esta investigación, la autora analiza las estrategias que se utilizan para silenciar a la mujer en el ámbito literario. Veamos algunas de ellas:

  • Las prohibiciones: desde las “informales”, como la falta de acceso a los materiales o a la formación, hasta la prohibición moral, o —si la mujer escribe—, una mayor exigencia para poder dedicarse a la literatura. Russ recuerda, por ejemplo, cómo el factor tiempo es determinante para dedicarse a la escritura. Menciona a la escritora Tillie Olsen, mujer de clase obrera, y de su triple carga; la familiar, el trabajo fuera de casa y la escritura.
  • La negación de la autoría de una obra: Acusar de haber contratado a un hombre para escribir su obra, afirmar que fue “un medio transparente a través del cual pasaban las ideas de aquellos que estaban a su alrededor”; asegurar que “el hombre que llevaba dentro la escribió”. Russ destaca Emily Brönte y su obra Cumbres borrascosas (1847). Este clásico de la literatura universal occidental se editó como obra anónima. Los críticos literarios la consideraron excepcional y presupusieron que tras ella estaba el ingenio de un autor hombre y prometedor. En 1850 la segunda edición rebeló la autoría de Emily Brontë y la crítica cambió de inmediato de opinión. De «obra poderosa» y «realismo brutal» se pasó a denominar como «novela de amor distorsionada». Es decir, si el libro hubiera sido escrito por un hombre hubiese sido considerado como una obra maestra, pero como lo escribió una mujer resultaba escandaloso y repugnante.
  • La mala fe. Parece ser que existe una conspiración consciente. La ignorancia no es mala fe, pero perseverar en ella sí que lo es; asegura Russ.
  • El ninguneo de la obra o de la autora: Russ se cuestiona lo siguiente: “Así que lo escribió, ¿pero debería haberlo hecho?”. Tiene que ver con la idea de que cuando las mujeres crean, hacen el ridículo, son indecentes, anormales, neuróticas, desagradables u odiosas. A partir del siglo XX esto se transforma: aparecen los descalificativos físicos, morales y sexuales.
  • El aislamiento de la obra de la tradición a la que pertenece y presentarla como “anómala”.
  • El doble rasero literario: Una estrategia bien potente y también la más inocente: considerar de más valor e importancia un conjunto de experiencias que otras. Una guerra es importante, un embarazo no. Se permitía a las mujeres—si escribían—, ser muy moralistas, pero no que expresasen opiniones o fuesen atrevidas.
Luna Migue. Foto: colofonrevistaliteraria.com

Luna Miguel: recuperando la memoria de las escritoras hispanohablantes

“Soy analfabeta. ¡Cómo podría publicar esta obra! ¡Qué editorial lo recibiría! Creo que sería imposible, a menos que suceda un milagro. Creo en los milagros”. Silvina Ocampo.

Para acabar, visitaremos la obra de Luna Miguel El coloquio de las perras (2018). Luna Miguel (Alcalá de Henares, Madrid, 1990) es escritora y editora. En este ensayo reivindica la vida, obra y pensamiento de doce escritoras hispanoamericanas, la mayoría de ellas de la época del boom latinoamericano. Este movimiento literario de la década de los sesenta y setenta hizo aflorar los nombres de algunos escritores jóvenes latinoamericanos a nivel internacional: Gabriel García Márquez o Carlos Fuentes, por ejemplo. Ninguna mujer formaba parte de aquel famoso movimiento. ¿Dónde estaban las escritoras entonces?

Desde la rabia, el deseo de hacer justicia y la necesidad de búsqueda del árbol literario para tomar como referencia, Miguel presenta el catálogo de ausencias de las escritoras como Pita Amor, Rosario Ferré o Elena Garro. Cada una contiene una historia desgarradora, trágica en la mayoría de los casos. Miguel logra transmitir la rabia y el deseo de hacer justicia con unas mujeres cuyas vidas han sido construidas desde la resistencia y la opresión.

Encontramos muchos nexos entre Russ y Miguel; ambas investigan y analizan con profundidad el porqué de los silencios de la mujer en el ámbito literario. Sin embargo, lo hacen en dos espacios diferentes. La primera, se sumerge en el contexto anglosajón; la segunda, el hispanoamericano.

De Elena Garro (Puebla, 1916-Cuernavaca, 1998), madre del realismo mágico, Luna Miguel cuenta cómo Octavio Paz—también escritor y exmarido de Garro— fue su mayor censor. Marginó sus poemas y le prohibió la poesía y el desarrollo de todo su talento. Patricia Rosas, periodista mexicana, acudió al testimonio de la hija de ambos; Helena Paz Garro, quien le ofreció las siguientes palabras y recuerdos: “Mi papá le prohibía escribir todo. No solo poesía. Todo. No la dejaba expresarse. Recuerdo que un día yo lo fui a ver y que la dejara expresarse. Y él me preguntó: «¿Crees que así se le quite la locura? Yo le repliqué: «La locura no, porque mi mamá no está loca, lo que se le va a quitar es la depresión».” Se repite la prohibición, el maltrato, la negación a la voz y a la palabra de la mujer. ¡Cuánta violencia y misoginia!

