¡Felicidades, La Paz!
Confluye aquí la bolivianidad toda y, como por arte de un escultor, se forja hermandad
El aniversario de la Revolución del 16 de julio de 1809 ofrece una oportunidad para detenernos un momento y echar un vistazo hacia atrás, sólo así podremos observar cómo y cuánto ha crecido La Paz: Un soberbio como diezmado Illimani atestigua, al cumplirse la primera década del siglo XXI, cómo esta ciudad de hoyada profunda y cautivante a los ojos de propios y ajenos, se desperdiga por las laderas a la vez que adquiere un nuevo rostro en el centro y en otras zonas de evidente prosperidad.
Allí radica la cualidad más significativa de esta urbe de heterogénea compostura, en la conjunción de aquella modernidad actual con la añeja tradición afincada en la calle Jaén y perenne en el paladar con el plato paceño, el chairo y la marraqueta.
A un año de los festejos del Bicentenario, hoy, como si el tiempo hubiera corrido más rápido de lo habitual, volvemos a disfrutar de la inauguración de obras de alto impacto que no sólo embellecen la ciudad, sino que la mejoran en todo sentido y la convierten en más cosmopolita. Una sana costumbre apuntalada por una década de encomiable gestión municipal, que los paceños deberán retribuir con el debido cuidado de la flamante infraestructura urbana.
«Paceños» son los que llevan el sello de tales en el carnet de identidad y, de la misma manera, los que llegaron a la sede de gobierno con un cúmulo de ilusiones para quedarse en ella y hacerla grande, siempre protegidos por el paraguas de la diversidad de oportunidades pero, también, por la nobleza del nacido en esta tierra. En La Paz confluye la bolivianidad toda y, como por arte de un escultor, se forja la hermandad.
Esta ciudad, que celebra con todas sus luces el aniversario de la Gesta Libertaria de julio, es lo que es hoy por el esfuerzo de miles de personas que, sin distinción de clases ni de color de piel, trabaja desde temprano hasta la noche para sacar adelante a su familia y, por ende, a la sociedad.
Ésta es la misma ciudad donde se padecen las marchas más estruendosas, y la misma donde se resuelven los conflictos más álgidos del país. La misma La Paz, los mismos paceños que a diario resignan su propia paz por la de todos los bolivianos.
Tanta pujanza no admite siquiera la sombra del interés obtuso. Y a tiempo se han dado cuenta de esto los políticos, librándose de toda mezquindad.
¡Felicidades, paceños! Ahora, a disfrutar de este momento de tez limpia y futuro promisorio.