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Música de minibús

Nadies… por lo general, nadies baja en las paradas. Es ideal parar ahí donde señala «no estacionar», será pues tan sabroso como andar con mujer casada. Supongo, porque en realidad nunca hice el intento en uno de estos casos.

Pero nadies se salva de la música de minibús, es de fábula. No importa si buscamos cubrirnos con los audífonos; éstos son inservibles ante los gritos del voceador y de la radiecito digital. Y, como un medio de comunicación debe ser educativo, pues aconsejo a cualquier mortal que se suba en uno de los asientos delanteros para poder ver la cara de los choferes.

Hay varios estereotipos y de lo más variados. Por ejemplo, en un extremo está el rockero amante de Kiss que aún tiene una colita en el cabello y al entrar a alguna trancadera frena y tamborillea con los dedos en el volante con I was made for loving you. Éste mata con la mirada. Escupe en la vía (aunque éste es un privilegio de casi todos los choferes) y no discute con la gente. Aunque, en esta raza de curvas y rectas, nunca jamás se deja de ver a una pasajera curvilínea.

En la otra esquina está el bohemio que suspira con Still loving you. Confunde las carreteras con escenarios y apaga las luces de su auto. Tararea. Va despacio por las calles desiguales. Recuerda. Tararea. Por el retrovisor, en la parte trasera del mini están los pasajeros encendiendo sus celulares como velas de un concierto… hasta que el voceador dice: «Voy a encender la luz para dar cambio».

El infaltable de las rutas es el protestón. Y encima escucha Proteste ya. Y más encima aún, quiere hablar con el pasajero. Y guay de éste que le dé la contra porque, además, en la radio critican a los choferes.

Los que se llevan la flor y se mueven como flores al viento y le suben el volumen a la radio y les importa un comino si hoy se bañaron o no, los que disfrutan con su trabajo… son los que van oyendo a Américo y cantan «Qué locura quererte como te estoy queriendo». Son los mismos que años atrás iban a los conciertos de Jambao. Son los que amarán a las cumbias sobre todas las calles.

De éstos, es fácil ubicar a uno que está moviéndose al ritmo de «haciendo el amor haciendo el amor toda la noche, tan juntos los dos, tan juntos los dos, toda la noche». Son los clasiqueros. Pero que no nos engañe su felicidad. Es, también, el más radical porque guay del mortal que se atreva a cruzarlo. O guay del minibusero que le quite pasajeros en su delante. Tienen la mejor enciclopedia de insultos entre sí.

Con éstos, acabamos rebotando o contoneándonos despacio en nuestros asientos. Es que todos tenemos un chojchito dentro, aunque a algunos se nos nota más que a otros.

Erick Ortega Pérez
es periodista.