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Relaciones rotas

Otra vez la «dignidad» es utilizada como justificativo para adoptar una política internacional que lesiona los vínculos de paz entre naciones hermanas, de cara a una renovada pugna de tipo bilateral. En la discordia se admite todo menos la provocación a la violencia, especialmente si ésta involucra a países y conlleva un riesgo de conflicto bélico.

El presidente Chávez dijo el jueves: «Yo alerto a la comunidad internacional que nosotros no aceptaremos ningún tipo de agresión ni de violaciones a nuestra soberanía (…) a una guerra con Colombia habría que ir llorando pero habría que ir». La primera parte de esa alocución es, a todas luces, racional: ningún gobierno debería permitir agresiones por parte de otro, sobre todo si la provocación acarreara el atrevimiento de rozar la soberanía de su país. En cambio, la alusión a una guerra no corresponde a un mandatario elegido democráticamente y cuya responsabilidad principal es la de mantener la paz.

Caracas nunca aceptó el acuerdo que Bogotá firmó con Washington para que el Ejército de Estados Unidos utilice bases militares colombianas. Esa fue la mecha que encendió este fuego.

Bolivia, con su habitual posición de hacer espíritu de cuerpo junto con los países del Socialismo del Siglo XXI, tomó el mismo camino que Chávez desde que Evo Morales llegó al poder. En esta oportunidad, el Presidente boliviano culpó a Colombia de la tensión con Venezuela; es decir que no siguió la línea prudente adoptada, por ejemplo, por el Gobierno peruano, al apoyar una eventual mediación de Brasil y la Unasur.

Bolivia, como país, dijo a través de su Cancillería que la ruptura de relaciones se produjo por «hechos inoportunos y de provocación innecesaria».

El conflicto desató en paralelo una serie de cuestionamientos contra la OEA, principalmente contra el secretario general José Miguel Insulza, quien de esta manera recolecta críticas como lo hizo en su primera gestión. El organismo americano y su máxima autoridad vuelven a estar en el ojo de la tormenta.

Los pueblos sudamericanos no se merecen romper siglos de hermanamiento por disputas circunstanciales de mandatarios.
El polémico presidente de Venezuela, quien cuenta con el mayor éxito en Twitter —cosechó 85 mil seguidores el día que abrió su cuenta en esa red social— podría aprovechar mejor su popularidad para regar por el mundo un mensaje de paz.