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Maradona y la muerte de dios

Hace algunos años se agudizó lo que en Argentina se conoce como ‘’la grieta’’, la discordia entre ricos y pobres o —más bien— entre la ideología de derecha y la de izquierda, entre otras cosas por la fuerza que cobraron los medios de comunicación masivos y la tecnología en general, a través de software, trolls y bots en sitios de internet y redes sociales.

Esto fue una tendencia mundial pero en los países subdesarrollados la violencia se acentúa por las circunstancias de carencia, el endeble pensamiento crítico de algunos sectores de la sociedad y el uso y abuso de esto último por los intereses implicados, dando lugar a fake news y todo tipo de encasillamientos violentos de uno y otro bando. Hoy, en una guerra tácita, mucha disputa pasa por los contenidos y la puja voraz para quedarse con el visto bueno de los ciudadanos que conforman una mayoría de votantes y de consumidores. Pero cuáles son los intereses de las ‘’mayorías’’ hoy? Qué conforma la cultura e identidad de una nación en un mundo globalizado?

La identidad argentina ‘’for export’’ y el ‘’crisol de razas’’

Todos los argentinos que nacimos en los años ‘70 recordamos que cuando viajábamos nos sucedía algo particular en relación al nombre del jugador de fútbol, Diego Armando Maradona: cuando respondíamos a la pregunta ‘’de dónde éramos’’, nos replicaban la siguiente ecuación: ‘’Argentina = Maradona’’. Para muchos de nuestros padres esto no era divertido porque mostraba que el fútbol era lo único que se conocía de nuestro país en el mundo. Y así fue como, de hecho en otro país, yo me enteré de que eso era el apellido de un futbolista. Tendría unos ocho años y más tarde tendría que terminar de averiguar también qué era el fútbol. 

Yo era una niña y como muchos argentinos, en esta nación definida a menudo como ‘’crisol de razas’’, era hija de una madre argentina y, a falta de uno, en mi caso de ‘’dos’’ padres extranjeros, al ser uno el de sangre y el otro con quien me crié. El primero era un español enamorado de América Latina y Argentina que renunció a la ciudadanía española para naturalizarse por opción. Abogado y peronista, con una fuerte vocación de servicio social, luego de que el gobierno de facto le sustrajera el cargo de juez, se fue a la selva a trabajar por los pueblos originarios y ‘’la patria grande’’. Podría no haber tenido el menor interés por los deportes pero lo tenía con creces, creo un importante club y decenas de torneos. Le gustaban la natación y el deporte de pelota a paleta —o tenis criollo— y el frontón. Y por otro lado el ajedrez. No jugaba ni miraba fútbol televisado. 

Por su parte, el padre que me crió era un militante internacional de izquierda nacido en Bolivia, que vivió en ese país y nueve más, lo que incluye Uruguay, Cuba, EE.UU., Chile, Brasil, Venezuela, Colombia, Argentina y Ecuador. Había estudiado matemáticas y era un experto en informática, un trosko amante del buen whisky y los puros cubanos, que hablaba ocho idiomas, incluido un perfecto ruso. En su juventud practicó natación y judo, tampoco jugaba ni miraba fútbol televisado. 

Como es claro, ni mi padre peronista ni el trotskista eran de clase alta, pertenecían al grupo social que por esos tiempos se definía como de los ‘’intelectuales’’, que si bien era una minoría en relación a la totalidad de habitantes, no era una minoría pequeña, conformando buena parte de la clase media. No porque para ellos estuviera mal ni porque fueran ricos, simplemente por tener otros intereses, ni ellos ni sus amigos jugaban o miraban fútbol. Y así yo, la mayor de dos hermanas, crecí sin que me rodeara nada relacionado a este deporte. 

Naturalmente no fui la única y, en efecto, una amplia porción de mis colegas directores y actores teatrales no tenían interés en el fútbol, cosa que expresaban abiertamente, ensañándose especialmente con los partidos de los domingos que complicaban el público de las obras que corrían ese día. Al menos así había sido hasta el miércoles 25 de noviembre de 2020, día en el que sus gustos e intereses parecieron haber cambiado.

