Mea culpa eclesial
Los gestos del Obispo de Roma son dignos de encomio y emulación en Bolivia
El escándalo de la pederastia enquistada en iglesias y parroquias terminó convenciendo al papa Benedicto XVI de que lo mejor era enfrentar el problema decididamente y no evitarlo o hablar de él por una vez y basta. La suma de denuncias y de dimisiones de obispos por encubrimiento de este tipo de violaciones fue la gota que colmó el vaso.
El pedido de perdón público de los últimos días por esta deplorable materia, sin embargo, no es nuevo. En julio del 2008, el mismo Ratzinger había emitido una histórica disculpa por las vejaciones y solicitado llevar a los curas pedófilos ante la justicia. Desde aquel momento expresó la pesadumbre de la Iglesia en distintas oportunidades.
En marzo pasado había enviado una carta a los católicos irlandeses —los más golpeados con los casos de pederastia clerical—, ante quienes confesó tener «vergüenza» y dijo compartir la «desazón y el sentimiento de traición» de muchos de los fieles impactados con la ola de denuncias contra sacerdotes. No sólo condenó los abusos en sí, también el modo en que las autoridades eclesiásticas los han afrontado, a veces, encubriéndolos lo que, sin dudas, agrava la situación.
Pero se guardó las palabras más duras para su peregrinaje a Fátima, etapa particularmente emotiva dentro de su viaje de esta semana en Portugal. Dijo: «El sufrimiento de la Iglesia viene de su interior, de los pecados que existen en ella. Hoy lo vemos de un modo realmente terrorífico». Y también que: «el perdón no reemplaza a la justicia».
Un profundo mensaje anida en el fondo de este discurso. Que la Iglesia haga mención a una idea tan mundana como aquella de la convivencia con el enemigo, o que sentencie que se debe hacer «justicia», en su acepción terrenal, son señales que por supuesto no remedian los daños causados, pero sí engrandecen a una institución de considerable respeto y depositaria de una confianza enorme en todo el mundo.
Los gestos del Obispo de Roma, encabezando un mea culpa necesario, se reciben con beneplácito y son dignos de encomio después de las críticas que se sucedieron y tocaron incluso al máximo dignatario católico. No obstante, sorprende el silencio de las autoridades eclesiásticas bolivianas, indiferentes ante la humillación indignante de niños y niñas pobres, jóvenes de familias pudientes, sordomudos, monaguillos, seminaristas… No han seguido el ejemplo de Benedicto XVI.