Icono del sitio La Razón

‘Cucu’ a los artistas

Faltaron ganchos, barridos y patadas voladoras. Una enardecida concurrencia aplaudía cada movimiento y golpe bajo encajado por los disertantes o los detractores. El ring de la discusión sobre arte contemporáneo se había dispuesto la anterior semana en la Alianza Francesa, y con un hábil arbitraje, a cargo de Lucía Querejazu, sacó verdaderas joyitas conceptuales que a más de uno nos acompañó hasta nuestras casas. 

«Qué cosa más apasionante es el arte», pensé al salir del conversatorio, hasta que recordé la sentencia que hacía mi abuela. «Cuidado con que lleves una vida de artista». Ella tenía el preconcepto de que este oficio se refería a la gente que despilfarra dinero, se dedica a los placeres terrenales y se cree el cherry de la sociedad. Un playboy, en el mejor de los casos; un ocioso alcohólico, en la generalidad. Pensé que eran cosas suyas hasta que hice memoria y recordé a tanta gente que sentía auténtico desprecio o simple incomprensión por quien se dedicaba a la producción artística. «Ya es hora de que madure», «Que estudie alguito», «Tomá estas maderitas para tus manualidades», «Qué cosita sabes cantar», «Claro, él pintado y los niños muriendo de hambre», «¡Bailarina, qué bonito! ¿Y a qué te dedicas?»… Y así, un largo etcétera nutrido de incomprensiones.

Mientras tanto, en la Alianza Francesa, ajenos al mundo real, los artistas visuales discutían sobre el arte contemporáneo. Que si debe ser plurisemántico y ambiguo, que dónde queda la técnica, que si los nuevos lenguajes impusieron una dictadura, que si el arte académico no debe llamarse así, que si el contemporáneo debería nominarse de otra forma…

En el estrado: Roberto Valcárcel, Ramiro Garbito y Narda Alvarado; contemporáneos. Desde las tribunas, Efraín Ortuño y jóvenes artistas seguidores de la escuela académica. Aguerridos atacantes y defensores todos. ¿Quién tenía razón? Nadie. El objetivo era poner la discusión en el tapete. Asistentes y artistas sacarían sus propias conclusiones. Muchos habrán salido con la sensación de que, en esta batalla, hubo un ganador. Pero habrá otras.  

Ahí entra lo maravilloso del arte; su función social, la razón por la que hay tanta lucha en su nombre: El arte nos mueve a pensar en libertad, nos obliga a reflexionar desde nosotros mismos. Nos hace tocar los más grandes anhelos y enfrentar los peores miedos. Nos incita a ver al otro y a reflejarlo. No sólo es una temporal reflexión sobre el gas o la crisis, ahonda en el espíritu humano, donde cada uno tiene el derecho de pensar y expresarse en libertad. Y esa libertad es la que más asusta, la que da «cucu». Porque el arte es el detonador que hace explotar la bomba del conocimiento libre, el que nos emancipa de la condición de borregos.

Miguel Vargas es periodista.