 

La muerte de Dios

Algo sucedió ese miércoles en Argentina, cuando falleció Diego Armando Maradona. El país se tiñó de negro pero no en mero luto por el exfutbolista, sino en una especie de extraña guerra civil de contenidos, que con el velatorio oficial del cuerpo en Casa Rosada casi se traslada al espacio físico. Intolerancia, odio de clases y autoritarismo: la muerte de Maradona había sido tomada como bandera ideológica ‘’del pueblo’’ en contra de ‘’los ricos’’ pero en donde ‘’los ricos’’ en un fanatismo ciego que yo jamás había visto, eran cualquier persona a la que no le interesara el fútbol, porque el fútbol era el deporte ‘’del pueblo’’.

Con casi la totalidad de comunicadores, artistas y gestores culturales a favor, la ecuación era esta y solo esta y nada que pudiera asemejarse al pensamiento crítico tuvo lugar por los próximos tres días. Todo aquel que no homenajeara al jugador corría peligro de recibir un carpetazo (concepto de inteligencia por el que se investiga a una persona con el objeto de encontrar errores de su pasado para utilizarlos en su contra) y se generó una escisión en el feminismo al aparecer un colectivo para el cual, aparentemente, si se trata de alguien por quien se siente ‘’pasión’’ se perdona el comportamiento machista, de abuso de menores y el maltrato de género. Desde las redes sociales se imponía hacer ‘’silencio’’ a quienes no hablaran a favor de Maradona y así, ante semejante movimiento social no era posible siquiera opinar, porque ese movimiento pertenecía a las mayorías, las minorías ya no tenían voz. Y por esos días, sí que se dio la muerte de todo Dios en Argentina.

El deporte ‘’del pueblo’’. El derecho a la identidad

Los que por distintas razones no estaban pregnados de esta especie de ira sentimental, intentaban aclarar que ‘’Maradona’’ no era Dios, que además de machista fue un adicto grave y que no era ningún ejemplo a seguir, lo que generó una indignación en los fanáticos del jugador que aludían a que también había habido otros ídolos que no eran ‘’perfectos’’. Pero la cuestión no era la imperfección de Maradona, no se trataba de despojar de su dios a nadie sino de rechazar la imposición de que fuera el dios de todos. Desde el alma de nuestra constitución, incluso si una práctica religiosa pertenece a la mayoría se debe respetar a las minorías, sin excepción y por eso el estado no puede disponer de los bienes y el tiempo común en la práctica de un único credo.

Por otro lado, los colectivos con sus gustos e intereses, no se pueden adjudicar el mote de ‘’pueblo’’. Ni las empresas o políticos que buscan englobar y etiquetar los intereses de la ‘’mayoría’’ de los votantes y consumidores para ofrecerles productos y servicios, como los canales de televisión, que se relamían transmitiendo historias sensibleras sobre el futbolista con el objeto de conmover al telespectador para pasarles publicidades en los intervalos. Doña Rosa, a quien no le interesa el fútbol pero le gusta la cocina, pertenece al pueblo. Don Luis, que ama las bochas y nunca le gustó el fútbol, pertenece al pueblo. Nazarena, que no practica ni mira fútbol y vino desde Salta con una beca a Buenos Aires para dedicarse al karate, pertenece al pueblo. Y también pertenece Federico, parte del colectivo LGTB, a quien personalmente el fútbol le parece agresivo y es bailarín de ballet. El ‘’pueblo’’ son todas las ideologías, todos los deportes y todas las artes.

El movimiento de masas. La historia de la humanidad

En todo caso parece importante recordar el arrastre centrífugo que es capaz de lograr una mayoría ardiente y fervorosa convencida de que pelea por ‘’el bien de la humanidad y la justicia’’ no importando si esa ‘’justicia’’ se logra acallando al que piensa diferente, avalando maltratadores de nuestro propio bando o asesinando opositores como los dictadores a lo largo de toda la historia, en tanto haya un sentimiento nacionalista de unión y pertenencia. Porque si entendemos este modo de operar en la emoción humana, quizás podamos perdonarnos por tantas atrocidades que cometimos en pos de este ‘’sentimiento’’. O quizás tengamos todavía que aprender a frenar y reflexionar, con frenos más potentes y reflexiones con pensamiento más crítico, con el objetivo de que si hay una deidad en nuestras vidas, no se nos muera con cada fallecimiento de un jugador de fútbol, básquet o judo.