Anamar y la unidad
El sillón presidencial de la Cámara Alta encontró su nivel más alto de honorabilidad
Al momento de recibir la respuesta afirmativa de Ana María Romero de Campero, a quien había invitado para que sea candidata a senadora por el MAS, el presidente Evo Morales cerró los puños como si estuviera celebrando un gol. Y, en realidad, había metido un golazo.
La noticia de la aceptación de esta candidatura se difundió como el mejor fichaje logrado por alguno de los partidos que participaban en las elecciones del año pasado. Y las repercusiones se alinearon a favor de la democracia, de la representación simbólica de la mujer intachable que, como ninguna en el horizonte de la política nacional, reúne las condiciones para aproximar a oficialistas y opositores en la Asamblea Legislativa.
El 19 de enero de este año, Anamar asumió la presidencia de la Cámara de Senadores. Un voto en blanco no hizo mella en la decisión tomada prácticamente por unanimidad. La señora Romero se constituyó entonces en la primera paceña en alcanzar tan altas funciones.
Su misión era concreta: tender un puente entre unos y otros, acercar a las partes en permanente disputa con el arma cada vez menos utilizada de la comunicación: con el diálogo.
Sin necesidad de ser la portavoz del Presidente, venía de declarar que Morales le había dicho que quería gobernar para todos los bolivianos. Ella, al aceptar la invitación del partido político en función de gobierno, desde su posición de ciudadana independiente, demostró que cree en la democracia y, lo más importante, enalteció a la política nacional, tan devaluada en los últimos años.
Con la senaduría de Romero, el sillón presidencial de la Cámara Alta encontró su nivel más alto de honorabilidad. La trayectoria de la periodista dotada de méritos irrebatibles y que dio un controvertido salto a la política, al revés de lo que pasó con otros comunicadores sociales en su misma situación, nunca fue puesta en entredicho. Al contrario, se resaltó su capacidad de concertación.
Con ese ímpetu llegó al Congreso y, de pronto, infundió una confianza que se creía perdida en un político boliviano. Allí radica el principal aporte de su corto periodo de funciones en el Senado.
En una sociedad cada vez menos fulgurante de valores, la gente necesita creer. Creer en la política y también en los políticos, creerse entre bolivianos. Sin Anamar en la testera, ¿alguien podrá asumir el rol que se esperaba de ella, de unir Bolivia?