El pasado 11 de septiembre se cumplieron 50 años desde que el general Augusto Pinochet, con el apoyo del gobierno de Estados Unidos, orquestó el bombardeo a La Moneda para derrocar al presidente Salvador Allende, tras lo cual inició una dictadura que se extendió durante 17 años (1973-1990), en los que se perpetraron múltiples violaciones a los derechos humanos con más de 3.200 ejecutados y más de 28.000 personas torturadas. El papel que jugó la administración estadounidense para financiar y coordinar acciones directas en el golpe de Estado en Chile es elocuente.
Material desclasificado que recopiló el estadounidense Peter Kornbluh —director de los proyectos de documentación sobre Chile y sobre Cuba del National Security Archive— revelan una reunión clave el 12 de septiembre de 1970 entre Henry Kissinger (asesor de seguridad nacional de Estados Unidos) con el director de la CIA, Richard Helms, en el que se habla de la preocupación que comparten con Agustín Edwards, dueño del diario El Mercurio, por el futuro político de Chile.
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Recordemos que, en las elecciones del 4 de septiembre de 1970, en plena Guerra Fría, ningún candidato obtuvo la mayoría absoluta y, por lo tanto, con base en la Constitución de 1925, el Congreso chileno eligió entre los dos más votados.
Un acuerdo entre los demócratas cristianos del presidente saliente, Eduardo Frei, y la izquierda —que, desde 1969, dio origen a la coalición de Unidad Popular (UP), a instancias del Partido Socialista y el Partido Comunista— desembocó en la victoria de Salvador Allende, cirujano y político socialista: con una mayoría relativa de solo el 36,6% de los votos sobre los candidatos de derecha y democristianos.
Tres días después de que el socialista Allende asumiera el poder, su homólogo estadounidense, Richard Nixon, declaró que Chile era su principal preocupación, ya que Estados Unidos no podía permitir que el ejemplo se propague en su “patio trasero” sin consecuencias.
El proceso de desarticulación institucional de Chile, organizado desde la Casa Blanca, comenzó entonces con más fuerza. A través de una financiación gigantesca, Washington utilizó a la burguesía y a los terratenientes, a algunas grandes multinacionales y a las Fuerzas Armadas, entrenadas en las escuelas de tortura norteamericanas, señalan los documentos desclasificados.
Chile, jaqueado entonces por la inflación y la falta de alimentos provocadas por el complot de empresarios, se adentraba así en una dictadura de 17 años que dejó miles de muertos y desaparecidos, una economía privatizada y una brecha insalvable entre críticos y defensores del régimen militar.
A fines de agosto, una delegación de congresistas demócratas, conformada por Alexandria Ocasio-Cortez, Misty Rebik, jefa de Gabinete del senador Bernie Sanders, y Greg Casar, entre otros, visitó el país vecino.
Según el comunicado del Center for Economics and Policy Research (CEPR), el objetivo de la visita tenía como objetivo “conocer los esfuerzos de Chile por defender su democracia”.
Greg Casar, congresista independiente por el distrito de Texas, indicó que “la política exterior de Estados Unidos ha contribuido con demasiada frecuencia a la inestabilidad en América Latina y nosotros deberíamos proteger la democracia, en lugar de apoyar golpes de Estado”, según el CEPR.
A inicios de septiembre, la bancada del Partido Comunista de Chile en la Cámara de Diputados pidió al gobierno estadounidense compensar económicamente al país vecino por su intervención en el golpe de Estado de 1973.
Daniela Serrano y Luis Cuello entregaron a la embajadora estadounidense en Santiago de Chile, Bernadette Meehan, una carta dirigida al presidente Joe Biden donde le solicitan crear un fondo para las víctimas de la dictadura.
El gobierno socialista de Allende duró solo tres años, pero siguió siendo un hito y también una advertencia para quienes en el continente intentaban reconstruir un bloque social alternativo al neoliberalismo que se extendió tras la caída de la Unión Soviética.
La derecha latinoamericana nunca ha abandonado su vocación golpista, que luego evolucionó hacia las formas del “golpe institucional” y el uso del poder judicial con fines políticos (lawfare).
Cincuenta años después del golpe de Estado y el asesinato de Allende la izquierda latinoamericana ha constatado que sí existen alternativas al neoliberalismo, pero que hay que defenderlas con uñas y dientes. Y que, sobre todo, el modelo impuesto por Washington, 200 años después de la Doctrina Monroe: “América para los americanos”, solo beneficia a unos pocos.
(*) Alfredo Jiménez Pereyra es periodista y analista internacional