La escritora española también nos presenta a Rosario Ferré (Ponce, Puerto Rico, 1938-San José, 2016). De hecho, Miguel toma prestado como título El coloquio de las perras, título de una obra de Ferré; obra con la que quería demostrar que se podía construir un ensayo mezclando un realismo mágico tardío o surrealista junto a una crítica literaria. En ella, además, se mofa de los ladridos de Octavio Paz, García Márquez, Carlos Fuentes, Julio Cortázar o José Luis Borges. Sobre el escribir, Ferré clama: “Escribir es para mí un conocimiento corporal, la prueba irrefutable de que mi forma humana (individual y colectiva) existe y a la vez un conocimiento intelectual, el descubrimiento de una forma que me precede.”

Por su parte, Pita Amor, (Ciudad de México, 1918-2000) poeta comparada con Sor Juana de Inés de la Cruz. Poeta condenada al olvido. Según su sobrina, la también escritora Elena Poniatowska, fue “la poeta más polémica de México”. Recibía críticas desmesuradas a las que ella respondía con contundencia. Se silenció aún más cuando dejó de hacer apariciones públicas o de asistir a recitales y fiestas, tras la muerte prematura de su hijo, cuando este tenía un año y siete meses. Posó para Diego Rivera, fue colega de Salvador Dalí, Frida Kahlo. Mantuvo amistad con otras poetas, como la escritora chilena Gabriela Mistral. 

Aurora Bernárdez (Buenos Aires, 1920- París, 2014). Escritora y la mayor traductora literaria de Argentina. Nabokov, Camus, Faulkner, etc. fueron algunos de los autores que tradujo. Siempre quiso pasar desapercibida. Se le concedió una única entrevista, en la que el tema de conversación fue la obra literaria de su compañero sentimental, Julio Cortázar. En realidad, como en el caso, por ejemplo, de Elena Garro junto a Octavio Paz, Bernárdez no “existía” sin estar acompañada del nombre de Cortázar.

Agustina González (Granada, 1891- Víznar, 1936). Gran lectora, pensadora, artista plástica, escritora de teatro y ensayo y políticamente activa y feminista, pionera en adoptar las teorías de las sufragistas inglesas, a favor de la concesión del voto a las mujeres. Fingía locura. En verano del 1936, las fuerzas falangistas la condenaron a fusilamiento por transgresión. La mató el mismo asesino del poeta granadino Federico García Lorca.

González era una vergüenza para los suyos; “loca”, la llamaban. Sin embargo, argumentaba que su “locura” era producto de “la ignorancia de los otros, esa vergüenza ajena”, que provocaba en los más cercanos. Tenía una creatividad y un espíritu libre e independiente, que desentonaban con la Granada conservadora e inmovilista de la época. Incluso en 2019, no se sabía nada del paradero de sus restos, quedando más en el olvido, si cabe. Sus obras eran más bien ensayos y reflexiones muy personales y propuestas aplicables a todos los ámbitos de la vida social y política. Criticaba a los políticos corruptos, llamaba al despertar de la conciencia de clases, etc. Tenía una visión de futuro, incluso de predicción de lo que iba a pasar. Agustina fue precursora de las viviendas de protección oficial, de la moneda comunitaria y de la escritura abreviada —“eskritura futurista”—que se utiliza en mensajes de texto actuales.

Las de arriba son algunas mujeres a las que Luna Miguel homenajea y rescata de la memoria. Acompaña todos los textos con cartas dirigidas de forma individual a cada una, en las que expresa su admiración, debate con ellas, e incluso se culpa por no haberlas conocido antes.

Audre Lorde, decía que romper el silencio es un acto de valentía y de creación. ¿Qué podemos hacer con el poder de la palabra? Camila Sosa Villada (La Falda, 1982), escritora argentina recién galardonada con el Premio Sor Juana Inés de la Cruz 2020 por su obra Las Malas, reclama la importancia de dar voz a las mujeres que la han acompañado en el camino. Escribir desde la memoria, como acto de reconocimiento, acto político y acto de amor. Así es como Luna Miguel recompone la historia de las voces de mujeres escritoras hispanohablantes que fueron, por encima de todo, ejemplo de coraje y cambio.

Es urgente romper los silencios, reapropiarnos de los tiempos y espacios perdidos u ignorados por quienes ostentan el poder en nuestras sociedades. Es una acción que debemos hacer de forma masiva y determinada. Recuperar la memoria, escribir nuestro presente y construir caminos nuevos donde nuestra voz no se vuelva a ignorar.