Vivir bien
Hoy celebrarán quienes tienen trabajo; pero mu-chos para no pensar en su salario
¿Cuántos trabajadores del sector público celebran, felices, el 1 de mayo? Hace años que las noticias solamente reflejan la desazón de los funcionarios estatales cada vez que toca celebrar el Día Internacional del Trabajo. Porque celebrar es el verbo frecuentado por los periodistas en esta época y, en verdad, la mayoría de los celebrantes se limita a la obligada fiesta de amigos o colegas, catalizadora del estrés de los que se pasan la vida estirando como pueden su sueldo para llegar a fin de mes.
Corren tiempos difíciles, de una crisis que la macroeconomía se obceca en solapar detrás de las cifras ilusorias de las Reservas Internacionales Netas, las mismas que duermen en cajas fuertes y nunca sirven para aminorar el devaluado bolsillo del ciudadano común.
Este 2010, la calculadora de quienes manejan la chequera se ha estancado en cinco por ciento. Es lo que han definido como incremento, algo más de 32 bolivianos para el salario mínimo nacional que actualmente es de Bs 647 y que subirá a Bs 679,35. «Hemos sumado la cantidad de salarios por año y hemos comparado las cifras con la tasa de inflación», explicó el ministro de Obras Públicas, Wálter Delgadillo. Según el vicepresidente Álvaro García, el aumento de 5% «es lo que puede hacer el Gobierno». Sobre todo porque el dinero hay que invertirlo en producción, en crear fuentes de trabajo, se ha dicho. Y parece lógico: no será sumando salarios que se evitará que miles de personas carezcan de un ingreso fijo.
Pero de inmediato surgen las inevitables comparaciones: no hay dinero para salarios, pero el Gobierno sí puede pagar 300 millones de dólares para satélites, dispone de recursos para organizar cumbres planetarias, puede…
Para justificar el incremento, se suele apelar al fácil expediente de compararlo con el índice inflacionario; siendo justos, la referencia —menos falaz— debería ser el poder adquisitivo en relación con la canasta familiar.
Entretanto, la mayoría de los bolivianos aguardan por vivir bien. Todavía conservan la esperanza. Pero, como se ve esta vez, muchos, aun de quienes tienen la suerte de estar empleados, comienzan a expresar su descontento con la marcha de las cosas. Se puede argumentar que es poco tiempo el que se ha tenido para cambiar un sistema que beneficiaba a unos pocos, pero de eso se trata gobernar: dar señales, sí; pero en algún momento concretarlas. Porque el hambre no espera.