Marea negra
Ados semanas del derrame de petróleo causado por la explosión y posterior hundimiento de una plataforma de la compañía British Petroleum, en el golfo de México, el mundo sigue pendiente de las labores de contención de la mancha negra que avanza hacia la marca de un penoso récord: constituirse en una de las peores catástrofes ecológicas de la historia.
No se puede vaticinar la expansión final de la marea negra, pero, sólo hasta el viernes, se estimaba que cerca de 10 millones de litros de crudo habían entrado al mar desde el 22 de abril, cuando se produjo el desastre medioambiental en Estados Unidos y murieron 11 operarios. La mancha de petróleo abarca una superficie de 208 por 112 kilómetros, de acuerdo con las últimas informaciones.
La mediterraneidad boliviana impide percibir este tipo de catástrofes, relacionadas con el mar y sus efectos, en su real dimensión. Greenpeace, una de las organizaciones ambientalistas que mayor influencia ejerce sobre los gobiernos en procura de salvaguardar a los animales y su hábitat, ha alertado del peligro de la extinción de una gran variedad de especies y del riesgo que corre el ecosistema dañado por el accidente frente a las costas de Louisiana.
La naturaleza resiste a duras penas la ambición desmedida de la raza humana. Nadie está libre de un accidente, pero a los gigantes de la economía internacional, a quienes manejan empresas capaces de invertir miles de millones de dólares en negocios, por ejemplo, petroleros, no se les puede perdonar descuidos de consecuencias tan funestas para la población mundial.
La fauna y la flora pagan caro las actitudes negligentes de la industria del petróleo y de otras cuyas fábricas contribuyen de manera alarmante al desequilibrio ecológico de la casa de todos, el planeta Tierra. A la luz de esta realidad que duele, la conciencia medioambiental demanda un urgente cambio en la lógica del desarrollo; un cambio alejado de la actual supeditación de los recursos naturales a la acumulación de recursos económicos a cualquier costo.
Pero no se trata sólo de responsabilizar a las grandes industrias. Las poblaciones mal educadas en este tema de vital importancia para la supervivencia de la humanidad, también aportan lo suyo. Basta caminar por las calles y avenidas del país y verse envuelto en una humareda gris por la emisión de gases tóxicos desde vehículos en condiciones inaceptables de circulación. O, sin ir más lejos, constatar el uso irracional que se hace de la energía no renovable en los hogares de Bolivia y el mundo.
El cambio climático con el flagelo del calentamiento global y los fenómenos de El Niño y La Niña, los terremotos y los huracanes, las inundaciones y las sequías…, ¿cuánto más tiene que demostrar la naturaleza para que los seres humanos entremos en razón?